Simone Weil escribió que cuando sufría agudas migrañas
sentía deseos de golpear a otros en el mismo lugar donde ella sentía
dolor. Se podría pensar que los dolores de cabeza de la crisis económica
acentuaron las ganas del soberanismo de arremeter contra el Gobierno de
España allí donde más le dolía, y a la inversa.
Es evidente que la
sentencia del Estatut figura en el origen del conflicto actual, agravada
por la lectura que hizo Artur Mas de la gran manifestación de la Diada
del 2012 tras la negativa al pacto fiscal (España estaba a las puertas
de ser rescatada). Pero, a partir de ese punto, la dinámica
acción-reacción forma parte de las migrañas de unos y otros.
El conflicto ha llegado a un punto de no retorno y, aunque
las migrañas siguen siendo unas grandes desconocidas para la ciencia, es
imprescindible que intervenga un especialista. Esta semana, el
influyente diario bávaro Süddeutsche Zeitung ha publicado un
editorial en que reparte críticas entre el Ejecutivo español, al que
responsabiliza de una cadena de fracasos, y a los independentistas, de
los que apunta que no tienen mayoría suficiente para impulsar la
secesión.
Sin embargo, el mensaje del rotativo es que el asunto ha
dejado de ser un problema interno (como repiten las autoridades
europeas) para convertirse en un conflicto que afecta a toda la UE. Y en
esta línea animan a Bruselas a mediar en la crisis.
El añorado José Luis Sampedro advertía que “Europa es como
un jefe que nunca se pone al teléfono”, para significar que a menudo
intervenía cuando era tarde. La experiencia demuestra que a veces ha
sido un error que se ha pagado caro.
Los tres dirigentes europeos de más
rango, Juncker, Tajani y Tusk, son del PPE, en cuyas filas figura
Rajoy, cuyo papel ha salido reforzado tras la crisis económica. Pero
Catalunya aparece en los informes diarios de las últimas semanas de la
UE. Tendría todo el sentido que ayudaran a su resolución, aunque fuera
entre bambalinas.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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