La palabra que brotó inmediatamente de cada lengua tras las elecciones presidenciales en Estados Unidos fue «histórica». Y con toda razón. Una familia negra en la Casa Blanca es realmente un evento histórico. Hubo algunas sorpresas. Una fue que la elección no estaba concluida luego de la convención demócrata.
Los indicadores habituales señalan que el partido opositor debería barrer durante una grave crisis económica, tras ocho años de una política desastrosa en todos los frentes, incluido el peor récord en materia del crecimiento de empleos de cualquier presidente de la posguerra y de una rara declinación en la riqueza promedio. Eso, con un presidente tan impopular que su propio partido tuvo que desligarse de él, acompañado de un dramático colapso en la posición de Estados Unidos en la opinión pública mundial.
Como muchos estudios muestran, ambos partidos se hallan bien a la derecha de la población en tópicos importantes, tanto nacionales como internacionales. Tal vez ningún partido refleja la opinión pública en una época en que 80 por ciento de los estadunidenses piensa que el país enfila en la dirección equivocada y que el gobierno está administrado por «algunos grandes intereses que sólo piensan en sí mismos», no en el pueblo, en tanto un asombroso 94 por ciento cuestiona que el gobierno desdeñe a la opinión pública.
Podría argumentarse que ningún partido que hable en defensa del pueblo resulta viable en una sociedad administrada por el mundo de los negocios con tal desusada amplitud. En un nivel muy general, la falta de representación del pueblo es ilustrada por el éxito de la «teoría de las inversiones» en la política, elaborada por el economista político Thomas Ferguson.
Según Ferguson, la política tiende a reflejar los deseos de poderosos bloques económicos que invierten dinero cada cuatro años para controlar el Estado.
En cierto sentido, la elección siguió pautas familiares. La campaña de John McCain fue lo bastante honesta como para anunciar con claridad que la elección no discutiría tópicos.
En cuanto a Barack Obama, su mensaje de «esperanza» y de «cambio» ofreció un pizarrón en blanco en el cual sus simpatizantes podían escribir sus deseos.
Uno puede encontrar sitios en Internet donde cada partido expresa su opinión sobre diferentes temas. Pero la correlación de esas opiniones con la política a seguir no es espectacular. Y de todas maneras, lo que ingresa en las opciones de los votantes es lo que la campaña de cada candidato destaca, tal como saben muy bien los administradores de un partido.
Y fue allí donde la campaña de Obama impresionó a la industria de las relaciones públicas, que lo designaron «el experto en mercadeo más importante del 2008», derrotando con facilidad a Apple.
La primera tarea de la industria es asegurarse que los clientes carentes de información hagan selecciones irracionales, socavando de esa manera las teorías de mercado que proponen exactamente lo opuesto. Y los expertos en relaciones públicas reconocen los beneficios de socavar la democracia de la misma manera.
La organización The Center for Responsive Politics dice que una vez más las elecciones fueron compradas: «Los candidatos con mejor financiamiento ganaron nueve de 10 elecciones, y todos, excepto algunos escasos miembros del Congreso, retornarán a Washington».
Antes de las convenciones, los candidatos viables con mayor apoyo de instituciones financieras eran Obama y McCain, cada uno con 36 por ciento. Los resultados preliminares indican que al final, las contribuciones a la campaña de Obama, por industria, se concentraron en las firmas de abogados (incluidos cabilderos), además de instituciones financieras. La teoría de inversiones en la política sugiere algunas conclusiones acerca de los principios que guían a la nueva administración.
El poder de las instituciones financieras refleja el cambio cada vez más grande de una economía de producción hacia otra de finanzas. Eso comenzó con la liberalización de las finanzas durante la década de los años 60, causa fundamental de los actuales azotes representados por la crisis financiera y la recesión en la economía real (esto es, de la producción y consumo de mercancías). Las consecuencias están a la vista para la gran mayoría de los estadunidenses, cuyos salarios reales se han estancado por 30 años, en tanto sus beneficios han declinado.
Dejando de lado la alta retórica sobre la esperanza y el cambio, ¿qué podemos esperar de la administración de Obama?
La selección del equipo de trabajo de Obama envía una fuerte señal. La primera elección fue para vicepresidente: Joe Biden fue, entre los senadores demócratas, uno de los más vigorosos partidarios de la invasión a Irak, y un insider (persona de adentro, con acceso a información privilegiada) con mucho tiempo de actuación en Washington. Y aunque suele votar de manera coherente con sus colegas demócratas, no siempre lo hace. Por ejemplo, apoyó una medida para que resultara a los individuos mas difícil borrar sus deudas tras declararse en bancarrota.
La primera elección posterior a los comicios presidenciales fue para la crucial posición de jefe de gabinete. Obama designó a Rahm Emanuel, uno de los partidarios más fuertes de la invasión a Irak entre los representantes demócratas y, como Biden, insider de Washington durante bastante tiempo.
Emanuel es también uno de los más grandes beneficiarios de las contribuciones de campaña de Wall Street, informó el Center for Responsive Politics. Durante 2008, «fue el principal destinatario» entre los representantes «de los ejecutivos de fondos de riesgo» y de las «principales firmas de seguros y de inversiones de la industria».
La tarea de Emanuel es ver cómo encara Obama la peor crisis financiera desde la década de los años 30, por la cual sus donantes y los de Obama comparten una amplia responsabilidad.
En una entrevista con The Wall Street Journal, le preguntaron a Emanuel qué haría el gobierno de Obama respecto del «liderazgo demócrata en el Congreso», cuyos «barones del ala izquierda tienen su propia agenda».
Eso incluye, por ejemplo, rebajar drásticamente los gastos militares (algo en que coincide la mayoría de la población) e imponer «drásticos impuestos a la energía a fin de combatir el calentamiento global».
«Barack Obama puede enfrentarse a ellos», aseguró Emanuel al Wall Street Journal. La administración sera «pragmática», y rechazara los intentos de los extremistas de izquierda.
El equipo de transición de Obama está encabezado por John Podesta, secretario del gabinete de Bill Clinton. Otros dos veteranos de Clinton, Robert Rubin y Lawrence Summers, figuran entre las figuras principales en su equipo económico. Tanto Rubin como Summers respaldaron de manera entusiasta la desregulación, un importante factor en la actual crisis financiera.
Como secretario del Tesoro con Clinton, Rubin trabajó de manera denodada para abolir la ley Glass-Steagall, que había separado a los bancos comerciales de las instituciones financieras que incurrían en graves riesgos.
El economista Tim Canova escribe que Rubin tenía «un interés personal en la eliminación de la ley Glass-Steagall».
Tras dejar su posición como secretario del Tesoro, Rubin se convirtió en «presidente de la junta directiva de Citigroup, un conglomerado de servicios financieros que estaba enfrentando la posibilidad de tener que vender su subsidiaria de seguros».
En cuanto al gobierno de Clinton, «nunca presentó cargos contra él por sus obvias violaciones a la ética».
Rubin fue remplazado como secretario del Tesoro por Summers, quien propuso la ley que prohibió la regulación federal de los derivativos, las «armas de destrucción masiva» (como las llama Warren Buffett) que ayudaron a sumergir en el desastre a los mercados financieros.
Summers figura como «uno de los villanos principales en la actual crisis económica», según Dean Baker, uno de los escasos economistas que advirtieron sobre la inminente crisis. Poner la política financiera en las manos de Rubin y Summers, señala Baker, es «como recurrir a Osama Bin Laden para que ayude en la lucha antiterrorista».
Ahora Rubin y Summers proponen regulaciones para ayudar a limpiar el caos que ayudaron a crear.
La prensa de negocios examinó los récords del equipo de transición de Obama, que se reunió el 7 de noviembre para determinar cómo manejarse con la crisis financiera. En Bloomberg News, Jonathan Weil concluyo que «muchos de ellos deberían estar recibiendo citaciones como testigos materiales» por la catástrofe financiera, en lugar de «figurar como miembros del círculo intimo de Obama».
Alrededor de la mitad «han tenido posiciones de importancia en empresas que, en mayor o menor grado, han falsificado sus declaraciones financieras o contribuido a la crisis económica mundial, o ambas cosas a la vez».
Es realmente plausible que «¿no confundirán los intereses de la nación con sus propios intereses corporativos?»
La preocupación principal del nuevo gobierno sera detener la crisis financiera y la simultánea recesión en la economía real. Pero hay también un monstruo en el armario: el ineficaz sistema privado de cuidado de la salud, que amenaza abrumar al presupuesto federal si las actuales tendencias persisten.
Una mayoría del público ha favorecido por largo tiempo un sistema nacional de cuidado de la salud que debería ser mucho menos caro y más eficaz, según indican las evidencias comparativas (junto con muchos estudios). En fecha tan reciente como 2004, cualquier intervención del gobierno en el sistema de atención a la salud era descrito por la prensa como «imposible a nivel político».
Eso significaba que se oponían la industria de los seguros y las corporaciones farmacéuticas.
Pero sin embargo, en 2008, primero John Edwards, luego Barack Obama y Hillary Clinton, adelantaron propuestas que se aproximan a lo que por largo tiempo ha preferido el público. Estas ideas tienen ahora «apoyo político».
¿Que ha cambiado? No la opinión pública, que permanece con la misma opinión de antes. Pero para 2008, sectores importantes de poder, especialmente la industria manufacturera, habían llegado a reconocer que estaban siendo gravemente afectados por el sistema privado de atención a la salud. Por lo tanto la voluntad pública está comenzando a tener «apoyo político».
Hay un largo camino por recorrer, pero el cambio nos dice algo sobre la disfuncional democracia en la cual la nueva administración busca su camino.
* Pensador, escritor y activista estadounidense. Profesor de Lingüística en la Universidad de Massachussets. Fundador de la Gramática Generativa Transformacional, que es un sistema original para abordar el análisis lingüístico y que ha revolucionado la lingüística. Autor de La segunda guerra fría (1984), La quinta libertad (1988), El miedo a la democracia (1992), El Nuevo orden mundial (y el viejo) (1996).