Un alto cargo autonómico de cuyo nombre no quiero acordarme viajó a
Madrid no hace mucho tiempo para mantener en Zarzuela una larga reunión
de trabajo con Letizia Ortiz Rocasolano,
hoy Doña Letizia. Se trataba de discutir los pormenores de la
inauguración de un nuevo campus universitario en la capital de una
comunidad relativamente cercana a Madrid.
A la antigua locutora de RTVE
le gusta documentarse y preparar a fondo los actos oficiales en los que
interviene. Son sus “sesiones de trabajo matinales”, y en aquella
entrevista quiso saber hasta el último detalle de aquella invitación
que, no tras mucho cavilar, había decidido finalmente aceptar.
-Se trata de inaugurar un anexo al campus universitario,
en el que se van a instalar nuevas facultades, que va a ser de enorme
utilidad para esta Comunidad Autónoma, y cuya primera piedra, por
cierto, pusieron hace ya unos cuantos años don Juan Carlos y doña Sofía.
-¿Cóóóómo?
¿Ééééésos? ¿Y yo voy a ir ahora a inaugurar algo que hicieron éééésos
hace 20 años? ¿Yo mezclada con éééésos a estas alturas? ¿Yo haciendo lo
mismo que éééésos? ¿Yoooooo? –Los dedos índices en paralelo apuntando
hacia fuera, los pulgares hacia arriba, en gesto de profundo disgusto,
en ademán desafiante del pistolero a punto de abrir fuego- ¡Quééé
horror! ¡Quééé horror! Repetía conmocionada.
Y el pasmo de la Consorte
era tan evidente que se puso en pie dando vueltas alrededor de la mesa,
las manos a la cabeza, como si no lo pudiera creer, como si le hubieran
insultado gravemente, como si le acabaran de anunciar una desgracia
familiar irreparable. Porque nada que haya tenido que ver con Juan Carlos I y/o con la sufrida Sofía de Grecia
puede/debe contaminar el buen nombre, el inmaculado crédito de esta
mujer ridículamente progre que detesta a sus reales suegros, que reniega
de la figura de Juan Carlos y Sofía por motivos, para empezar,
puramente ideológicos.
Terminó acudiendo a la
inauguración. El gesto agriado, la sonrisa glacial que luce en las
ocasiones en que quiere evidenciar que le da por el saco el acto de
marras, que no está a gusto y que se quiere ir cuanto antes. Y después
de la breve inauguración protocolaria, pasaron todos al salón de actos
donde esperaban las autoridades regionales, con el presidente de la
Comunidad y el señor obispo, puede que arzobispo, cardenal incluso, a la
cabeza, y un grupo de estudiantes invitados.
Letizia, su chaquetita
corta y su pantalón ajustado, vestida de “pobre” para la ocasión, porque
ella sabe vestir pobre cuando la ocasión lo pide, saludó de prisa y
corriendo, mueca incluida, a las autoridades y se dirigió directamente a
los estudiantes con los que departió muy animada, mostrando su trasero
al señor obispo, durante casi media hora. Cuando se cansó, dio media
vuelta, saludó con idénticas prisas a las atónitas autoridades y puso
rumbo a Madrid seguida por sus escoltas.
Esta es la reina consorte -¿reina con suerte?- de España.
Este es el material humano que anida en esta señora. La soberbia de una
señora que no sabe estar, que nunca llegará a saber estar, que no ha
interiorizado su papel como representante de la institución monárquica y
las obligaciones que ello conlleva, que ignora que las formas son
fundamentales a la hora de preservar la institución.
Han pasado ya unos
cuantos días desde el escándalo por ella protagonizado a la salida de la
misa de Pascua en la catedral de Palma. Los servicios de información de
palacio han logrado adormecer la polémica surgida, sobre todo en los
grandes medios, ello con la ayuda de las Cifuentes que a diario sacuden
la actualidad de la casa patria. Pero el resplandor de la hoguera sigue
intacto. Porque este no es un revolcón de prensa rosa. Esta ni siquiera
es una pelea matrimonial, por más que afecte a la pareja real. Este es
un asunto de Estado en tanto en cuanto afecta a la heredera al trono de
España, la princesa Leonor, a la futura Jefa del Estado, y por ello a la propia estabilidad del Reino.
Éramos
pocos y parió la abuela. Bueno, quien en realidad parió fue la nuera.
Una mujer que ha mostrado en público el sistema de valores que está
insuflando en sus hijas, la heredera del trono y su hermana: el de un
total desapego hacia los padres del actual Rey de España y hacia toda la
familia Borbón, como si esta bella niña Leonor fuera a encabezar la
dinastía plebeya de los Borbón-Parla, nada que ver con la italiana de los Borbón-Parma,
la dinastía populista del honrado bisabuelo taxista y la abuela
sindicalista de CC.OO., desafección como prueba de una falta de respeto
hacia sus mayores, y de ahí ese gesto airado, resabiado, con el que la
bella niña rubia rechaza la mano sobre el hombro que le tiende su
abuela, una Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, una royal
emparentada con todas las casas reales europeas, porque ella no quiere
que la toque, le da asquito, tantas veces se lo habrá reiterado la
consorte, y este es el gesto que ha escandalizado a España entera, un
gesto que fue un insulto a su suegra, la reina Sofía; a su marido, el
rey Felipe VI, y a todos los españoles de bien a quienes Felipe VI representa, y representa muy bien como demostró el 3 octubre pasado.
Un episodio digno de estudio psicológico
Un
incidente –el del rechazo de la mano de su abuela, y ese otro, aún
peor, consistente en pasar la mano por la frente de la heredera para
borrar de su piel el estigma de ese beso furtivo que le acaba de dar
doña Sofía, en episodio digno de estudio psicológico-, que está mal si
responde a un incontrolado impulso de la heredera, un arranque de
infantil incomodidad, pero que está mucho peor si, al final del camino,
es consecuencia de la comedura de coco a la que esta señora está
sometiendo a sus hijas en contra de sus abuelos, los Reyes eméritos. Es
la auténtica lección que cabe extraer de este penoso incidente, y la
pregunta inevitable y dolorosa que plantea: ¿en qué manos está la
educación de la futura reina de España?
La
inseguridad. Una inseguridad que le lleva a desconfiar de todo el mundo y
que le provoca esos prontos linderos con la arrogancia, ese gesto de
crispación, esa falta de naturalidad, ese envaramiento. Y la obsesión
por proteger a sus hijas, ocultar a sus hijas, evitar todo contacto con
sus abuelos, los reyes eméritos, alejarles de la familia Borbón…
Letizia
no autoriza ninguno de los viajes que la futura reina debería estar ya
haciendo, con el tiento debido, por los cuatro puntos cardinales de
España, y no permite que sus hijas acudan al funeral celebrado en Madrid
al día siguiente del escándalo mallorquín con motivo del 20 aniversario
de la muerte de don Juan de Borbón,
inexcusable falta por parte de una heredera al trono por muy joven que
sea. Todo como si las jóvenes princesas fueran propiedad privada, como
si temiera que pronto se las fueran a quitar, sabedora de que con el
paso del tiempo las niñas serán inevitablemente llamadas a tareas de
representación que las alejaran de ella, un destino que las aproximará a
los Borbones hasta confundirse con el apellido en la misma medida que
las alejará de los Rocasolano y su pequeño mundo.
Y ese peculiar universo de Zarzuela que puede acabar explotando entre el entorno del Rey –con Jaime Alfonsín como Jefe de la Casa, con Martínez Palomo como secretario general, con Miguel Herráez como responsable de Seguridad-, y el de la Reina –con José Manuel Zuleta (duque de Abrantes con grandeza de España, y varios títulos más) como jefe de su secretaría, todos con sus correspondientes valet de chambre,
dos universos paralelos plagados de celos y dispuestos al
enfrentamiento, a la putada consuetudinaria, hasta el punto de que, tras
un análisis detenido de las imágenes filmadas a las puertas de la
catedral de Palma, de quién las filma, y del “tempo” de su difusión, hay
quien llega a la conclusión de que alguien ha dado el visto bueno para
que salieran a la luz, de que ahí ha metido mano la dirección general de
RTVE, la vicepresidenta Soraya y el señor
Alfonsín, entre otros, para ilustrar lo que sería una seria advertencia
del entorno de Felipe VI –temeroso de lo que el entourage
de Letizia pueda llegar a maquinar un día- a la Reina Consorte. El
momento de darle una lección y enviarle un mensaje claro: chica, te
estás pasando varios pueblos…!
El entorno de la Casa
del Rey, el de la secretaría de la reina, y dos círculos concéntricos
más: el espacio exterior de los amigos y aduladores de Letizia, la
“corte” privada de la reina consorte, sus celebradas amigas, muchas de
ellas periodistas, con las que suele escaparse a cenar de cuando en
cuando, y sus amigos periodistas, los Grijelmo, Urdaci y demás, y naturalmente el entorno íntimo de los Ortiz Rocasolano, con la mami Paloma como alter ego,
la mujer que se ocupa de cuidar a las niñas cuando los reyes están
fuera –doña Sofía no puede poner un pie dentro del pabellón de los
Reyes; tiene vetada la visita a sus nietas-, que al parecer pasa más
tiempo dentro de Zarzuela que fuera y cuya influencia en las niñas es
más que obvia.
Cuatro mundos atrayéndose y repeliéndose, potaje
indigerible, cóctel explosivo que difícilmente puede salir bien y que
terminará explotando algún día por algún lado. Temor que el ridículo
montaje ideado cuatro días después a las puertas de la clínica donde el
emérito acababa de ser operado –la nuera ejerciendo de obsequiosa
abrepuertas, y las nietas haciéndose la foto de la mano de la abuela- no
ha hecho sino incrementar. ¿Y qué pensarán esas niñas a las que ahora
se les dice que no deben rechazar la mano de la apaleada abuelita por
mucho asquito que les dé…?
Isabel II y la futura reina Leonor
Una
cóctel explosivo cuyo primer responsable es el rey Juan Carlos, quien,
en lugar de ocuparse en mantener y sacar adelante una familia unida por
el amor y la atención constante, de cuidar la educación y las amistades
de sus hijos, se empleó a fondo en ver qué mujer iba a visitar su cama
la noche de aquel día y de dónde iba a lograr sacar un duro más para
engordar su peculio, por lo que no cabe extrañar que tanto el príncipe
Felipe como las infantas Elena y Cristina
terminaran haciendo unos matrimonios deleznables. Si la princesa Leonor
ha de llegar un día a ocupar el trono de España, su reinado no se podrá
parecer en nada al de aquella otra Borbón que lo ocupó en la primera
mitad del XIX, y mucho menos su educación: “Carecía
absolutamente de genio y se convirtió exactamente en lo que su educación
hizo de ella, y su educación fue tan mala que difícilmente hubiera
podido ser peor… La virtud no estaba en la familia y la virtud política
menos aún… No podía por lo tanto aprender nada bueno observando el
ejemplo de ninguno de sus padres y pasó sus años impresionables bajo la
influencia de cortesanos que le enseñaron que el reino era su propiedad
privada, y su capricho un principio suficiente para dirigir la elección
de sus ministros.Más aún, a la edad en que aún
debería haber estado en la escuela, la casaron con un marido que carecía
de los atributos esenciales de un marido. Y eso teniendo le diable au
corps”. Es la descripción que de Isabel II hizo su primer biógrafo (“The tragedy of Isabella II”), el inglés Francis H. Gribble.
“A
los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas si sabía leer con
rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres del pueblo,
de la aritmética apenas sólo sabía sumar siempre que los sumandos fueran
sencillos, su ortografía pésima. Odiaba la lectura, sus únicos
entretenimientos eran los juguetes y los perritos. Por haber estado en
manos de los camaristas ignoraba las reglas del buen comer, su
comportamiento en la mesa era deplorable, y esas características, de
algún modo, la acompañaron toda su vida”, dijo de ella el conde de Romanones.
“Yo
creo que Letizia ha traspasado todas las barreras que protegían la
convivencia en el seno de la familia real y lo ha hecho en público y de
forma ostentosa”, asegura alguien que sirvió muchos años en Zarzuela.
“Lo ocurrido es muy grave, y me parece que como no la metan en cintura
la cosa acabará mal”.
Un cóctel, el de Felipe VI, para el que solo
parece haber una solución razonable, pero que compete en exclusiva a su
vida privada.
Mucho más importante, casi trascendental, es todo lo que
atañe a la educación de la futura reina Leonor. ¿Corolario? La educación
de la princesa heredera no puede quedar ni un día más a cargo de su
madre y mucho menos de la abuela Rocasolano. Es una cuestión de Estado.
Alguien debería tomar cartas en el asunto (algo que no hará el
calzonazos Rajoy), como ocurriría en cualquier monarquía parlamentaria del mundo civilizado.
(*) Columnista