La monarquía española goza de muy buena salud. Basta con ver las encuestas para comprobar que una mayoría aplastante de españoles se sienten muy bien representados por el Rey Juan Carlos, y muy de acuerdo con el papel que desempeña la monarquía en la España democrática. Y si esa es la realidad, a cuento de qué este nerviosismo, a qué esas carreras de algunos políticos por demostrar su fidelidad al monarca, después de que un pequeño grupo de exaltados hayan quemado unas fotos de Don Juan Carlos en señal de protesta porque están en contra del sistema establecido.
Quiero suponer que esta tensión que se vislumbra en los mentideros políticos se debe a que estamos en plena campaña electoral, y necesitan de gestos grandilocuentes para llamar la atención de un electorado que se muestra bastante remiso a acudir a las urnas. Sólo así se explica el video institucional de Rajoy –bastante malo por cierto en cuanto a imagen se refiere–, la salida en tromba del secretario de organización del PSOE, la orden tajante de los dos partidos mayoritarios para que sus cargos más representativos acudan al Palacio Real, a mostrar su fidelidad sin fisuras a la Familia Real.
Cuenta el presidente de Cantabria –que no sabe que las conversaciones con el Rey no deben traspasar las paredes de su despacho–, que las criticas que preocupan al monarca son las que le llegan a través de las ondas de la radio episcopal, la COPE, las andanadas que lanza cada mañana Federico Jiménez Losantos. Federico se ha convertido en una caricatura de si mismo, se escucha tanto, se admira tanto, que ha perdido lo mejor que tenía cuando era un colaborador de Antonio Herrero, la ironía.
De ahí la comprensible preocupación y enfado del Rey por el silencio que mantienen los representantes de la Iglesia cuando Federico le pide que abdique. No sé en que acabará este rifirrafe –espero que como tantas otras veces, en agua de borrajas–, pero tengo la intima sensación de que nos quedan meses muy duros, porque es en ese ambiente donde algunos políticos se sienten cómodos, y no se dan cuenta de que lo que verdaderamente quiere el ciudadano es que no le compliquen la vida más de lo que ya la tienen, y que les solucionen sus problemas. Vivir en el filo de la navaja constantemente es muy peligroso porque hay un sector amplio de la población que está harto de tanta infamia, de tantas descalificaciones, de tanta trifulca. Y son los votos de esos ciudadanos los que necesitan tanto el PSOE como el PP, si quieren ganar las elecciones.