Vicente Verdú, recientemente fallecido,
lo conocí cuando era redactor-jefe de la legendaria revista política
antifranquista Cuadernos para el Diálogo. Era el verano de 1974 y mi
actividad antinuclear ya cubría la mayor parte de los proyectos en
ciernes y los pueblos afectados.
Desde marzo la hacía acompañar por mis
colaboraciones militantes en la revista Ciudadano, que causaba sensación
poniendo en evidencia las mil y una trampas del consumismo español, y
sentí una gran emoción cuando se me presentó la oportunidad de publicar
también en Cuadernos.
Yo era
suscriptor de esta publicación (así como de El Ciervo, católica
progresista) desde 1970 y fue de la mano de Leopoldo Torres-Boursault,
abogado socialista al que yo había invitado a Águilas para estudiar las
cuestiones a emprender en relación con la central de Cabo Cope, y que a
la sazón era el vicepresidente de Cuadernos, como se me abrió el camino.
Vicente
llevaba el peso diario de la revista con sistemática y perspicacia:
todo el material pasaba por sus manos y a él correspondía la primera
decisión en un momento histórico en el que bullía el país, los partidos
clandestinos aprovechaban todas las oportunidades que surgían y la
prensa democrática canalizaba buena parte de la actividad discreta de
aquel denso mundo antifranquista.
Me encantó el personaje por su
solvencia tranquila, su inmensa cultura y su trato siempre deferente.
Pronto supe que en realidad era economista, aunque llevaba tiempo
ejerciendo de periodista; toda la estructura de la revista sufrió el
impacto que la muerte de su padre le infligió, y en ello comprobé, de
paso, hasta qué punto era querido y necesitado.
El
caso es que me aceptó un artículo sobre la energía nuclear en España,
que fue el primero que sobre ese asunto publicó la revista: era agosto
de 1974 y mi sorpresa fue gozosísima cuando me encontré con que la
portada ocupaba, entera, la alusión a mi artículo (´Centrales nucleares
en España: un peligro grave´); después envié otros trabajos sobre
ordenación del territorio y similares y, aunque muy espaciadamente, mi
vínculo con Cuadernos permaneció, casi siempre relacionado con la
crítica nuclear, hasta su desaparición en 1978 (víctima, como otras
publicaciones promotoras de la democracia, de la institucionalización de
ésta, precisamente).
(En
octubre de ese mismo año, y en el trance de mi abandono de la actividad
ingenieril, conseguí entrar también en el ´círculo´
político-periodístico de la revista Triunfo, otro emblema de la época
que, por ser semanal, me ofrecía mayores posibilidades para publicar y
sobrevivir).
Vicente era para
mí lo más parecido a un uomo universale, lo que acrecentaba mi
admiración hacia él. Porque desde luego era periodista diestro y
reconocido, pero su interés por la economía critica era evidente, y
además pintaba, haciendo de crítico de arte cuando le tocaba y
ejerciendo también de poeta. Yo lo caracterizaba de sociólogo, por sobre
otras habilidades que exhibía, pero un día se vio en la necesidad de
corregirme ya que él reclamaba que era, más bien, un ´sociedálogo´.
En
cualquier caso, sus finos análisis sobre cuestiones tan sugerentes como
el matrimonio de la época o el fútbol (Noviazgo y matrimonio en la
burguesía española, 1974, con su esposa Alejandra como coautora, y El
fútbol: mitos, ritos y símbolos, 1981), podían no ser ortodoxos en
técnica sociológica, pero mostraban su gran capacidad de observación y
de análisis.
Quise aprovechar sus repetidas estancias en los Estados
Unidos para corresponder en alguna medida a sus atenciones pasadas
haciéndole en 1996 una entrevista en Cuadernos de Ecología (nº 23) que
yo mismo dirigía, a cuento de la disección que hacía de la sociedad
norteamericana en El planeta americano (Premio Anagrama de Ensayo,
1996), una obra que me interesó grandemente.
Me acompañó mi hija Lidia,
estudiante de Periodismo y que ya trabajaba en una revista de moda,
asunto que interesó a Vicente, y sobre lo que departieron, ya que él
siempre supo otorgar a las estéticas la atención que merecían. En 2004
lo invité a mi Escuela también a hablar de los Estados Unidos, en una
sesión animada y memorable.
«Si
nuestro futuro es la realidad actual de Estados Unidos, se trata de un
mal futuro para Europa y para la humanidad», decía en la entrevista,
subrayando convencido que «vivir en España no es un alivio, sino un
privilegio».
Lamentaba, en efecto, numerosas peculiaridades
norteamericanas poco inteligibles desde la Vieja Europa, siendo una de
ellas la ´extinción´ de los intelectuales de los años 1960, quedando
refugiada en universidades y grandes periódicos una élite crítica cada
vez menos influyente.
Así como esa rara religiosidad que impregna casi
todo, incluyendo un ecologismo más bien panteísta y, por supuesto, la
acción depredadora exterior de empresas, políticos y ejércitos, asunto
que ven como justo y proporcionado a un poder universal adquirido por
méritos propios.
Vicente Verdú
ha hecho la mayor parte de su carrera periodística en el diario El País,
con el que se vinculó a partir de 1982 y donde sus textos, por
centenares, describían al autor prolífico y erudito, minucioso y
entregado, maestro entre otras cosas en el nada fácil arte de la
columna.
Natural de Elche,
mediterráneo de cultura, aprovechó siempre que pudo para reivindicar la
´devolución´ a su tierra y sus orígenes, desde el Museo Arqueológico
Nacional, de la maravillosa y siempre enigmática Dama de Elche, asunto
pendiente.
Para mí, Vicente Verdú siempre será aquel periodista
concienzudo y cordial que, desde el mítico Cuadernos para el Diálogo,
transmitía solidez y amistad, mientras aguardaba, activo y seguro,
nuevos y mejores tiempos.
(*) Ingeniero jubilado, profesor y activista
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2018/08/27/vicente-verdu-vida-justificada/949322.html