La Humanidad no ha dejado de masacrarse desde el principio de los tiempos,
por la sencilla razón de que la guerra es el negocio más lucrativo del
mundo; así de perverso es nuestro sistema económico, que se arruina con
la paz y que se enriquece con la guerra. Y si no existe un enemigo, lo
fabricamos, financiando a grupos violentos para tener alguien con quien
pelearnos. Y si no hay provocación, se fabrica una de bandera falsa.
El
problema es el infinito sufrimiento humano que se genera con este
proceso, para alimentar a los arcontes que se nutren con esta energía
densa y oscura del miedo y la violencia. Al mismo tiempo, el matarnos
entre nosotros mismos, aparte de violar la ley cósmica del “no matarás”,
genera un karma negativo que nos encadena a la materia e impide una
ascensión colectiva hacia realidades superiores de evolución de la
conciencia.
Lo
único positivo de las guerras es que acelera el progreso y la evolución
de la Humanidad, pero ¿a qué precio? Además, aprender a base de palos
es un sistema educativo muy burdo y brutal, y ya es hora de que nos
graduemos en una escuela más civilizada que imparta su enseñanza por las
buenas.
Una
guerra entre dos partes no se produce si no existe una tercera parte
oculta azuzando a los gallos de pelea para que se lancen a matar.
Desenmascarar públicamente a dicha tercera parte sería el sueño dorado
de cualquier pacifista. No es muy difícil; basta con seguir la pista del
dinero, de la industria de la guerra. Las armas se fabrican siempre
para utilizarlas, no para que se pudran en los hangares militares.
Pero
no nos engañemos. Lo que ocurre ahora no es fruto de la casualidad,
sino del odio acumulado durante muchos años entre las naciones,
inflamado por la propaganda negativa de políticos y medios
desinformativos, y basado en la ignorancia de las masas que las hace
manipulables con facilidad.
Cuando
veo a tres machos alfa (Trump, Putin y Kin-Yon) presumiendo de tener la
bomba más grande, veo a tres niños diciendo que su papá tiene el coche
más grande, o a tres neardentales que presumen de tener el pene más
grande. Así de ‘evolucionados’ están sus egos.
El
problema es que todas las potencias quieren ser los únicos dueños del
mundo para imponernos por la fuerza su ‘matrix’ particular y su sistema
de vida. Pero la Tierra no pertenece al ser humano sino al revés: es el
hombre el que pertenece a la Tierra, ya que fuimos creados para vivir en
armonía y cuidar de los animales y de la Creación, no para destruirla.
Estoy
convencido (ojalá no haya guerra) de que Trump va a ganar esta guerra
para imponernos a todos por la fuerza su “nuevo orden mundial” e
implantarnos en la mano derecha el microchip apocalíptico de la bestia,
que sería el asesinato de nuestra libertad, pero todo esto va a crear un
caos mundial tremendo, que puede producir una sublevación pacífica de
la Humanidad contra el sistema.
Todo
se basa en la búsqueda de poder, prestigio y dinero, pero el ser humano
no fue creado para ser controlado por unos pocos sino para vivir feliz,
libre y en armonía consigo mismo y con toda la Creación. El mayor poder
es la felicidad. Todo lo demás son engaños satánicos para alejarnos de
nuestro destino y retrasar nuestra evolución material y espiritual.
Por
lo tanto la cura de la Humanidad no estaría en arrojarse más bombas,
sino en salir de su ignorancia mediante el conocimiento de muchísimas
verdades que nos ha ocultado la élite oscura, cuya revelación producirá
un despertar colectivo, un cambio de civilización y un final de todas
sus malditas guerras.
Podemos
empezar a ponernos de acuerdo en una sola cosa que dijo Buda: todo ser
humano que esté en sus cabales busca la felicidad y evita el
sufrimiento. El problema es que algunas personas buscan su felicidad por
medios erróneos: a costa de suprimir la felicidad de otras personas.
Pero esos medios no funcionan nunca, porque cada uno recoge lo que
siembra. Se llama la Ley del Karma.
(*) Periodista