Se asombra el diario francés
Le Monde,
en su editorial,
de cómo "la extrema derecha española ha obtenido un peso político y una
ventana mediática que supera con creces sus resultados electorales". Y
al ver que un PP bajo mínimos ha revivido en los pactos y un partido que
venía de centrista, Ciudadanos, forme trío inquebrantable ultra.
Y se
extraña de que un PSOE que ganó con ventaja las elecciones de abril haya
sido incapaz de formar mayoría de gobierno y se plantee mandar a los
españoles a las urnas por cuarta vez en cuatro años. El anuncio de este
viernes de aplazar la reunión con Unidas Podemos a "finales de agosto o
principios de septiembre", se inscribe en el mismo contexto. Todo esto
puede tener una explicación aún poco definida.
España
posee una inaudita capacidad de querer mantener vivo lo que está
muerto. Y no por altruismo o coraje alguno, sino por el empecinamiento
en no torcer su camino aunque sea erróneo. No es arrojo, es ofuscación.
En la Castilla antigua le llamaban al fenómeno "sostenella y no
enmendalla", un nombre que no se puede mantener en tiempos de "relato" y
demás simplificaciones de etiqueta.
El apelativo que mejor le cuadra es
"tirar palante", título poco refinado pero el más adecuado a la
obcecación tosca y cutre de seguir y seguir por la senda equivocada
contra toda lógica. Llegar al extremo del "patadón parriba" del término
futbolero igual es pasarse.
El concepto español de "tirar palante" debería estudiarse
como fenómeno. Viene de lejos, ahí tenemos al Cid Campeador que -en el
caso de haber existido realmente- se tiró un par de siglos cabalgando
después de muerto. Y muchos más siglos en las mentes pegadas a los
tópicos.
O a la Santa Inquisición, otro de los inventos españoles más
significativos, que se resiste a desaparecer. Traído ahora por esa
triple derecha que tapa mentes y cuerpos, y amordaza voces e ideas.
Nos
invadió Napoleón y los españoles no se dieron por enterados. Me dirán
que sí, que Agustina de Aragón y los madrileños castizos lo supieron y
combatieron. Pero España no, al punto de mandar traer al trono al rey
felón Fernando VII que abolió todas las libertades como ejemplo de
adónde conduce el sofisticado método de toma de decisiones de "tirar
palante".
El franquismo sigue muerto pero vivo en
2019, 44 años después de ser enterrado el titular. En honor y pompa,
donde continúan también sus restos. Y su ideología fascista igual.
Cuando los demás países, dando tumbos, acaban otra vez en esa fosa de la
cordura, encuentran a la ultraderecha española como guardiana de sus
esencias. Por eso prende tan pronto aquí. Porque está en la ideología de
los partidos conservadores capaces de volver azul el naranja.
"Tirar
palante" después de muerto implica volverse zombi. Y volver zombis
aspectos fundamentales de la vida española. No es mérito alguno. Refleja
una grave incapacidad porque cuando las cosas no pueden ser, han
terminado, seguir y seguir no lleva más que a la frustración y a la
desesperación.
Estamos viviendo un viacrucis. Una elección tras otra, sin mayorías –lo que no es un problema en otros países–
nos mete en un túnel sin final. Andas, parece que se ve la luz de la
salida, pero no, la meta se aleja de nuevo, una y otra vez. Lo peor es
el cansancio, el agotamiento al que someten a la ciudadanía, mientras
los protagonistas andan a pleno desvarío en insultos y hasta en chistes.
El
PSOE recibió votos de ex electores de sus propias siglas que
regresaron, de Unidas Podemos en aras del voto útil y de quienes no
solían ni acercarse a las urnas. El objetivo común superaba todas las
diferencias: había que evitar el triunfo de la triple derecha. Se vio la
noche electoral pero parece que Sánchez ha preferido olvidarlo.
Ir a
unas nuevas elecciones con candidatos muertos por incapacidad no tiene
ningún sentido. En el estado anímico que tienen a los votantes
progresistas, los resultados pueden ser iguales o peores. Si un camino
está agotado, hay que probar otro. Diferente.
Cataluña es ejemplo exacto de ese "tirar palante"
sin resolver en años, en décadas, en siglos, un problema que la cordura
debería haber solucionado hace mucho tiempo. Y ahí sigue también
enquistado en errores cada más graves.
Ufano anda
Pablo Casado, "tirando palante" con su máster y carrera exprés bajo el
brazo, que ya pasó a la historia de la atención mediática. Ayuso, en
Madrid, pringada desde antes de llegar al cargo hasta las pestañas de
esos ojos que reflejan la nada dentro. Como anduvo Esperanza Aguirre
toda su carrera política y aún veremos qué pasa con su imputación.
Los
Hernando reviven en Cayetanas Álvarez de Toledo, tan agotados sus
cerebros como boyantes sus cinismos. Toda una caterva de zombis
políticos para ciudadanos zombis. Unos sueltan carnaza, otros les
escuchan y oyen, tragan y difunden aberraciones y bulos que no tienen
cabida en mentes vitales.
Los científicos rectifican
si la investigación registra errores. Los ratones o cualquier cobaya de
laboratorio, cuando encuentran un camino cerrado, dan la vuelta y
emprenden otro.
Prueben a poner un obstáculo a una fila hormigas
cargadas de comida: se girarán para evitarlo, en lugar de precipitarse
todas encima. En cambio, un número significativo de españoles, como ya
se dijo, se topan contra un muro y embisten. Lo peor es cuando son los
dirigentes lo que nos llevan hasta él. Estamos ya exhaustos y
doloridos.
No se trata de seguir en modo "palante" si no hay salida. Algo habrá qué cambiar para dar con el camino.
(*) Periodista