La Región de Murcia vive demasiado tiempo en estado de
provisionalidad en cuanto a su estatus político. Y es sorprendente que
esto ocurra cuando durante dos décadas ha dispuesto de Gobiernos de
mayoría absoluta, más aplastante en cada convocatoria electoral, y
siempre en manos del mismo partido, el PP.
La convulsión de esta
semana, que se ha llevado por delante al presidente de la Comunidad
autónoma, no es, a pesar de su espectacularidad, un hecho excepcional
achacable a que en esta última etapa los populares no dispongan ahora de
su tradicional mayoría sobrante y hayan sido asaltados por elementos
externos. Vivimos ya más de cinco años en situación de permanente
provisionalidad, siempre a la espera de un acontecimiento político de
cambio protagonizado por el mismo partido.
Nada es seguro, nadie
puede encomendarse a la tranquilidad relativa de una legislatura,
siempre hay en el horizonte alguna incertidumbre añadida a las que traen
la crisis económica, los problemas sociales y la renovación sucesiva de
las tribulaciones que sufren los ciudadanos.
Durante el último lustro
la Región está condicionada por un sinvivir político todavía más
inexplicable cuando el partido que la gobierna se presenta como una
organización sólida, sin aparentes problemas internos, con un enorme
respaldo electoral y una percepción positiva, contra vientos y mareas,
de una buena parte de la sociedad civil organizada, mayoritariamente
captada por las enredaderas populares.
La desestabilización
política, la inacción y la desidia empezaron a percibirse con mayor
claridad en los dos últimos años del Gobierno Valcárcel, cuando el
todopoderoso presidente, con 33 diputados de 45 en el Parlamento
regional, quedó desbordado por la irrupción de la crisis, que contribuyó
a acrecentar en la Región con el desplome de sus políticas de ´grandes
proyectos´, que en su concepción iban a ser enormemente beneficiosos
para la Región, tanto que la iban a sacar de su postración histórica, y
finalmente se revelaron como un nuevo baldón añadido a los
tradicionales. Todavía, y lo que te rondaré, estamos pagando en billetes
de nuestros impuestos las consecuencias de aquel delirio.
A la
vista de que el kiosko se hundía, Valcárcel decidió poner pies en
polvorosa, eso sí, buscándose un buen plan de vida y cobrándole al PP
como pensión los éxitos electorales para sus siglas. Esto significó que
en la fase en que la Región habría requerido de un presidente más
reivindicativo, éste empleó su influencia en buscarse para él un acomodo
en las listas electorales al Parlamento Europeo, donde disfrutar del
sueldo de veinte obreros, según la medida espinosiana. Puso todo el
cheque de los méritos electores en su billetera, pues importunar al
Gobierno central con los problemas de la Región habría sido
inconveniente para obtener del PP el plácet hacia la dorada jubilación
lejos de la Murcia derruida por su gestión.
Pero en el momento de
escapar, apareció una avería en el proyecto sucesorio: el delfín, Pedro
Antonio Sánchez, estaba imputado en un caso de presunta corrupción, y
debió recurrir, de prisa y corriendo, a Alberto Garre, quien se prestó
inicialmente a hacer de puente para más tarde, atacado su pundonor por
la presión de un tutelaje que lo desconsideraba, rebelarse para no ser
cómplice de unas herencias inmanejables que podían arrastrarle a él
mismo hacia situaciones no deseadas. La desconsideración a Garre
entrañaba, además, un desprecio a la Región, pues quedaba claro que
Valcárcel no confiaba en las capacidades autónomas de quien él mismo
había puesto para que esta Comunidad, un plena crisis y en situación de
derrumbe social, atacara los problemas. La crisis política se sumó,
pues, a la económica y social, y esto sin necesidad que el PP resultara
atacado desde el exterior, sino sumido en sus propias miserias.
Relevado
Garre, llegó el turno de PAS, con plena conciencia de que en algún
momento de su mandato debería atravesar un turbión judicial del que
podría salir políticamente vivo o muerto. Valcárcel decidió jugar esa
carta de alto riesgo, y las consecuencias las acabamos de constatar.
Ahora, a mediados de la legislatura, se propone un nuevo presidente que
responde, con otros mimbres, al mismo modelo de Garre: el presidente
paréntesis, alguien dispuesto a hacer un papel de transición hasta que
se reponga el legítimo. Otra experiencia encomendada a la
provisionalidad y a la suerte.
Llevamos demasiados años
asistiendo a juegos malabares en el interior del partido al que le ha
sido entregada la confianza mayoritaria de la sociedad murciana con el
resultado cada vez más evidente de que, aparte de la palabrería y los
enunciados retóricos, cada vez menos originales, están dilapidando el
tiempo y los recursos que debieran aplicar a la buena política, y
tienden a entregarse a sus intrigas y acomodos.
Nada de lo que
les ocurre es achacable a un TriParty exterior a ellos mismos. El mayor
peligro para el PP es el propio PP a la vista de cómo se organizan y
desorganizan a lo largo de los últimos cinco años. Son expertos en
construcciones imaginarias acerca de su papel, de su voluntad y de sus
intenciones, pero el problema es que se acaban creyendo las fruslerías
que sacan de sus propios laboratorios, encantados de recogerse en una
burbuja que les estalla cada dos años a ellos solitos.
El PP es
un partido fuerte, sólido, muy bien insertado en la sociedad, y sin
embargo se estropea con periódica frecuencia, pues no mantiene el
resuello para interiorizar sus propias contradicciones. Y como
consecuencia de tamaño poderío, la Región de Murcia se ve constantemente
importunada por el efecto freno y marcha atrás, a la espera de que la
provisionalidad política deje algún día de ser la constante.
Pero a la vista está que con el PP lo provisional es lo único estable. Como si en realidad nos gobernara un temible tripartito.
Que repongan 'Barrio Sésamo'
En
los tiempos de Barrio Sésamo aprendimos con aquel entrañable Coco a
diferenciar conceptos tales como arriba y abajo, cerca y lejos, dentro y
fuera. Pero la nueva generación del PP murciano no llegó a tiempo de
ver aquellos programas y se quedó en los de Leticia Sabater, en que todo
era chanchipiruli.
Si hubieran aprendido que si estás fuera no
es posible estar dentro y que si te echas a un lado no puedes estar en
el centro, el ingenio de poner a un presidente (dentro) para que haga de
mecano de otro presidente (que está fuera) no es un buen invento.
Sobre
todo porque el truco queda a la vista, y las fórmulas políticas que se
elaboran sobre simulaciones no suelen funcionar. Una cosa u otra. Si
estás, estás, y si no, hay que dejar el mundo correr.
Claro que
el presidente saliente, PAS, tiene derecho a poner en su lugar a una
persona de su confianza. Eso no se discute. Pero con quien más confianza
se tiene es con el mayordomo, que dispone de las llaves de tu casa, lo
cual no significa que deba sustituir al señorito ante las visitas y que
vista la bata de éste aunque no sea de su talla ni le quede con un vuelo
tan aristocrático.
La idea de gobernar desde la calle Trapería
cuando la sede del Gobierno está en San Esteban no es una buena idea, y
no va a dar resultado. Bien porque más pronto que tarde el mayordomo se
acabará creyendo, de tanto vestir la bata, que el verdadero señorito es
él, o bien porque nadie le haga caso, pues todo el mundo sabe que no es
el verdadero señorito, aunque vista como él.
Dentro y fuera,
cerca y lejos, arriba y abajo. Hay que reponer en La 7 las lecciones de
Coco extraídas de los episodios de Barrio Sésamo a esta generación del
PP que no ha llegado a educarse en la claridad de los conceptos básicos
espaciales.
Dentro o fuera. Ser o no ser... presidente. Esa es la cuestión.
(*) Columnista
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/04/06/estabilidad-provisional/819836.html
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