Hace un día buenísimo: está lloviendo. El taxista -los
limpiaparabrisas en marcha- me provoca tras escucharme hablando por
teléfono: "Bueno, y ahora de qué va hablar usted, porque la sequía se ha
acabado". La verdad es que adoro ir en taxi porque es mucho más que ir.
Aprovechamos el atasco para profundizar en el tema. Comentamos la
diferencia entre tiempo y clima: recurro a lo de que el tiempo es una
escena mientras que el clima es la peli entera. Le anoto que los récords
de alta temperatura se suceden un año tras otro. Que la desertización
avanza. Que aunque llueve mucho de golpe en realidad lo hace menos de lo
que lo hacía antes de forma más espaciada. Lo que no me da tiempo a
explicarle (y le digo que lo haré aquí) es por qué la actual sequía no
se ha acabado.
Echemos aquí un vistazo a las dos infografías que nos acompañan y que hemos capturado de la web de la Plataforma Sos Sequía.
En la imagen de la izquierda podemos comprobar cómo estaban los
embalses la semana pasada: doce puntos por debajo del año pasado.
Según el resumen climático del 2017 de la Agencia Estatal de
Meteorología (Aemet), el año pasado fue el más cálido y el segundo más
seco en España desde 1965. Llovió un 30% menos que en las tres últimas
décadas. Por eso resulta tan inquietante que los embalses estuvieran la
semana pasada al 42% de su capacidad cuando el año anterior estaban a
más del 54%.
Pero es verdad: gracias a las últimas
lluvias los embalses han aumentado. Pero tan solo lo han hecho en un
punto porcentual, pasando del 42% al 43%. Sin embargo el año pasado, en
mitad de la gran sequía, subieron casi tres: del 54,2% al 57,1%. Es
decir, estamos peor que en el peor año de lluvias de los últimos
treinta.
Comparemos ahora los datos del estado actual
con los de la media de la década: la semana pasada estábamos casi 20
puntos por debajo; ésta más de 22. La sequía no es que persista, es que
arrecia.
En los próximos meses no solo tiene que
llover sino que debería hacerlo mucho más de lo habitual para que
nuestros embalses, aunque sigan por debajo de la media, se sitúen por lo
menos por encima del 50% de su capacidad, de lo contrario nos veremos
obligados a superar el estiaje con menos reservas que el año anterior.
La primavera de 2017 fue seca, con unas precipitaciones escasas y mal
repartidas que se quedaron un 23% por debajo de la media. Si este año
vuelve a ocurrir lo mismo, si volvemos a echar en falta las lluvias
primaverales, las podemos pasar incluso peor que el año pasado.
Por eso haríamos bien en empezar a asumir desde ya que esto va muy en
serio y darle a la sequía rango de cuestión de Estado, poniendo en
marcha una política del agua valiente y ambiciosa, capaz de generar
consensos en lugar de enfrentar a unos territorios con otros, basada en
la gestión de la demanda en lugar de seguir enredando con planes para
aumentar el recurso porque el recurso esta menguando.
En el último cuarto de siglo la disponibilidad de agua se ha reducido
casi una cuarta parte como consecuencia del cambio climático, y todos
los informes sobre los efectos del calentamiento global en España nos
alertan de que la cosa va a ir a peor.
En España no
podemos hablar de cuencas cedentes porque aquí no le sobra una gota de
agua a ningún río. Cualquier pacto por el agua basado en trasvases está
condenado al fracaso. El único pacto posible es el pacto por la
eficiencia. Un gran pacto del agua que acabe con el saqueo para aliviar
la sequía.
(*) Divulgador ambiental y escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario