Hace algunas semanas, coincidiendo con la cumbre del G20 en Washington, algunos cientos de personas (otros miles lo hacían en el resto del territorio español), acudimos a una manifestación convocada bajo el lema: "La crisis que la paguen ellos", para llamar la atención sobre el socorro que el estado presta a empresas y bancos enriquecidos durante el periodo de bonanza anterior, que ahora solicitan descaradamente su ayuda.
Mientras esperábamos a que se iniciara la marcha, una joven periodista de una televisión local nos preguntó, micrófono en mano: ¿Por qué ha venido usted aquí?
La pertinencia de la pregunta era, al menos en un primer momento, irreprochable, de modo que contestamos con rapidez para alejar de nuestro rostro la cámara que otro joven sostenía sobre su hombro, y volver a charlar animadamente con los amigos. Como siempre, tras las breves pinceladas expuestas a bote pronto, experimenté la incomodidad que los falsos extrovertidos sentimos tras hablar en público, me perdoné los errores para no sufrir inútilmente por los remordimientos, y pensé durante unos momentos en la pregunta que me habían formulado.
Nada más detenerme en ella, y mientras observaba a mi alrededor, supe que no era esa cuestión más interesante, sino que la joven periodista debería haberse dirigido, no a los allí reunidos, cuyos motivos de convocatoria estaban bien claros, sino a los paseantes que transitaban indiferentes, aquella tarde noche de un sábado cualquiera, por las aceras de la ciudad; detenerse en ellos para lanzarles amablemente, siempre bajo el foco de su cámara, la pregunta contraria:¿Por qué no viene usted aquí?, pues esta y no otra era la incógnita auténticamente indescifrable de aquel acontecimiento.
¿Por qué no vienen los recientes desempleados a consecuencia del desvanecimiento de la burbuja urbanística?, ¿Por qué tampoco lo hacen los pequeños empresarios agobiados por la crisis financiera que ha enriquecido a unos pocos, empobrecido a la mayoría, y que ahora todos hemos de pagar? ¿Por qué no la mayoría de mujeres, las primeras en ser despedidas o en ver reducida su jornada laboral? ¿ Por qué no vienen los padres y las madres de los adolescentes con fracaso escolar, deslumbrados por el dinero fácil y desmotivados frente a unos estudios que les procurarían un futuro ahora casi dramático? ¿Por qué no están aquí los jóvenes mileuristas que han sostenido con sus salarios de miseria el enriquecimiento de quienes ahora se declaran en bancarrota? ¿Por qué no han venido los inmigrantes?, y así sucesivamente.
Si todos los afectados por esta crisis de la avaricia hubieran acudido aquí, las proporciones alcanzadas por nuestra manifestación hubiesen sido apoteósicas.
¿Por qué, pues, ignoran unas protestas que son las suyas?
Hace tiempo que la desmovilización se convirtió en una de las lacras de la democracia; el ciudadano medio, poco o nada vinculado a organizaciones sociales o políticas de cualquier tipo, ha dejado de sentir que una queja que repite en privado, pueda ser hecha pública. La incertidumbre por el futuro y el malestar actuales se expresan en un incremento de malestares subjetivos y en el consecuente aumento de las demandas de salud mental y de servicios sociales; esto es, la queja se singulariza, a lo que contribuyen tanto los mecanismos psíquicos como sociales del poder, y se abandonan los lugares de socialización que harían nuestro malestar políticamente operativo.
La cultura individualista ha arrasado con las viejas concepciones grupales (familia, equipo de trabajo, asociaciones, sindicatos, partidos políticos, clubes, etc.) y ha dejado al ciudadano – cuya conciencia ha sido moldeada por esta cultura- indefenso ante problemas cuya solución no es individual, o lo es apenas, sino política.
La ineficacia y la burocratización de los partidos y sindicatos para ilusionar a la población, convertidos en grupos sectarios alejados de los ciudadanos, no contribuye a mejorar este estado de cosas, y la psiquiatría, la psicología y los servicios sociales se han convertido en paliativos inadecuados, en un cajón de-sastre (como les llama Guillermo Rendueles), donde van a parar tanto el sufrimiento subjetivo como el social. Obviamente, estos mecanismos no pueden hacer demasiado por reducir ni el uno ni el otro, sino más bien, ejercer de poder regulador, neutralizador, normalizador, contrario a sus objetivos iniciales de cuidados. Una función que algunos ya se esfuerzan en denunciar. En el fondo se trata de reconocer que, como dice Ulrich Beck, no sirven las soluciones biográficas para las contradicciones sistémicas, si bien el imaginario social imperante se empeña en hacernos creer que puede ser así.
¿Cómo recuperar entonces la esperanza en lo colectivo, sin la cual nuestra propia vida individual queda mutilada? ¿Cómo devolver el poder transformador que siempre han tenido los fenómenos de socialización de la queja?
Los mecanismos implicados en esta derrota de lo social son demasiado complejos para pretender responder, aunque sólo fuese teóricamente, desde este modesto artículo. Sin embargo, es evidente que sólo en esa senda estará la solución de la apatía generalizada a la que asistimos (tal vez más acusada en nuestra región, por su déficit cultural y su tejido social particulares, que en otros lugares de España).
Sólo si cada uno de quienes compartimos estas premisas contribuimos, con herramientas de interrogación crítica, a movilizar los diferentes grupos en los que nos insertamos, podremos invertir la tendencia. Se trata de recuperar lo público como espacio de debate, de protesta, de movilización colectiva contra un malestar socialmente producido, y de eliminar de lo privado lo que no es más que la interiorización de sutiles mecanismos de poder, que nos instan a experimentar que nuestro malestar subjetivo (el del desempleado, el joven, el pequeño empresario, la mujer o el inmigrante a quienes aludíamos antes) es fruto de nuestra particular incompetencia, y no de la hostilidad de un sistema cada vez menos afín a las necesidades de la vida humana.
Retomemos ahora con más pertinencia la pregunta que motivó este comentario: ¿Por qué no viene usted aquí?
*Lola López Mondéjar es psicoanalista.