Según parece, murieron de consumo
ostentoso a mediados del siglo pasado. Certificó la defunción Daniel
Bell, con gran irritación de Gonzalo Fernández de la Mora, quien
reivindicaba para sí la patente del título. Estando muertas las
ideologías, ¿de qué podrían echar mano los seres humanos para seguir
entrematándose? Huntington encontró la fórmula: de las civilizaciones.
Las peleas serían ahora por algo mas inabarcable que las ideologías, por
las culturas en su sentido más amplio, profundo y perdurable: las
civilizaciones. Según el mismo autor: las luchas ideológicas eran
sustituidas por choques civilizatorios. Después, Rodríguez
Zapatero tendría la cándida idea de sustituir el "choque" por la
"alianza" de civilizaciones. En realidad, ideologías o civilizaciones,
ambas venían a ser disfraces y justificaciones de las eternas pulsiones
humanas: guerra, saqueo, opresión, rebelión, venganza, más guerra.
En tiempos de las ideologías, algunos creyeron que el comunismo era la
salvación e incorporaba la promesa de unas relaciones humanas libres de
aquellas taras. Hasta que la invasión de Afganistán por la Unión
Soviética en 1979 y su derrota diez años más tarde les hizo comprender
(aunque no a todos ni mucho menos) que, comunistas o no, los rusos eran
tan imperialistas como todos los demás. Unos veinte años más tarde las
necedades de Bush hablando de exportar la democracia a punta de cañón en
el Oriente Medio no conseguían disimular el objetivo de la sempiterna
guerra de rapiña, para quedarse con los recursos del Irak.
Ideologías,
civilizaciones, palabras altisonantes, conceptos graves, pompa y
circunstancia. Nuestros políticos -que han decidido ofrecer un solo
espectáculo de debate a cuatro el día 13- son gente práctica, con los
pies en la tierra, realista, con sentido común y no van a dejarse
envolver en las nieblas de la ideología. Por eso hablarán de cosas
tangibles, de las que dicen creer que verdaderamente interesan a la
gente: los impuestos. Y, como se ve, uno (precisamente el que menos
crédito tiene por ser un embustero redomado) promete bajarlos; otro
dejarlos en donde estan, pero bajando el IVA cultural (Rivera) y otros
(PSOE y Podemos), hablan de subirlos. Aparentemente, estamos en un
terreno realista, objetivo, que interesa a todos, utilitario, en
definitiva. ¿Cómo es posible que unos propongan lo contrario de los
otros? ¿Hay o no margen para bajar los impuestos?
Sí
y no. Y aquí es donde la maldita ideología reaparece de entre los
muertos porque en realidad no estaba muerta ni lo ha estado nunca. La
decisión de subir o bajar los impuestos no es una decisión económica,
sino política. En realidad, ninguna decisión económica es económica,
pero no tenemos tiempo aquí de probar tal verdad, porque toda decisión
colectiva es política. Hasta ese "óptimo de Pareto" que se quiere
impoluto es una decisión política. Una decisión es política cuando
beneficia a unos y perjudica a otros en función de opciones subjetivas
que se justifican por criterios puramente ideológicos.
Pongo
un ejemplo: todo el mundo está temblando por las pensiones;
especialmente los sinvergüenzas del gobierno que han saqueado el Fondo
de Reserva a base de comprar bonos del Estado, es decir, bonos basura
porque son bonos para financiar este desastre de Estado, que no tiene
para pagar a los médicos o a los profesores pero sí para alimentar a los
curas. Bastó, sin embargo, con que Pedro Sánchez dijera que, si había
problema con las pensiones, se pagarían mediante impuestos para el
Sobresueldos se le echara encima casi mordiendo. ¿Por qué? Porque, al
igual que los grandes empresarios (que, por cierto, no pagan al fisco),
cree que la recaudación fiscal es suya y no quiere malgastarla en
devolver a los pensionistas el dinero que les ha birlado y era suyo por
haber cotizado cuarenta, cincuenta, sesenta años.
Es
decir, subir o bajar los impuestos, como invertir aquí o allá,
subvencionar esto o lo otro, son decisiones colectivas que se basarán
(es de suponer) en documentación técnica de viabilidad pero que
responden a una decisión política que, a su vez, obedece a una
orientción ideológica. Si se escamotea la discusión sobre las
orientaciones ideológicas argumentando eficacia práctica, lo que se está
haciendo es permitir que en los debates queden por encima (y, por
tanto, arrastren más votos) quienes mienten más con las estadísticas en
la mano.
Y
esta es la trampa de esos encuentros mediáticos -en TV o en radio- en
la que la izquierda se deja engatusar por la derecha. Lo importante en
la acción colectiva no son los medios, sino los fines. La derecha lo
tiene claro. Como demuestra un examen somero de la última legislatura
del PP, el fin de su actitud era expoliar el erario, todos los fondos y
propiedades públicos y entregárselos en propiedad a los amigos y, de
paso, financiar la asociación de ladrones a la que llaman partido.
Por
el contrario, los fines de la izquierda no están tan claros ni mucho
menos. Teóricamente consisten en mejorar las condiciones de vida de los
sectores en desventaja, pero no hay acuerdo respecto a la forma, aunque
debiera haberlo si su opción fuera mirar de verdad por el interés de los
desfavorecidos y no por su propio ombligo, sus cargos y sus vendetas
personales.
Sería bueno que en el debate televisado del próximo13
de junio, los del PSOE y los de Podemos no se atacaran sañudamente como
acostumbran y concentraran sus ataques en descubrir cómo sus
adversarios gestionan la economía con criterios ideológicos para
beneficiar a los empresarios, capitalistas, banqueros y curas y cómo, en
el trayecto, parte de ese dinero acaba en los bolsillos de los
políticos que intervienen en estos latrocinios. No veo por qué no se va a
llamar indecente a un político que, como el sobresueldos, lleva
decenios cobrando cantidades de dudosa procedencia y amparando rodo tipo
de corruptelas en provecho propio, de sus familiares y amigos.
Cataluña no cabe en España
Parece
que los nacionalistas españoles comienzan a entender que la cuestión
catalana es una crisis constitucional española. No una “algarabía” como
definió en su día Rajoy el asunto con su habitual inteligencia, sino una
cuestión medular que afecta al fundamento mismo de la tercera
restauración y a la viabilidad del Estado. Gracias a esa conciencia se
han hecho algunas propuestas, pues la política es una actividad
práctica.
Abrió
camino Podemos, admitiendo el referéndum que los demás nacionalistas
españoles negaban, como lo hicieron ellos mismos hasta su fracaso en las
elecciones de 27 de septiembre de 2015. Ahora matizan que ese
referéndum habrá de ser pactado con el Estado, lo que equivale a quitar
con una mano lo que se da con la otra.
Reaparece
igualmente el PSOE, también moderando su primitiva intransigencia. La
gustaría un país federal en el que Cataluña tuviera un reconocimiento de
su especificidad. Menos da una piedra y algún socialista llega incluso
a hablar de “bilateralidad”, si bien otros recuerdan que cualquier
reconocimiento de especificidad y bilateralidad deberá hacerse en el
marco constitucional de la igualdad de todos los españoles. Al margen de
que los españoles no seamos iguales, yendo a la letra pequeña de la
oferta, se descubre que esta viene a ser como la cuadratura del círculo:
la singularidad catalana dentro de la igualdad española.
Una
vez más alguien está dando vueltas a eso que llaman “el encaje” de
Cataluña en España, una expresión convencional cada vez menos
significativa. ¿Y si, en realidad, Cataluña no tuviera encaje en España?
No es cosa de remontarse a los siglos pasados, práctica muy socorrida
en estos casos. Basta con observar cómo en el último, Cataluña se ha
desarrollado en un sentido mientras España lo ha hecho en otro, hasta
llegar a ser dos países distintos.
Cataluña
ha adquirido una plenitud que España no tiene y encajar la una en la
otra pudiera ya ser imposible por falta de fórmulas para ello. Pero el
nacionalismo español, siempre dos pasos por detrás de la realidad,
insiste en proponerlas dando por nuevas algunas que, como el
federalismo, cayeron en desuso antes de estrenarse. Un espíritu
generalizado en el independentismo tiende a ver la propuesta federal
como algo ya anacrónico y exige el paso al referéndum unilateral. Es
posible que este paso acabe siendo necesario, pero en el momento actual,
la posición de Puigdemont, parece dictada por la prudencia del que
quiere transitar “de la ley a la ley”, razón por la cual se muestra
dispuesto a un referéndum en el que el federalismo fuera una
posibilidad. Pero el referéndum es el punto de partida, no el de
llegada.
¿Cómo
han admitido por fin los nacionalistas españoles una ronda de ofertas
de reforma de la Constitucion? Sencillamente, porque no les ha quedado
más remedio. Al comienzo de la polémica, nadie pensaba que el proceso
soberanista alcanzara el punto que ha alcanzado, en el que la
independencia es una opción real. A partir de cierto momento se
considera imprescindible contrarrestarlo haciendo propuestas más o menos
razonables. Este es el giro de la política española, propiciado
seguramente por las nuevas elecciones del 26 de junio, de las que
Sánchez hace responsables a los independentistas catalanes.
Y
¿a qué se deben esas propuestas más o menos razonables sino es a la
unidad del frente independentista? En el fondo, bien claro está, en la
crisis del sistema español, la Cataluña independentista actúa como la
verdadera esencia de una oposición que falta en España. La oposición
verdadera en el Estado está territorializada y se llama Cataluña. Es la
unidad del independentismo el que fuerza al nacionalismo español a hacer
ofertas de reforma para resolver la crisis constitucional. Con todo y
ser insuficientes, más lo serían si esa unidad se rompiera por las
razones que fueran. En ese caso, las ofertas desaparecerían como por
ensalmo.
Es
la insistencia en la opción independentista la que fuerza la
presentación de fórmulas reformistas que tratan de evitar la convicción
de que, en el fondo, Cataluña no tiene encaje en España o, como
sostenemos aquí, Cataluña no cabe en España. Si la voluntad política
independentista catalana se rompiera, el horizonte de la construcción de
un Estado desaparecería y volverían los tiempos de la Comunidad
Autónoma, eso sí, muy específica.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED