El 3 de septiembre de 1964 se estrenó en el Teatro de la Comedia de Madrid Ninette y un señor de Murcia, de Miguel Mihura, relato en clave de humor, v/b de la censura franquista mediante, de las peripecias de Andrés, un joven e inexperto murciano que, ansioso de aventuras, viaja a París para poder probar las delicias eróticas de las que, según le cuenta su amigo Armando, otro murciano emigrado a la capital francesa, disfruta todo hijo de vecino capaz de aventurarse por la ciudad de la luz. La obra, con la que Mihura ganó el Premio Nacional de Literatura de aquel año, conocería después su versión cinematográfica a cargo de Fernando Fernán Gómez, con el propio Fernán Gómez y el sin par Alfredo Landa en los papeles estelares.
Desde entonces no había vuelto a aparecer en el horizonte madrileño un murciano de tanto tronío como Luis del Rivero, presidente de Sacyr Vallehermoso. LdR llegó a Madrid con Ninette puesta, cierto, pero con el mismo afán de aventura que su paisano Andrés, poseído de la erótica del dinero y dispuesto a comerse el Madrid de los negocios en un plis plas. Esta podría ser la historia de cómo un estupendo ingeniero de caminos, capaz de fundar su propia y buena y eficaz empresa después de reñir con Rafael del Pino (Ferrovial), a cuyas órdenes trabajaba, se vuelve loco al entrar en contacto con esa elite nada ejemplar de los negocios de la capital del Reino. El madrileñeo nuestro de cada día.
De la mano de Matías Cortés, maquinador más que abogado, LdR descubre entusiasmado que la forma de construir una gran empresa no se logra, de acuerdo con los estándares madrileños, haciendo mejores puentes y túneles y carreteras, sino arrimándose al árbol del Gobierno de turno, haciéndose amigo del ministro del ramo, y abriéndose una ventanita propia con vistas al mar de letras del Boletín Oficial del Estado. ¡La política, idiotas, la política! Cortés (Mario Conde, Luis Valls, Javier de la Rosa, Jesús Polanco, José María Ruiz-Mateos et altri) le introduce en la senda por la que ya transitaba gente tan exitosa como Florentino Pérez y demás grandes familias de la construcción. La España de la colusión entre lo público y lo privado. La España de March o Romanones. La vieja, eterna España de antes y después de la Restauración canovista.
Y en un abrir y cerrar de ojos, aquel murciano de mirada tímida y hablar suave, pata negra del PP local, derecha de toda la vida, se transmuta en empresario de cámara del zapaterismo de la mano de su amigo Miguel Sebastián, primero, y David Taguas, después. La Moncloa no tiene secretos para él. Ni el despacho del presidente del Gobierno. Allí se pergeña el asalto al BBVA, dispuestos todos a jubilar a Francisco González por la vía rápida y hacerse con la caja. Desde los tiempos de José María Hinojosa, llamado El Tempranillo, no se veía cosa igual por los riscos de la Sierra Morena de Azca. Ni Carlos Solchaga ni sus coetáneos supergalácticos hubieran podido imaginar operación de corrupción y abuso de poder tan obscena.
De la mano de Moncloa vino después el desembarco en Repsol, asunto del que no se conoce oficio ni beneficio para la petrolera, salvo el de obligar a Brufau a aumentar el dividendo para que el gran LdR pudiera atender con desahogo el servicio de la deuda anexa. En plena borrachera de grandeur y dinero barato, nuestro hombre saltó por fin a Francia en busca de una Ninette llamada Eiffage, dispuesto a exportar al país vecino sus trucos de entrepreneur último modelo para, del brazo de una serie de amigos murcianos, mayormente naranjeros a los que encandilo con promesas de pelotazo fácil, intentar hacerse con la mayoría de la gala en un caso de concertación de libro.
Así lo entendió la justicia francesa. LdR salió de Eiffage con el rabo entre las piernas y una pérdida de más de 500 millones de euros, en un episodio que claramente marca el principio del fin, el declive de la estrella de un hombre que, al cruzar los Pirineos se encontró prisionero de una deuda de más de 21.000 millones de euros para unos recursos propios de apenas 3.126 millones, y con una crisis financiera internacional que iba a cerrar a cal y canto el recurso al crédito bancario. Todos los problemas de golpe. Empezando por los internos, con un Juan Abelló que de pronto parece darse cuenta de haberse embarcado en una aventura peligrosa (“Este va a terminar resultando otro Mario Conde”), que no ha vendido a tiempo, y que esta vez será difícil salida tan exitosa para él como la de Banesto.
Y siguiendo por los externos, con la necesidad de vender activos a todo trapo para reducir la elefantiásica deuda, antes de que la voracidad de los acreedores fuerce la quiebra o acarree la suspensión de pagos. Todo está en venta. Y todo lo venderá antes de tener que desprenderse del 20% de Repsol, porque esa sería la prueba de su fracaso como “empresario”, su certificado de defunción como gran preboste del capitalismo madrileño. Lo comentaba consternado a primeros de agosto: “Todo se me ha vuelto en mi contra, la crisis inmobiliaria, la financiera, Botín me ha cerrado una línea de crédito, tengo que vender, no me queda más remedio que vender, incluso Repsol”. Enemigo de la transparencia, la noticia sólo ha saltado cuando la banca de negocios ha empezado a exponer la mercancía en pública subasta.
No quebrará. Zapatero y su gente no le dejarán en la estacada. Están demasiado comprometidos con el señor de Murcia. Y eso lo sabe el señor de Murcia. Con eso amaga. El Gobierno ZP, dizque socialista y obrero, acaba de anunciar que destinará 3.000 millones de euros, algo así como medio billón de las antiguas pesetas, para ayudar a las inmobiliarias que pongan pisos en alquiler. El dinero público, dinero de los impuestos de todos, para financiar los excesos de un ramillete de avaros millonarios responsables de haber hipotecado a millones de españoles de por vida con la especulación del suelo y el precio de los pisos. Desde este punto de vista, que Sacyr vaya a quedar convertida en una empresa de escasa dimensión carece de importancia. Adiós a los sueños de grandeza.
Y bienvenida la constatación de que la crisis en curso es también la crisis de un modelo de falso empresario, la del oportunista especulador crecido a la sombra del poder político que distingue, con excepciones tan luminosas como la de un Amancio Ortega, a buena parte del “empresariado” español y particularmente al madrileño. Como ocurre con la Justicia, esta es otra de las señas de identidad de una democracia a medio cocinar, democracia de baja calidad como la nuestra.
El poder político, antes del PP, ahora del PSOE, se niega en redondo a sacar las manos de la caja registradora, a perder un átomo de poder en los organismos de control, de modo que ese Poder tendrá siempre necesidad de mantener bien embridada a doña Justicia y de contar con los Riveros de turno dispuestos a arremangarse y hacer el trabajo sucio. Recoger las nueces para los señores que mueven el árbol.
¿Alguna esperanza de cambio? Por desgracia, la regeneración será total o no será, y no hay síntomas de que eso vaya a ocurrir en el corto/medio plazo.
www.elconfidencial.com