SANTIAGO DE COMPOSTELA.- Xosé Manuel Beiras (Santiago, 1936) lleva fumando desde que, como le
sucede a cualquier fumador, empezó a hacerlo demasiado pronto. Él y sus
compañeros de carrera compraban una picadura infame de Tabacalera que
suavizaban luego con tabaco habano Partagás, y que alternaban cuando
podían con aquellos cigarrillos Ideales que eran como una bomba para los
pulmones, sin boquilla, empaquetados en papel y que había que engomar
con la lengua antes de prenderlos.
El fundador y exlíder del
Bloque Nacionalista Galego (BNG), probablemente la figura política,
intelectual y académica más relevante de Galicia desde la muerte de
Castelao en 1950, fumó en tiempos algo de rubio americano y mucho negro
durante la mili, y se cambió a la pipa cuando llegó a Francia con 21
años para matricularse en Derecho y Económicas en La Sorbona. La pipa le
permitía estudiar, leer y trabajar durante horas con mucha más
comodidad. Y además el vicio, por entonces mucho más elegante que ahora,
le salía mucho más económico.
Hijo de un histórico galleguista
que regentaba un modesto establecimiento de paquetería, el dinero no le
sobraba, tanto que en París sólo podía permitirse cenar en días alternos
para poder ir al cine, al teatro y a conciertos el resto de noches de
estómago vacío pero espíritu pleno y alejado de los años de plomo de la
España franquista.
Más tarde, en Londres, se acostumbró a los
Dunhill británicos que durante los años 80 y 90 acompañaron su imagen
pública de nacionalista irreductible, hasta que se prohibió fumar en el
Parlamento de Galicia, en la televisión y hasta en los mítines y las
reuniones del Consello Nacional del BNG.
Recibe a Público
en su casa de Brión, a quince minutos en coche de la capital de
Galicia, y durante casi dos horas de entrevista en gallego enciende seis
o siete Benson&Hedges. Le acompañan en sus gestos y hasta parecen
indignarse y lanzar bocanadas con él cuando advierte de que la izquierda
está condenada a repetirse en sus fracasos si se niega a sí misma sus
principios más elementales en el combate contra la ultraderecha.
Beiras
estructura su discurso en respuestas largas y reflexivas pero
suavizadas con una ironía tierna y cercana, con la que va hilando su
biografía con la historia, la economía, la filosofía, la geometría, el
cine, la literatura y la música, armadas en volutas azules que el viento
podría disipar pero que se asientan en un discurso tan inalterable como
las hermosas vistas del valle de A Mahía que se divisan desde su
huerta. "Sí, tengo 87 años y sigo fumando. Pero tengo los pulmones
limpios".
Estamos
en plena ola reaccionaria de ascenso de la extrema derecha en Europa,
pero en España las izquierdas han estado tirándose los trastos a la
cabeza hasta hace cinco minutos. ¿Esto tiene arreglo?
Primero
habría que analizar por qué está ocurriendo esa emergencia descarada del
fascismo y de los neonazis, la fascistización del PP y la aparición de
Vox, que en realidad es un partido neonazi. Yo no les llamo extrema
derecha, son nazis. El fenómeno que representan está perfectamente
conceptualizado desde los años 20 y 30 del siglo pasado.
¿En qué sentido?
Este año se cumplen 90 años de El resistible ascenso de Arturo Ui [la
obra de Bertold Bretch que narra el acceso al poder de un mafioso de
Chicago] y de todo lo que vino después: la quema del Reichstag alemán de
la que se culpó al Partido Comunista y la expulsión de sus ochenta y
tantos diputados.
Esa expulsión la propusieron los nazis, que fueron quienes habían
quemado el Reichstag, y se ejecutó gracias al voto a favor de la SPD
[los socialdemócratas]. ¿Por qué emerge Vox como partido con
representación parlamentaria? Porque, como entonces, hay un momento en
que al gran capital ya no le sirven las reglas del juego.
¿La
situación actual en España es entonces asimilable a la del ascenso de
los fascismos en los años veinte y treinta del siglo pasado?
El gran capital nunca asumió la democracia porque es incompatible con
sus intereses. Hace cien años, lo que estaba en el centro de la
estructura económica del sistema mundo era el capital monopolista de
Estado. Ahora se ha convertido en capital trasnacionalizado y
financializado. De las tres formas del capital -el comercial, el
industrial y el bancario o financiero-, el que tiene la hegemonía desde
la época de Thatcher y Reagan es el financiero.
En
España, tras el susto de las elecciones de 2015, cuando desaparece el
bipartidismo y emerge Podemos, el capital bancario responde montando un
Podemos de derechas: Ciudadanos. El Banco Sabadell, ¿verdad?
Luego
ocurre la traición de la cúpula felipista del PSOE en otoño de 2016,
cuando fuerzan la abstención para que siga gobernando Rajoy, que llevaba
desde 2011 encabezando una dictadura de la oligarquía disfrazada de
mayoría absoluta, que no respetaba los derechos constitucionales y que
los estaba derogando uno a uno, vaciando de contenido los títulos
Primero y Octavo de la Constitución. Es ahí cuando descabezan a Pedro
Sánchez. Al año siguiente, emerge Vox.
¿Por qué cree que la izquierda erró en su análisis y en su respuesta a esa situación?
La
izquierda rupturista estaba formada por aquel Podemos inicial nacido de
la rebelión cívica de 2011. Una rebelión que en realidad ya había nacido
en Galicia en 2002 con Nunca Máis, que fue su primera expresión
rotunda, y luego con la movilización contra la guerra de Irak en 2003.
La ciudadanía se sentía huérfana, "no nos representan", decían.
Y no era
sólo el proletariado industrial, sino también las clases trabajadoras y
la pequeña burguesía, la estructurada en torno a los pequeños
empresarios y los autónomos. Esa rebelión cívica era rupturista, quería
cambiar el régimen porque advirtió que el régimen no servía para
resolver los problemas, sino sólo para ponerle cataplasmas.
Esa rebelión también provocó un cambio en las alianzas políticas tradicionales de los nacionalismos y la izquierda.
Los
pioneros fuimos ese segmento del BNG que decidimos apostar por una
alianza con la izquierda estatal que el Bloque rechazó. Si hubiera
llegado a aceptarla, Feijóo habría perdido las elecciones y el
nacionalismo en Galicia habría sido hegemónico.
Después llegaron las alianzas con las mareas municipales, no sólo aquí:
Barcelona, València, Madrid, Andalucía... Y Podemos decide que hay que
catapultar esa energía para cambiar la correlación de fuerzas en las
Cortes. En un principio lo consiguen, y de las elecciones de diciembre
de 2015 salen unas Cortes en las que, sobre todo en el Congreso,
desaparece el bipartidismo e irrumpen las fuerzas nacionalistas
progresistas: En Marea, Bildu, ERC... Y después aparece Vox.
Esa
irrupción no se traduce en un Gobierno de izquierdas. El PP había
ganado las elecciones con 123 escaños y Vox no tenía representación, y
aunque Ciudadanos tenía 40 diputados, entre el PSOE, Podemos y sus
aliados -ERC y EH Bildu- sumaban 172.
Es que no
se permite que haya un Gobierno de coalición de la izquierda. Cuando en
enero acordamos hacerle una propuesta a Pedro Sánchez, el mensaje que
se lanzó fue que Pablo Iglesias había empezado a reclamar carteras
determinadas.
Hizo mal
en eso, pero ese día por la mañana se acordó una comisión de trabajo
para estudiar la forma de ese Gobierno de coalición. ¿Y qué sucede? Que
por la tarde Pedro Sánchez se reúne con ese catalán de Ciudadanos,
este... ¿Cómo se llama?
¿Se refiere a Rivera?
Sí, a ese... Miguel Primo de Rivera [risas].
Quiere decir Albert Rivera.
Albert
Primo de Rivera, claro [risas]... ¿Y qué sucede entonces?, decía. Que
para poner a Patxi López de presidente de la Mesa del Parlamento el PSOE
accede a que la derecha tenga mayoría en ella. Una Cámara con
abrumadora mayoría de izquierdas y nacionalismos emancipadores, y en la
Mesa la que tiene mayoría es la derecha.
Fue esa misma Mesa la que retorció el reglamento para evitar que En
Marea, que tenía seis diputados, dos senadores y más del 15% de los
votos en todas las circunscripciones gallegas, tuviera grupo
parlamentario propio. A Compromís le sucedió lo mismo y se fue al grupo
mixto, pero nosotros, por lealtad, nos quedamos y acordamos que En Marea
funcionaría dentro del grupo de Unidas Podemos como subgrupo con
libertad de voto.
¿Cómo fueron aquellas conversaciones?
Lo más
increíble es que Felipe VII —yo le llamo así porque Felipe VI fue en
realidad Felipe González— recibe a Pablo Iglesias, que le dice que apoya
a Pedro Sánchez y que está dispuesto a ir a un Gobierno de coalición
con el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes. Después de comer,
el monarca recibe a Sánchez y éste le dice que está dispuesto a aceptar,
pero que primero hay que consultar al PP porque tenía más votos.
Felipe
VII recibe a Mariano Rajoy, que le dice que no. Pero el monarca propone a
las Cortes a Rajoy para montar aquella situación de impasse.
Cuando la Constitución española no le atribuye la proposición a las
Cortes de un candidato, sino informar de las conversaciones a su
presidente, que es quien propone.
Y de ahí a las segundas elecciones.
Sí,
empieza el follón. A Sánchez le dicen en septiembre que tiene que
abstenerse y él se niega. Tuvo agallas. Y empieza a articularse la
estrategia que acabaría tras la moción de censura de 2018 en un Gobierno
de coalición, que empieza a desmovilizar aquella rebelión cívica.
No se
puede estar a la vez en el Gobierno y en la calle a no ser que tengas
una red como, por ejemplo, la que tenía la SPD a finales del siglo XIX y
principios del XX en Alemania en torno a su espacio político: los
sindicatos, las casas del pueblo, las organizaciones juveniles,
culturales... Podemos no la tenía, no se instaló en la sociedad. Tampoco
En Marea.
Parece que la izquierda es más débil ahora que hace un siglo frente al ascenso de los fascismos.
Ahora es mucho más peligroso. Yo lo explico como una metáfora de
geometría. Hay una máxima que dice que la historia siempre se repite,
que caló en la izquierda por una interpretación equivocada de El 18 de brumario de Luis Bonaparte,
de Carlos Marx. Cuando habla de la revolución de 1848, explica que la
historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Pero no se
refiere a la propia historia, sino a sus personajes.
Quiero
decir que la historia avanza en espiral, en tres dimensiones. Si la
proyectas sobre un plano verás un círculo que parece que se repite, pero
no, en realidad está en tres dimensiones y es una espiral. Ahora
estamos en la vertical de la Europa occidental de los años veinte y
sobre todo de los años treinta del siglo XX.
Con
situaciones análogas en el contexto socioeconómico, cultural, etcétera.
Pero con la diferencia de que la potencia del gran capital se ha
multiplicado por varios millones. Hace un siglo no había ninguna
compañía trasnacional que tuviera más poder que un Estado. Hoy sí.
Incluso con más poder que los Estados Unidos, como vimos en la crisis de
2008.
¿Cómo se traslada esa reflexión a España?
Cuando
en España llega un Gobierno progresista, tiene el Gobierno, pero no
tiene el poder. Yo le reconozco a Pedro Sánchez que ha sido muy
inteligente, porque que en esas circunstancias no puedes tomar medidas
rotundas que satisfagan a toda la ciudadanía que había participado en
aquel horizonte de combate rupturista.
Una
ciudadanía que empieza a sentirse huérfana de nuevo, pero que ya no está
en aquella rebelión cívica. La dinámica sociopolítica pasa de estar en
la sociedad a estar en las instituciones. Es análogo a lo que sucedió
con el proceso de independentismo catalán.
¿Por qué?
Yo viví
ese proceso y participé como observador en todas las convocatorias de
consultas municipales que se organizaron a partir de 2011 y 2012 en
Catalunya. Era impresionante. El referéndum lo estaban impulsando los
ciudadanos, no los partidos. El único partido que estaba ahí metido eran
las CUP, pero sólo como elemento logístico porque tenían una
organización local muy extensa.
Cuando los independentistas ganan las elecciones de 2017 y convocan
el referéndum, la dinámica política pasa de la sociedad civil a las
instituciones, a la Generalitat, que está dentro del marco del Estatut
de Autonomía de Catalunya y de la Constitución española que precisamente
el independentismo quiere trascender. Pretendieron la independencia
rompiendo las mismas instituciones que ellos dirigían.
Así les
cayó la que les cayó, y por eso la sociedad civil empezó a
desorganizarse y a desmovilizarse. Hay que tener en cuenta todo eso para
entender lo que pasa después de 2018 en el conjunto del Estado, la
hostilidad brutal y el acoso sistemático que puso en estado de sitio no
sólo al Gobierno de coalición, sino a la mayoría progresista de la
Cámara de Diputados.
Sumar ha
anunciado que lleva en su programa una consulta popular sobre lo que se
decida en la mesa de diálogo con Catalunya. Después de ese proceso del
que usted ha hablado, da la impresión de que Sumar nace con miedo. No hace ni una sola mención al referéndum.
Es que
Sumar ya había desertado cuando era Unidas Podemos. Yo no hablo mal de
Yolanda Díaz, pero es que la historia es la que es. Ella estuvo en
Alternativa Galega de Esquerdas (AGE) y luego en En Marea, que tenía
cinco diputados en el Congreso y cuyos estatutos decían que las
decisiones políticas que tenían que seguir los representante en las
Cortes las tomaba el órgano colegiado de En Marea en Galicia.
De esos
cinco diputados, dos provenían del espacio nacionalista, pero no del
espacio dogmático, sino del abierto a alianzas. Estaban en minoría. Los
otros tres, entre ellos Yolanda Díaz, se pasaron los estatutos de En
Marea por el arco de triunfo. Funcionaron en clave de Pablo Iglesias, no
en clave de En Marea. Y con el referéndum de Catalunya, se bajaron los
pantalones. Ese otoño yo tuve un cristo gordo con Pablo Iglesias por ese
asunto.
¿Pesaron también las cuestiones personales?
No lo lean así, pero ellos acababan de empezar en verano un proyecto para sacar un libro colectivo [Repensar la España plurinacional,
con participación de Xavier Doménech, Dominique Saillard, Enric
Juliana, Irantzu Mendia y los propios Beiras e Iglesias, entre otros]
para el que me pidieron un ensayo.
El libro salió en septiembre y no me invitaron a la presentación en
Madrid. Y en el periodo entre las elecciones de 2017 en Catalunya y el
referéndum adoptaron una postura neutral, cuando en esa situación ser
neutral era estar a favor de quienes se querían cargar el proceso.
Un día
llamé a Pablo y le dije: "Oye, ¿pero tú has leído mi artículo?". Me dijo
que sí, y hasta me mandó fotos del libro abierto en esas páginas. "Pues
estáis haciendo todo lo contrario", le respondí. No tuvieron narices
para apoyar el proceso independentista de Catalunya, no entendieron algo
crucial por lo que nosotros ya nos habíamos jugado el tipo en el Bloque
y que derivó en lo que fue primero AGE y luego En Marea.
¿Cómo relaciona usted ese proceso de AGE y En Marea con lo que en su opinión no entendieron Pablo Iglesias y Yolanda Díaz?
Vamos a
ver. Hay que hacer política analizando dos sistemas de ejes de abscisas y
coordenadas. Uno, la estructura de clases, es decir izquierda y
derecha. El segundo: cuando se trata de una nación sin Estado, los ejes
son la nación sometida y el Estado que somete. Hay que situar la
expresión de las posiciones políticas en esos dos sistemas de
coordenadas y luego superponerlos. Porque puedes llevarte sorpresas.
El nacionalismo gallego siempre tuvo muy claro que para ganar esa
guerra había que dar la batalla decisiva en las instituciones centrales
del Estado. Nosotros teníamos muy claro por qué habíamos hecho esa
alianza. Si los vascos, que habían optado por la lucha armada, habían
sido derrotados; si los catalanes, tras un proceso cívico absolutamente
ejemplar, no sólo no lo consiguieron sino que sus líderes acabaron en la
cárcel... O tienes alianzas con la izquierda estatal, sobre todo si es
una izquierda rupturista, o no puedes dar esa batalla. Eso fue lo que
nosotros sí entendimos.
¿Se
trató entonces de una reflexión científica, digamos, basada en el
análisis histórico de lo que había sido el nacionalismo gallego?
El nacionalismo gallego quizá lo entendió mejor que el resto porque
siempre fue menos fuerte y porque nunca fue un nacionalismo burgués.
Siempre fue un nacionalismo democrático, republicano y popular, que
nació con la revolución gallega de 1846.
En La era de la revolución, donde Eric Hobsbawn analiza la
historia política de Europa desde la Revolución Francesa de 1789 hasta
la de 1848, en el último capítulo explica que esta última no fue una
erupción volcánica imprevista, sino que hubo un proceso de erupciones
que arrancan de la de 1830 y que una de ellas, que menciona como
precedente, es la rebelión popular gallega de 1846.
Era un
nacionalismo republicano, conectado con la lucha de los agraristas, de
los siervos contra los señores, de los foreros contra los foristas. Un
tipo como Alfredo Brañas, que era nacionalista conservador, que era
regionalista, de derechas, católico, defendía a los siervos frente a los
señores, e invocaba el ejemplo de Irlanda.
¿Esas claves históricas se pueden seguir aplicando hoy ? ¿Las tuvieron ustedes en cuenta a la hora de tejer alianzas en AGE y luego entre Anova y Podemos?
Los
nacionalismos emancipadores son fundamentalmente de izquierdas. Un
proceso de emancipación nacional en el fondo siempre es un proceso
libertario. Marx y Lenin lo tenían muy claro. Yo nunca hablé de
nacionalismo español. Eso es chauvinismo. El nacionalismo de un país que
tiene un Estado propio y soberano es chauvinismo. Si sólo es
nacionalista para oprimir a otros, es nacionalismo imperialista.
¿Qué nos
enseñaba a nosotros la historia reciente del Estado español sobre las
cuestiones nacionales? Para el Estado español los vascos eran
terroristas; los catalanes, fenicios con los que se podía resolver todo
con dinero, y Galicia, una colonia a la que podían mandar a un virrey
como Fraga, como hizo Felipe González trucando las elecciones
autonómicas de 1989.
En el
caso catalán, los catalanes hicieron un Estatut muy consensuado, con un
referéndum en el que, por cierto, yo hice campaña por el "no" con Carod
Rovira... Un Estatut que luego se cargó el Tribunal Constitucional. Pero
oiga, ¿quién se cree usted para cargarse un texto aprobado primero por
el Parlament de Catalunya, luego por las Cortes Generales y luego por la
ciudadanía en referéndum? Los miembros del Tribunal Constitucional
tenían que estar en el trullo, procesados e inhabilitados de por vida.
Un Estado que hace eso no es un Estado democrático. Eso es lo que la
izquierda no se atreve a decir públicamente.
Uno
de los puntos del acuerdo exprés que PP y Vox han alcanzado en el País
Valencià hace una referencia explícita a la retirada de subvenciones a
cualquier tipo de organizaciones que promuevan los Països Cataláns.
¿Cómo pueden los nacionalismos de izquierda en esos territorios plantar
cara a eso que usted llama el chauvinismo españolista?
Quien
debía plantarle cara es el poder judicial, si fuera constitucionalista.
Porque va contra la Constitución. Como cuando en Aragón dicen que se van
a cargar la enseñanza del aragonés. El artículo 3 de la Constitución
establece que el español es la lengua oficial del Estado, pero también
que los otros idiomas tendrán que ser promovidos, apoyados y amparados
por el Estado.
Están
yendo contra la Constitución. El Tribunal Constitucional debería entrar
ahí por iniciativa propia. No hay que encargarle ese trabajo a los
nacionalistas, que bastante tienen. Lo que no funciona es la
Constitución.
¿No funciona la Constitución o no funciona la manera de aplicarla?
La Constitución funciona cuando se la aplica. Si no, es papel mojado.
¿En que año asesinó ETA a Ernest Lluch? Sobre el 2000, ¿no? Dos días
antes yo estaba dando una conferencia en la Universidad Autónoma de
Madrid y llevaba un librito editado por el Parlamento de Galicia con el
Estatuto de Galicia y con la Constitución. Durante el coloquio, leí
algunos de los artículos del Título Primero: la justicia, el sistema
tributario, etcétera. "¿Este está vigente?", preguntaba. "No", me
respondían. "¿Y éste". "Tampoco". "¿Y este otro?". "Tampoco".
Los
alumnos sabían que en pleno año 2000 muchos preceptos de la Constitución
no estaban vigentes. Al día siguiente me dieron la noticia del
asesinato de Lluch, éramos muy amigos desde los años sesenta y me fui a
Barcelona para asistir a la manifestación. Por eso lo recuerdo tan bien.
Si la Constitución ya no estaba vigente entonces, imagínense ahora. Los
primeros que se la pasan por el forro son los miembros del Tribunal
Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. Tenían que estar todos
en la cárcel.
¿Cómo deberían responder a eso la izquierda y los nacionalismos?
En la
izquierda caemos en la trampa que nos impone esa dialéctica de los
fascistas apoyada por las brunetes mediáticas, por la cúpula del poder
judicial y por buena parte de la magistratura. Mucha de la cual, por
cierto, es más fascista que el propio Fríjol [en gallego, feixó significa
fríjol, judía]. Y la izquierda sale a dar explicaciones. No hay que
darles explicaciones. No se puede razonar con una piedra, con un canto
rodado, con una planta. Es inútil.
Es entrar
en su juego para acabar hablando de lo que ellos quieren, cuando lo que
habría que hacer es cortarles el discurso. No es cuestión de derechas o
izquierdas, sino de demócratas o antidemócratas. Lo que está sobre la
mesa es si sobrevive por lo menos una interpretación democrática de la
actual Constitución, y por lo tanto lealtad y fidelidad a la letra de la
Constitución, o si nos arrasan los que van a coger todo eso y van a
convertirlo en algo inexistente.
O sea, si
vamos a tener un franquismo sin Franco, pero peor que el de los años
setenta. Porque en el franquismo de los años setenta la gente tenía el
horizonte de que aquello no podía durar, se estaba descomponiendo. Y
ahora no, ahora está empezando.
¿También en Europa y el resto del mundo? Orbán, Meloni, Bolsonaro, Trump...
También. Y
quien tiene la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Europa es
la UE. ¿Cómo puede Borrell decir las barbaridades belicistas que está
diciendo? ¡Un socialdemócrata! Acabo de leer un artículo sobre lo que
pasó con Jürgen Habermas [el filósofo alemán que ha abogado por las
conversaciones de paz con Rusia para acabar con la guerra de Ucrania y
que ha sido duramente criticado]. Yo no estoy de acuerdo con la invasión
de Ucrania, pero es que ni la ONU ni la Unión Europea han puesto coto
al proceso que ha ido cercando a Rusia.
Ojo, no
cercando a Putin, sino a Rusia. Porque todo lo que se le achaca a Putin
viene de los años noventa, de Yeltsin. ¿Quién desmanteló el entramado
estatal de la economía rusa? ¿Quién impulsó a los nuevos oligarcas?
¿Putin? No, esa es la herencia de Yeltsin.
Toda esa
literatura y esa narrativa cinematográfica sobre el caos nuclear en
Rusia, con misiles y bombas nucleares circulando por el mercado negro de
armamento de medio mundo, ¿de dónde viene? De la época de Yeltsin, que
montó la contrarrevolución de lo que se llamaba el Partido Yanqui en
Moscú. La historia es la que es, pero eso no se ve reflejado en los
medios ni se debate en las organizaciones políticas de izquierda.
Hablaba
de Habermas. ¿Cree que en Europa hay una suerte de persecución contra
la intelectualidad que no suscribe el relato oficial sobre la guerra de
Ucrania, y que la izquierda la ampara?
Voy a ponerles un ejemplo. Mi pareja y yo somos melómanos a tope,
estamos suscritos a canales de música clásica y somos muy admiradores de
un director ruso extraordinario, Valeri Guérguiyev. Fue quien mantuvo
viva la orquesta del Teatro Mariinski de Leningrado —o de San
Petersburgo— durante los años 90, y en los años 2000 dirigió en la sala
Pleyel de París la integral de sinfonías y conciertos para piano y para
violín de Prokófiev y la integral de Shostakóvich, sinfonías y
conciertos para violín, para piano, para violonchelo...
Pues
bien, le invitaron a dirigir la London Simphony, una de las mejores
orquestas del mundo, y dirigía también una de las dos grandes orquestas
de Baviera. Cuando estalló la guerra de Ucrania, la dirección
administrativa de la orquesta le exigió que firmara un documento contra
Rusia y contra la guerra. Se negó, lo cesaron y desde entonces está
desaparecido del mapa. Ya no dirige, y en las televisiones europeas ni
siquiera emiten conciertos suyos anteriores a la guerra.
Díganme,
cuando fue la invasión de Irak, ¿hubo algún caso en el que se exigiera a
algún director occidental que denunciase a la OTAN bajo amenaza de
quedarse sin trabajo? No, ¿verdad? Hay una inquisición que pesa también
sobre la izquierda. Es un peso tan brutal que, por ejemplo, obliga a
Pedro Sánchez a hacer lo que hizo con respecto a los saharauis, que es
absolutamente impresentable. ¿O es que el monarca marroquí es un
demócrata consumado? ¿Quién es más tiránico: ese monarca o Putin?
La
izquierda política no se está dando cuenta de que está equivocada.
Porque lo más importante que está ocurriendo en el sistema mundo no está
ocurriendo en la guerra de Ucrania. Allí está ocurriendo lo más grave y
lo más peligroso, pero no lo más importante.
¿Y qué es lo más importante que está ocurriendo?
El fin de
la hegemonía del dinosaurio norteamericano, que ya está herido de
muerte y que enfrenta el peligro de la desdolarización de la economía
mundial con el Nuevo Banco del Desarrollo del BRICS, en el que
participan potencias demográficas y económicas como Brasil, Rusia,
India, China y Sudáfrica, que preside Dilma Rousseff, y al que otros
países como Argentina, la Colombia de Petro y Venezuela ya han dicho que
están interesados en entrar.
Si
potencias de esas dimensiones económicas y demográficas deciden dejar de
funcionar en dólares en sus transacciones comerciales, financieras y
monetarias, la hegemonía de Estados Unidos habrá terminado. Ese es el
factor que está provocando el nerviosismo de Estados Unidos con China,
no Taiwán. Pero la izquierda europea no se está enterando. Es elemental,
pero yo no veo que haya ningún debate sobre eso, no lo mencionan ni
siquiera en charlas informales. Sólo Ucrania, Ucrania, Ucrania...
Al
margen de ese nuevo orden económico mundial al que parece que
avanzamos, ¿cree que la izquierda española está contribuyendo por acción
u omisión a la distorsión del relato sobre Rusia y Ucrania?
Es que
parece como si Rusia no fuera parte de Europa, o como si Crimea no fuera
parte de Rusia. Vamos a ver, ¿quién era Catalina la Grande? Siglo
XVIII, ¿quién era su ministro más eficaz, y que además fue su amante?
Grigori Potemkin. ¿Qué sucedía en Crimea en el siglo XVIII? Que era la
puerta de entrada a Europa de turcos y otomanos. La zarina, con
Potemkin, elabora un plan para repoblar y ordenar Crimea y taponar la
entrada de los turcos.
¿Y qué tiene que ver eso con la Ucrania actual? Me explico: en El acorazado Potemkin,
la película de Serguéi Eisenstein de 1925, los acontecimientos tienen
lugar en Odesa, la tercera ciudad de Ucrania. ¿Acaso estaba Eisenstein
rodando en el extranjero una de las películas básicas sobre la
revolución soviética?
Más aún, la Cantata Alexander Nevsky, de
Prokófiev, ¿para qué fue compuesta? Para la película de Eisenstein de
1938 sobre Alexander Nevsky, que en el siglo XIII organizó un ejército
popular contra los caballeros teutones, contra los cruzados. La batalla
decisiva es la batalla del Lago Peipus, por cierto muy parecida a la
batalla de Azincourt que narra Shakespeare en Enrique V.
Pero
sigo: ¿Dónde sucede la apoteosis de la película? ¡La entrada en Kiev!
[Risas] ¡Hasta podría ponerme en plan cabrón y decir que Putin está
haciendo lo que hizo Alexander Nevsky hace no sé cuántos siglos! Hay un
analfabetismo tan brutal, una falta de conocimiento y de memoria
histórica en los grupos dirigentes de la izquierda que a mí me entra
pánico.
¿Eso
se traslada a las referencias ideológicas? ¿Hay un déficit ideológico y
de solidez en la construcción intelectual del discurso de la izquierda?
Sí. Desde
el momento en el que el PC renunció a la lucha de clases. Es como si un
científico renunciase a la teoría de la atracción de los cuerpos
celestes de Newton, como si dijera que las teorías de Einstein son una carallada o si le diera miedo citar lo que explicó Max Planck sobre las funciones discontinuas, los cuantos, las leyes deterministas en la ciencia y en la física...
¿Se
imaginan a un físico diciendo una barbaridad así? Pues hay dirigentes
políticos que dicen barbaridades equivalentes, ya no sólo del PP, sino
de la izquierda. Y no pasa nada. Sí, hay una cobardía intelectual
pasmosa que me cabrea muchísimo y me pone los pelos de punta. ¿Dónde
está la fuerza alternativa a la barbaridad que se nos viene encima? Hay
miedo a decir que eres socialista, marxista, anticapitalista...
¿Pero la ciudadanía está preparada para recibir ese tipo de mensajes? Si vemos la campaña del PP en las municipales, con el 'Que te vote Txapote'
, agarrándose a los apoyos de Bildu al Gobierno en el Congreso para
intentar romper la campaña... Eso cala en el electorado socialista.
Porque
quien debería rebatirlo no tiene credibilidad. El BNG empezó en el
Parlamento de Galicia en 1985 con un diputado, que era yo. En 1989,
cuando mandaron a Fraga aquí, fueron seis menos uno, el que nos robaron.
En 1993 pasamos a trece, que no fueron quince por muy poco. Y en 1997
dimos el sorpasso al PSOE. ¿Cuál fue mi contribución en todo eso?
Decir las cosas como ustedes dicen que la ciudadanía no está preparada
para entenderlas.
Eso de
que el pueblo es ignorante es falso, es un montaje de la derecha. Es
cierto que ha habido un proceso de analfabetización ideológica y
política de las sucesivas promociones y generaciones de quienes no
vivieron el franquismo, y que no tienen antídotos contra lo que está
pasando, porque nadie se lo ha explicado. Hubo una amnistía que amnistió
a los asesinos, se hizo borrón y cuenta nueva con la historia, que
acaba en la Guerra de Independencia.
Nada de
la República ni de la historia del franquismo en la enseñanza, como si
la democracia la hubieran traído Juan Carlos y Felipe González y las
libertades ya estuvieran ahí. No, es al contrario. Los derechos y las
libertades se conquistan, pero o se ejercen sistemáticamente o se
pierden, que es lo que está pasando ahora.
Ha dicho que la democracia está en cuestión, ¿pero lo que tenemos es de verdad una democracia plena?
El pacto
de la reforma política, además de una aberración, es una traición. Fue
un pacto con el franquismo. Y no es exclusivo de España, ha ido
sucediendo en Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A
medida que se extendía, el modelo de democracia occidental se vaciaba de
contenido. Cada vez más Estados democráticos y cada vez menos
democracia en el sentido filosófico de la Grecia clásica.
El mismo
Aristóteles, que no era de izquierdas sino de derechas, cuando definía
democracia decía que no tenía que ver con la aritmética electoral, sino
con el poder del demos, en el sentido de la Atenas de
Pericles. Por cierto, ¿saben quién fundó y lideró en Atenas el Partido
de los Pobres, el primer partido de base equivalente a los Sans-culottes
de la Francia revolucionaria? Fue Aspasia, la amante de Pericles. No
entiendo por qué el feminismo no utiliza ese referente.
Pero quiero decir que la democracia
consiste en eso. Lo otro es un régimen de partidos y de elecciones
libres, entre comillas. En el Estado español no tenemos una democracia.
No es un régimen democrático. La Constitución es un diseño con normas
democráticas, sobre todo en el Título Preliminar y en el Título Primero,
que cada vez se aplican menos. Pero no es una democracia, ni siquiera
una monarquía parlamentaria. Es una monarquía constitucional.
Con la Constitución como una 'carta otorgada'.
Más bien diría que la carta otorgada
son los estatutos de autonomía. Por eso en Galicia no podíamos
aceptarla, porque reivindicamos el ejercicio de la soberanía popular,
que somos un pueblo con identidad propia, una nación con casi doscientos
años de lucha cívica. Y eso que el nacionalismo gallego nunca fue
independentista, pese a que tuvo segmentos independentistas.
Yo me
pasé decenios siendo respetuoso con el régimen de la Constitución y del
Estatuto, pero mi discurso siempre estuvo dirigido a trascenderlo. Tú
puedes optar en las Cortes españolas, y me refiero a Podemos en 2015,
2016 y 2018, a entrar en un Gobierno. Y es cierto que se han hecho
muchas cosas positivas que no se hubieran hecho si no hubiera estado
Podemos. Las medidas más progresistas en defensa de la ciudadanía que
hizo el Gobierno de Sánchez fueron iniciativa de Unidas Podemos con el
apoyo de ERC y Bildu.
Pero una
cosa es eso y otra que renuncies a un discurso que ponga el norte a
medio plazo a trascender el actual régimen político. Porque si no, la
gente no sabe hacia dónde vas. Hay que hacer pedagogía, la izquierda
tiene que hacer pedagogía. Siempre.
¿Cómo se defiende mejor eso: votando a la izquierda estatal o a los nacionalismos?
En las elecciones del 28M, ¿quién ha resistido mejor a la avalancha de la ultraderecha?
Galicia, Euskadi y Catalunya, ¿no?
No, ¿quién resistió mejor en la izquierda a la izquierda del PSOE? En
el eje de la contradicción de clase, Unidas Podemos, lo que hoy ya es
Sumar, no resistió a esa ofensiva. ¿Y quién no sólo resistió, sino que
incluso avanzó? EH Bildu y el BNG, en el eje nación sometida frente a
Estado que somete. No hablo de Catalunya, porque es mucho más complejo
después de que el Estado español desarbolara todo el independentismo, el
independentismo burgués de Junts y el progre de ERC, que no es
propiamente obrero ni socialista.
Quiero
decir que las posiciones más rotundamente opuestas en su práctica
interna, en su discurso frente al nazifascismo que viene, fueron EH
Bildu y el BNG. Porque son organizaciones de izquierda, tan de izquierda
como Sumar en su discurso, pero porque además defienden a pueblos que
llevan siglos de lucha y que tienen memoria del franquismo.
Y en el caso
de Galicia, del fraguismo. El apoyo sociológico que tiene hoy el BNG es
el apoyo del BNG más el apoyo del nacionalismo que no estaba en el BNG y
que se pasó a él cuando Unidas Podemos reventó aquí por la traición de
sus dirigentes, con el incumplimiento de los acuerdos de los que he
hablado antes.
Y en
Euskadi, el PNV se ha puesto de acuerdo con el PSOE y hasta con el PP
para ponerle un dique de contención a EH Bildu. Significativo, ¿no?
Claro que este PNV no es el de Arzalluz, Gorka Aguirre, Joseba Egibar,
Markel Olano... Ese PNV era otra cosa, un partido socialcristiano. ¿Les
cuento una anécdota?
Por favor.
Cuando
tras las elecciones autonómicas de 1997 el nacionalismo gallego empezó a
cotizarse fuera, empezó nuestra relación con el PNV. La primera vez que
nos reunimos fue en Bilbo, en Sabinetxea, la sede del PNV. Acudimos una
delegación del BNG en la que había representantes de la UPG, Pilar
García Negro y Francisco García. Nos fuimos a comer y al volver,
Arzalluz, que no había estado por la mañana, estaba en la sala.
Su
recibimiento fue más o menos así: "¿Qué, qué tal os han dado de comer
estos chicos? Porque si volvéis a Galicia diciendo que somos unos
meapilas, no pasa nada. Pero si volvéis diciendo que no os dimos bien de
comer, es una ofensa nacional" [risas]. Arzalluz era otra cosa.
En el
año 98, en el tiempo de Galeuscat [Galeuscat-Pueblos de Europa], nos
hicimos muy amigos, de mucha confianza. Mi pareja, Aurichu [la pintora
Aurora Pereira] y yo, incluso estuvimos en reuniones del Euskadi Buru
Batzar [Comisión Central de Euskadi, el órgano ejecutivo nacional del
PNV].
Arzalluz
llegó a decirme que el pacto con Aznar en 1996 había sido un error
histórico. Y también que fue Pujol quien les arrastró a ese pacto. Luego
Pujol me dijo en una ocasión que tras las elecciones de ese año [en las
que el PP ganó sin mayoría absoluta con 156 escaños frente a los 141
del PSOE] había llamado inmediatamente a Felipe González para decirle
que CiU estaba dispuesta a renovar de inmediato el pacto de Gobierno del
93, y que sólo haría falta que negociasen también con Izquierda Unida
para tener mayoría frente al PP de Aznar.
La respuesta de González fue
que no, que tenían que pactar con Aznar. Y Pujol arrastró al PNV.
¿Fue porque González no quería gobernar sin ser la lista más votada?
No,
fue
porque Felipe González era un sectario anticomunista. Yo le conocí muy
bien entre 1974 y 1976, lo que duró la Conferencia Socialista Ibérica.
Después creamos la Federación de Partidos Socialistas del Estado
español, pero empezaron a sobornarlos uno a uno. Los únicos que no nos
dejamos sobornar fuimos el Partido Socialista Galego (PSG), los únicos
que no pactamos con el PSOE.
¿Sería factible repetir algo similar a Galeuscat,
aquella alianza entre el PNV, CiU y BNG que lideraban Arzalluz, Pujol y
usted, cuando las tres eran hegemónicas en los movimientos
nacionalistas de Euskadi, Catalunya y Galicia? ¿Serviría para combatir
esa oleada ultraderechista de la que habla?
Sí, pero no sería suficiente. Las izquierdas españolas de audiencia estatal tendrían que asumir
en la practica lo que declaran verbalmente: que Galicia, Euskadi y
Catalunya somos pueblos con historia propia, naciones con derecho a la
autodeterminación. Si asumieran eso no habría independentismos porque
todos somos pactistas en ese horizonte. Lo sé muy bien porque lo he
vivido desde los años sesenta como responsable de asuntos externos del
PSG.
Que lo
hagan en la práctica y no sólo verbalmente es la clave para parar al
fascismo y trascender este régimen. Pero no hay síntomas de que estén
dispuestos a hacerlo. ¿Qué acaba de pasar en los ayuntamientos? ¡Parece
que no se enteran! El PSOE está renunciando a gobernar en coalición con
los nacionalismos de izquierda.
¿Pero es que sois idiotas, no sabéis lo
que se os viene encima? Es una ceguera total. ¿Después de la hostia que
se han llevado no son conscientes de que hay que levantar baluartes, y
no primar las cuestiones de partido sobre la defensa contra ese enemigo
común?
Hacen
como la SPD alemana, que en 1933, después de la quema del Reichstag,
votó a favor de que se expulsara a los ochenta y tantos diputados del
Partido Comunista. Y después, ¿qué pasó? Por eso digo que estamos en una
situación análoga a la República de Weimar y a la República española.
Esta conversación deja un poco el ánimo por los suelos.
Es el
pesimismo de la razón, como decía Gramsci. Pero yo nunca cedí a la
tentación de tenerle miedo a la realidad. Y hay mucho miedo a la
realidad en la izquierda, a analizarla y ver que es terrible. Porque
frente al pesimismo de la razón está el optimismo de la voluntad. La
izquierda no puede lograr las energías necesarias para enfrentarse a los
brutales enemigos que tiene si no hace dos cosas: primero una cura de
humildad y, en segundo lugar, explorar la realidad, reconocer que es
terrible y, a partir de ahí, buscar las fórmulas y las energías para
enfrentarse a ella.
Pero parece que en el mes que les queda para las generales ya no les va a dar tiempo...
Es que no
están dispuestos a hacerlo. Pese a todo, yo no pierdo la esperanza de
que se consiga activar parte del voto de la izquierda que se abstiene,
aunque sólo sea para que haya una alternativa electoral que una a todo
ese caleidoscopio de grupos de izquierda, si son capaces de hacer el
discurso adecuado y darle credibilidad en la práctica.
¿Y cree que Sumar puede tener esa capacidad?
Sí,
porque son inteligentes. Que sean miopes no significa que sean tontos,
sólo que necesitan las lentes adecuadas. Confío en que se den cuenta de
que no sólo se están jugando su propia piel, sino la de la gente del
común. Empezando por la más intoxicada y alienada. Alienación, otro
término que la izquierda ya no utiliza y que resulta fundamental para
entender y explicar muchas cosas.
¿Y usted qué cree que puede pasar?
Pues a lo mejor que ocurre la catástrofe. Y quizá entonces la gente
se dará cuenta de que o se pone en modo combate o sucederá aquello del
ensayo de Camus Ni víctimas ni verdugos. Llegará un momento en
que no quedará otro remedio que ser víctima o colaborar con tus propios
verdugos.
Un ejemplo: cuando en la pasada campaña Ayuso salió con
aquello de que en las listas de Bildu había candidatos condenados por
ETA, habría que haberle dicho: "Oiga, usted es una asesina en serie,
mató a siete mil personas desvalidas, ancianas, que son más de diez
veces los muertos de ETA en toda su historia. Y está apoyando a quienes
están matando a mujeres todos los días, cientos de ellas al año". Pero
lo que la izquierda respondió fue que si ETA ya no existe, que si Bildu
ha renunciado a no sé qué... Que no es eso, coño.
Cita a Ayuso, pero en toda esta entrevista apenas ha aparecido Feijóo.
Feijóo es
un cipayo, tartufo, felón, ignaro y fascista. En Madrid pensaban que
era un moderado y que como nosotros, en Galicia, somos de provincias, no
nos enteramos de lo que pasa. Ni siquiera parte de la izquierda sabía
quién era. Y a mi edad digo: ¿cómo es posible?
Verán, hay dos
contravalores o antivalores que están en la base de la ideología y la
cosmovisión del nazifascismo. Uno es la xenofobia y otro el nihilismo. Y
me preocupa que la gente se quede con el diagnóstico que hago de la
situación en vez de quedarse con lo que digo sobre lo que hay que
enmendar y corregir para enfrentarla.
Porque eso conduce al nihilismo,
es el caldo de cultivo del nazismo y del fascismo.
Hay un
fenomenal ensayo sobre eso, A violencia excedente, de Francisco
Sampedro, el catedrático de Filosofía. La xenofobia es la negación de la
alteridad, no pueden soportar que haya alguien distinto a ellos. Es lo
que ocurre con el chauvinismo español.
Yo estuve en Madrid del 60 al 63,
para hacer mi tesis, vivía en el colegio mayor César Carlos y fui muy
amigo del cura Aguirre [Jesús Aguirre, duque consorte de Alba].
Salíamos, me presentaban a gente y me preguntaban: "¿De dónde eres?".
"Soy gallego", respondía yo. "¡Ah, español, claro!". Esa es la
incomprensión de la alteridad: no, no eres gallego, eres español, a
cojones.
Yo estoy
dispuesto a ser ciudadano del Estado español, y ciudadano europeo, pero a
condición de que cuando digo que soy gallego nadie me responda que, no
que soy español. No. Entonces váyase usted a la mierda, quédese con su
España y que le den la independencia a Madrid: "Toma, Ayuso, todo para
ti. Ahí te quedas".
https://www.publico.es/politica/xose-manuel-beiras-vox-emerge-gran-capital-no-le-sirven-reglas-juego.html/amp?dicbo=v2-GERCqm6