El pasado domingo, la derrota fue para
los dos partidos de la izquierda. Ayer, Palinuro expuso su opinión sobre
las insuficiencias y defectos de Podemos, haciendo de lado la parte
correspondiente a IU porque la federación no pinta ya nada en esta
historia. El otro gran protagonista de este descalabro es el PSOE. De él
hablamos hoy.
Por
delante que, para Palinuro, el PSOE es un partido de izquierda. Quienes
creen que la izquierda está compuesta solamente por aquellos grupos o
fuerzas a quienes ellos otorgan esa condición y no lo hacen con el PSOE
están de enhorabuena, pues no necesitan seguir leyendo. Aquí se
considera al PSOE un partido de izquierda porque no existe el título de
censor o medidor de izquierdas y no vamos a perder un segundo
demostrando algo tan evidente. Los otorgadores de títulos de la
izquierda pueden irse a tomar vientos.
¿Por
qué el PSOE tuvo el domingo unos resultados peores que los del 20 de
diciembre, que ya habían sido los peores de su reciente historia? Las
razones de este descalabro son complejas, más que en el caso de Podemos,
y requieren una mirada sintética a un ya largo pasado.
Para
bien o para mal, el PSOE fue uno de los protagonistas de la transición y
comparte con esta buena parte de la crítica que ahora se hace a aquel
fenómeno. Fue el partido de los catorce años de gobierno de Felipe
González, del felipismo o felipato, como lo llamaron muchos críticos. En ellos se hizo una impresionante tarea de aggiornamiento
y modernización de España. Algo de lo que ningún otro partido puede
presumir y, menos que ninguno, IU u otras izquierdas "verdaderas" que
jamás han gobernado ni han hecho nada malo ni bueno.
Pero ese
reconocimiento no puede ocultar el hecho de que el largo mandato de
González presenta dos tachas de gran importancia que han condicionado
posteriormete el partido: de un lado, el terrorismo de Estado, la guerra
sucia de los GAL, que se hizo desde el poder político socialista,
aunque nunca se pudiera probar judicialmente que en ella estuvo
implicado el propio Felipe González. La segunda tacha fue la corrupción
que se generalizó en la última parte del mandato socialista tras invadir
prácticamente toda la administración pública. Fue esta corrupción la
que sembró las condiciones para que triunfara la primera pinza en contra
del PSOE que llevaron a cabo los comunistas de IU con la derecha del
PP, Julio Anguita y José María Aznar, gracias a la cual, hubo un
gobierno de derechas en España.
Se
dio luego un interregno de los dos mandatos de Aznar, en los cuales el
país sufrió el peor atentado de su historia, producto del aventurerismo
reaccionario y de rapiña del PP que no tuvo problema en mentir a la
opinión pública a cambio de obedecer a su amo yanqui y entrar en guerra
(más bien simbólica) con el Irak de Sadam Hussein. A raíz del atentado
de Atocha, el PSOE se recuperó ligeramente, gracias al liderazgo
renovador de Rodríguez Zapatero. Pero fue una recuperación superficial,
de mucha importancia política y simbólica (derechos de las minorías,
avance de las mujeres, etc), pero no de impacto social y económico. Y,
además, quedó anegada cuando el gobierno socialista aceptó reformar la
Constitución de 1978 (art. 135) de acuerdo con el PP y cumpliendo
órdenes de los mercados.
Por
aquel entonces ya se hacían evidentes los rasgos de la burocratización y
oligarquización del partido socialista. Dividido en baronías
territoriales, más atentas a sus intereses, a veces corruptos, que a una
política de conjunto, minado por la falta de iniciativa política, el
enchufismo y el amiguismo, el PSOE se fue convirtiendo en un partido de
intereses en el que militaban sobre todo cargos públicos de más que
mediana edad en provecho propio y de sus allegados. Un partido de
clientela. Había perdido todo contacto con la realidad nutricia de la
gente joven.
Esta
evolución negativa se exacerbó con el liderazgo de Rubalcaba, incapaz
de hacer verdadera oposición al gobierno del PP que, con su mayoría
absoluta, hizo lo que quiso; y tampoco regeneró el partido. Ni siquiera
lo intentó. Antes al contrario, lo convirtió en un firme sostén de la
corona borbónica, haciendo de él un partido dinástico y sometido a los
abusos y privilegios de la iglesia católica, que es la que manda en el
país.
Después
de la afrentosa derrota de noviembre de 2011, la peor de la historia
del PSOE, Rubalcaba dio paso a un joven político poco conocido en
general, pero fiel hechura de su concepción del mundo: a su carácter
conservador, casi reaccionario, dinástico y proclerical, Sánchez añade
la misma inquina contra el soberanismo catalán de su mentor Rubalcaba.
Esta evolución aun más a la derecha es la que explica que Sánchez haya
sido incapaz de mejorar los datos de apoyo electoral de su predecesor.
En definitiva, en este momento el PSOE tiene un gran problema interno de
partido oligárquico y caciquil, avejentado, sin contacto con los
sectores jóvenes de la sociedad y sin propuestas ni ideas atractivas o
innovadoras. Se añade un carácter dinástico que lo convierte en defensor
de un orden monárquico ilegítimo, en contra de su tradición democrática
y republicana. La idea de que la forma de gobierno -monarquía o
república- es indiferente mientras haya democracia puede ser cierta en
Inglaterra, pero no en la España de los Borbones, una dinastía de
corruptos inútiles a los que no hay modo de echar y no por falta de
ganas.
Pero
lo más grave de la evolución integrista y hasta reaccionaria, del PSOE
se encuentra en su cerrado nacionalismo español, defendido por Sánchez
con el mismo entusiasmo con que puede defenderlo un chusquero mental
como García Margallo. Sánchez es incapaz de comprender que la
autodeterminación de las naciones es un derecho imprescriptible de estas
que ningún socialista democrático puede negar. Eso convierte al PSOE no
solamente en un partido residual en Cataluña (PSC) sino en una triste
sombra de sí mismo y secuela del más cerrado españolismo franquista al
estilo del PP.
El
PSOE no tiene nada que aportar a una reconfiguración del orden
territorial español basado en el reconocimiento de su carácter
plurinacional y la plenitud de sus derechos, empezando por el de
autodeterminación. Sin duda, los socialistas son un partido de izquierda
moderada, socialdemócrata, en todo equiparable a los de otros países
europeos. Pero, en el mejor de los casos, vive en un mundo ficticio
cuando se obstina en ignorar que la derecha que tiene enfrente no es una
derecha europea, civilizada y democrática, como pasa en otros lugares,
sino una organización franquista, corrupta, antidemocrática y, en el
fondo, la principal responsable de la desintegración de España. Que el
PSOE no vea -o no quiera ver esto- es lo que hace que a veces parezca
cómplice de la situación.
¿Quieren
una prueba irrefutable? Pregúntense por qué en España es de todo punto
impensable una gran coalición entre la derecha y la socialdemocracia
como lo es normalmente en otros países de Europa. ¿Cuál es la razón sino
la de aceptar como normal una situación de hegemonía de una derecha
cavernícola que no se sabe desmontar?
Claridad
Pasadas las elecciones generales,
algunos dicen que las circunstancias españolas han cambiado y que la
incertidumbre del 20 de diciembre se ha disipado.
Solo
a medias o quizá nada en absoluto. Algo sí ha quedado claro: los
españoles no quieren cambiar. Han dado la mayoría a un partido de
derechas, el PP, único que ha aumentado en votos. Podían haber votado a
uno de izquierdas, el PSOE o Unidos Podemos, pero no lo han hecho. Al
contrario, los dos han bajado en votos y el PSOE también en escaños.
Podían haber votado a un partido que se dice de centro. Pero lo han
hecho por uno de la derecha con un historial delictivo comprobado, un
partido que es una asociación de malhechores, imputado por los jueces,
presidido por un sospechoso de haber cobrado sobresueldos ilegales, un
partido corrupto, franquista, nacionalcatólico, centralista y
catalanófobo.
No le han dado la mayoría absoluta, como en 2011, pero le
han encomendado formar gobierno minoritario, cosa que hará en alianza
con Ciudadanos y, seguramente, contando con el apoyo de la minoría vasca
y el diputado nacionalista canario, es decir, 175 escaños. Podrían ser
176 y mayoría absoluta si se diera un episodio de “tamayazo” hipótesis
nada descabellada en un sistema político tan opaco y corrupto como el
español.
Si
el electorado hubiera dado mayoría a la izquierda, quizá las cosas se
habrían sido algo distintas. Pero no en Cataluña pues, tanto con la
derecha como con la izquierda dominada por el PSOE, las posibilidades
de que España acceda a convocar un referéndum catalán (cualquier tipo de
referéndum) son inexistentes. A día de hoy hay 244 diputados en las
Cortes contrarios al referéndum, más de dos tercios.
Los españoles no quieren cambiar y quien diga que es posible cambiar España está mintiendo deliberadamente y a ojos vistas.
¿Cuáles
son las opciones para Cataluña? Si Podemos no pudo hacer el sorpaso al
PSOE en España, tampoco pudo hacérselo al bloque independentista en
Cataluña, que, aunque ha perdido votos (CDC), se ha mantenido muy bien
en escaños. Y ahora corresponde aplicar las enseñanzas de las elecciones
generales.
Si
en España no hay posibilidad alguna de referéndum, si no cabe hablar en
serio de reforma de la Constitución. ¿Qué sentido tiene proponer un
referéndum pactado con el Estado, como hace En Comú Podem?
También
en Cataluña se precisa claridad. Y se puede conseguir. Claro es que la
oferta del referéndum pactado es una vía muerta o un engaño. Y claro
también que el bloque independentista mantiene su apoyo parlamentario a
la hoja de ruta. Falta por ver si la CUP sigue en su actitud errática
respecto al gobierno independentista por la que han pedido perdón pero
sin especificar qué piensan enmendar. Y septiembre, cuando aumente la
presión del gobierno español y haya que pronunciarse sobre la cuestión
de confianza de Puigdemont está a la vuelta de la esquina.
El
resultado de la brexit ha ayudado bastante a traer claridad. Ha dejado
claro que con un 52 % cabe tomar decisiones trascendentales. Es obvio
que con el 51% también y eso clarifica mucho. Añádase el más que
probable nuevo referéndum de autodeterminación en Escocia y se verá que
en Cataluña corremos peligro de retrasarnos.
En
el plazo inmediato, Cataluña tendrá que decidir por una medida de
carácter unilateral; un referéndum o una declaración unilateral de
independencia (RUI vs DUI). Y cada vez está más claro que la más segura
y más prometedora es la DUI porque es institucional, legítima, no
compromete la posición de los funcionarios en Cataluña, internacionaliza
de inmediato la cuestión y la somete a arbitrio judicial internacional
con una perspectiva muy elevada de salir triunfante.
Y,
sobre todo, porque es una decisión clara que obliga a las fuerzas
políticas de carácter ambiguo (los comunes) o errático (los cupaires) a
clarificar su actitud.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED