Europa es una joven y hermosa doncella,
hija del Rey de Tiro, Agènor. O sea, da nombre al continente, pero nace
fuera de él, en Fenicia. Su rasgo fundamental, aparte de la belleza,
parece haber sido su candor. Estando un día en la playa, con sus damas
de compañía, fue avistada por el concupiscente Zeus quien se
metamorfoseó en blanco y manso toro para atraerla.
La princesa le
acarició el lomo y, pensando que sus intenciones serían tan puras como
su apariencia, montose confiada sobre él, momento que aprovechó el
fogoso dios para raptarla, surcando veloz los mares es, decir, con la
complicidad de su hermano, Poseidón, cosa importante para entender el
posterior desarrollo de este mito, esencial en la conciencia europa. Así
la llevó a Creta en donde, recobrando su forma veraz (cosa que, en otro
momento, le costó la vida a Sémele, la madre de Dionisos; la mitología
lleva "logos", pero no es lógica) la hizo madre de tres personajes:
Minos, Radamanto y Sarpedón. Y por ahí aparecen otros relatos que no
hacen aquí al caso. Lo esencial es que el rasgo esencial de Europa es la
candidez, la ingenuidad.
Y
así sigue siendo. El continente debe de resumir el 70% de la historia
de la Humanidad (si tal cálculo puede hacerse), dejando el otro 30% para
los espacios no europeos, singularmente Asia. Esa historia es la de un
ámbito político, cultural, económico, étnico, en perpetua mudanza. Anda
por ahí un vídeo en YouTube en que se muestra la evolución de Europa en
los últimos 2.000 años a base de superponer sus mapas a toda velocidad y
acaba uno mareado. Monarquías, repúblicas, ciudades-Estado, imperios
ultramarinos, imperios continentales, federaciones, confederaciones,
teocracias, microestados, alianzas, guerras, anexiones, paces, tratados,
escisiones, revoluciones, invasiones, magnicidios, genocidios,
explosiones anarquistas, comercio, industria, megalópolis,
conurbaciones.
Prácticamente no debe de haber pasado año alguno sin que
se hayan producido modificaciones de fronteras. Estados que se agrandan o
empequeñecen, regiones que se asocian o disocian.Y todo eso sigue
haciéndose ingenuamente a la europea, esto es, pensando que eran
mansos toros blancos que estarían ahí para siempre. Todo lo que Europa
fabrica bajo formas jurídico-políticas lo hace subspecie aeternitatis.
Carlomagno -que presta nombre a un premio europeo- quería restaurar el
imperio romano de Occidente; el de Oriente iba ya por su lado y duró
1.000 años, lo que algunos, en el colmo del delirio, han tomado como la
unidad de duración imperial. El primer Reich duró eso, otros mil
años pero con tantos altibajos que no parecía una unidad; Hitler fundó
el III Reich de los 1.000 años y duró doce, más o menos. Napoleón iba a
llenar europa de napoleónidas y, al final, no mantuvo la dinastía ni en
su propio país.
Justamente, lo que más fastidiaba de la buena conciencia
comunitaria era su implícita confianza en que, sin tener ni idea de su
exacta naturaleza, duraría quién sabe cuánto. La confianza en que la
"construcción europea" era irreversible. Otra prueba de ingenuidad bordeando ya el papanatismo. En cuanto se ponen teóricos y abstractos, los europeos se piensan irreversibles.
Irreversible se juzgaba el comunismo, tanto dentro como fuera, y por
eso nadie se había ocupado en pensar cómo, por qué, cuándo, se hundiría.
Y se hundió, volviendo al punto moral y político de partida más o menos
autocrático (aunque disimulado), pero con un desarrollo tecnológico de
primera potencia. Con la UE la actitud era la misma: en la UE se entra
(de hecho, se siguen protocolos muy refinados), pero no se sale. No hay
protocolos de salida. No importa porque el pragmatismo europeo los
elaborará en un abrir y cerrar de ojos. Pero no los había. La hipótesis
de la secesión no se consideraba. Todo aquello de que el acquis communautaire, el derecho europeo, eran vías civilizatorias de no retorno. Tratándose de Europa, francamente asombroso.
Muy
asombroso porque nadie creía que pudiera salir la Brexit y Zeus se
llevara la ingenua doncella no a Creta sino a Londres. Sí, Cameron había
convocado un referéndum, pero era experto en ganarlos, como probó en
Escocia. Sabría lo que hacía, estaría bien informado, saldría el "no" y
su liderazgo se consolidaría, frente al nuevo frente de políticos frikies, como Boris Johnson o el líder del UKIP, Nigel Farage, que será friky,
pero no tonto, como demostró cuando ya en 2012 calificó a Rajoy en el
Europarlamento como el "lider más incompetente de Europa". Había un
referéndum, sí, pero los referéndums en Europa, se ganan. Y, si no se
ganan, se repiten. La democracia es un arma de dos tiempos.
Y ha salido el "no". Los columnistas están ya buscando en la hemeroteca de la historia, hurgando en la Magna Charta, la flema británica, la manía de conducir por la izquierda, la de llamar escuelas "públicas" a las privadas, la de considerar castle a la vivienda familiar, el humor seco,
la de quemar viva a Juana de Arco por bruja. Los políticos, con menos
tiempo para documentarse dicen lo primero que se les ocurre que,
lógicamente, es lo que les preocupa. En concreto, no que Gran Bretaña se
haya largado de esta maravilla de Unión Europea teniendo en cuenta que
ya venía y se va como Reino Unido, sino que se haya hecho un
referéndum. Para Rajoy, los referéndums solo sirven producen división;
para Sánchez, "esto" es lo que pasa cuando se permite que la gente
decida por su cuenta, en lugar de dejar la solución a gente tan lista
como él; y Felipe González hace metáfora: Cameron quiso salvar los
muebles y quemó la casa. Probablemente haya sido al revés; quiso salvar
la casa pegando fuego a los muebles. Pero eso es indiferente.
La
culpa, según los políticos, la tiene el referéndum. Algo tan
inteligente como echar la culpa del martillazo que me he dado en el dedo
al martillo. Las ordenanzas militares antaño culpaban a los fusiles o
las mulas; pero eran militares. La culpa es del referéndum. Y eso se ve
claramente en los mapas que muestran la concentración del voto brexit en
la Inglaterra profunda y en los sectores de más edad de la sociedad.
Como si las razones de quienes viven en el campo y son mayores fueran
menos valiosas que las de los urbanos más jóvenes. Ya se sabe que
quienes votan lo contrario a mis convicciones son unos necios. No hace
falta tratar de demostrarlo científicamente.
Es
obvio: la inquina al referéndum se debe a la cuestión catalana. Y es
tanto más profunda cuanto se comprueba que no tiene futuro. El
referéndum se ha producido y tiene
un efecto catalizador sobre la legitimidad del referéndum catalán . Y no solamente sobre el catalán sino también sobre la repetición del referéndum escocés de autodeterminación.
Aquí
es donde los publicistas partidarios de que nada se mueva proponen el
argumento que consideran más poderoso contra el referéndum, el de la
asimetría: si el resultado es "sí", ya no habrá posteriores peticiones
de repetición: pero si es "no", estas se plantearán al día siguiente.
Quizá no al día siguiente, pero sí en cuanto se pueda. La respuesta es
sencilla: bueno, ¿y qué? En primer lugar, si no hay repetición de
referéndum cuando gana el sí no es un efecto mecánico, ya que depende de
la voluntad de la gente y si la gente lo quiere, lo habrá. Igual que en
el caso del "no".
Si hay porciones de la sociedad que quieren
replantearlo, habrá que hacerlo. Muchos escoceses que votaron "no" a la
independencia lo hicieron por el argumento de que así se quedaban en la
UE, que les parece un lugar delicioso, visto lo que han votado en el
Brexit. Esos se siente estafados. Con cierta razón. Lo mismo pasa con
los llanitos. Pero esos están peor porque solo pueden patalear. La
posibilidad de repetición del referéndum no es un argumento contra el
referéndum.
No hay argumentos contra el referéndum
Los
ingleses se han ido. ¿Por qué no pueden irse los catalanes? Ya, ya, que
la UE no es España ni el Reino Unido, Cataluña. Cierto, cierto, pero,
exactamente, ¿qué es la UE? No lo sabe nadie. Se teme el efecto
"contagio" de la mano de los partidos de extrema derecha en Dinamarca,
Francia, Italia. Puede darse, desde luego. La UE es algo en donde se
entra y se sale. Parece bastante razonable: ni fortín, ni cárcel. Que la
pertenencia sea voluntaria. A nadie le gusta que no lo dejen entrar en
un club o que no le permitan marcharse.
Se pueden aducir razones de todo
tipo, incluso invocar la voluntad de los dioses (España, toda España,
está bajo la protección de Santiago Matamoros y la Virgen del Pilar,
¿entendido?), pero, en definitiva es algo sencillo: tú aquí no entras o
de aquí no te vas porque no. Ese "no" se llama ordenamiento jurídico
vigente y está respaldado por el monopolio de la violencia. La fuerza.
Es la última razón del Estado y así, si nadie sabe qué sea la UE, todos
saben lo que son los Estados, cuya soberanía sigue intacta.
Detrás del "no" al referéndum no hay argumentos. Hay un ordenamiento jurídico respaldado por la fuerza.
Los ingleses, fuera; los catalanes, dentro.
El día de reflexión
Ya es mala pata. El día asignado a
reflexionar, a repensar todo lo que se ha embaulado en los últimos
quince pasan dos cosas tan gordas que sumen en las tinieblas de la
ignorancia y el olvido los mítines de cierre de campaña de cada partido.
Han sido celebraciones a bombo y platillo en un ambiente de gozo y
alegría, repleto de futuros, conquistas, cambios, novedades y otras
venturas que tenemos a nuestro alcance siempre que no erremos en el
voto. La palma del esfuerzo mitográfico, para mí, se la lleva la
vicepresidenta del gobierno, Sáez de Santamaría, pinchando discos en el
mitin de cierre de campaña del PP, como si estuviera en una performance
antisistema, desmelenada. Y todo ha quedado oscurecido.
Los
dos hechos que eclipsaron los cierres, sus pompas y glorias y amenazan
con ser motivo de la reflexión de hoy son el "no" británico a la EU y la
decisión del ministerio del Interior o quién sabe de quién de enviar la
policía judicial a confiscar un material posiblemente incriminatorio
sin mandamiento judicial. De lo primero ya hemos hablado en el post
sobre la Brexit.
Lo interesante es la aventura policial estilo Eliott Ness: lo grave no
es que el ministro conspire con un cuate con fines presuntamente
ilegales, una operación de
guerra sucia de la más baja ralea. Lo
grave es que ese complot se haya grabado y hecho público en un medio de
comunicación. La autoridad, enfurecida, embiste, en lugar de emplear la
cabeza para algo más productivo como pensar. Porque esas conversaciones
han sido grabadas, con toda probabilidad, por gente del propio
ministerio, seguramente policías con agravios contra el mando político
que, la verdad, es como de psiquiátrico. Podían empezar por preguntar en
casa.
Y,
lo más grande, ¿cómo puede mandarse la policía judicial sin mandamiento
del juez? En verdad, yendo tan livianos de acreditación los policías
podían presentarse a las tres de la madrugada, como hacían los del anterior Jefe del Estado, a cuya tumba va a rezar de vez en cuando el ministro en busca de inspiración.
Fernández
Díaz no piensa dimitir, ni por asomo, por no darle el gusto a
Puigdemont y los independentistas. Él concibe su acción ministerial como
una guerra contra Cataluña. Por ello emplea tácticas de guerra. Se le
acusa de haber amparado la fabricación de informes falsos, difundidos
entre la prensa amiga, para destrozar las carreras de Mas y el exalcalde
Trías. Ahora mucha gente exige a Colau y a Iglesias que pidan perdón
por haber utilizado esas falsedades con fines electorales.
Interviene
la baronesa del Sur y lanza una pregunta que es una carga de
profundidad: esas prácticas de complot, ¿se limitan a Cataluña o
benefician a otros lugares del Estado? Buena pregunta. Conviene saberlo.
Pero
lo más grave de este increíble episodio en el que se mezclan el
autoritarismo, el juego sucio y la más fabulosa ineptitud es que el
principal responsable, ese hombre que parece un característico de
Hollywood serie B, no solamente no piensa dimitir sino que será el
encargado de velar por la legalidad y transparencia de las elecciones de
mañana.
En
efecto, es para reflexionar y mucho. Un ministerio de seguridad al
servicio de las opciones políticas de un partido es un peligro público
del que cabe esperar todo lo malo. Si el ministro no dimite, el
presidente del gobierno debe destituirlo fulminantemente. Si no lo hace,
todo el proceso electoral olerá a pucherazo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED