No hay democracia sin periódicos. O, lo que es lo mismo, no hay
democracia sin información, y sin libertad para difundirla por cualquier
medio.
La esencia de toda dictadura es el control de la información, más que
la represión o el acaparamiento en unas pocas manos de todos los
poderes del Estado.
Cuando Orwell quiso retratar en su novela 1984 la esencia del estado totalitario lo hizo a través del Gran Hermano.
Un ente impersonal, omnipresente, que constantemente bombardea al
alienado pueblo con mensajes y consignas. Los ciudadanos de ese estado
ficticio no saben lo que realmente ocurre a su alrededor, porque sólo
hay un medio de conocimiento de la realidad: el Gran Hermano.
Lo vemos en las dictaduras que todavía hoy alardean de su dominio
sobre el pueblo. En Cuba, por ejemplo, sólo existe un periódico, Gramma,
que es el órgano de difusión del comité central del Partido Comunista; y
una televisión estatal que difunde constantemente programas de apoyo al
régimen y cuyos informativos parecen escritos directamente por Raúl Castro. No hay acceso libre a Internet. La primera víctima del chavismo en Venezuela fue la libertad de prensa.
Este hecho palmario podía llevarnos a una conclusión errónea: si la
dictadura se caracteriza por la reducción de la oferta informativa a los
medios oficiales o afectos al régimen, cuanto mayor sea el número de
medios en liza, la democracia será mayor. A más medios, más democracia.
Por desgracia esto no es así.
En 2009, cuando ya Internet hacía tambalearse a los grandes gigantes
de la prensa de papel, el profesor de la Universidad de Princeton Paul Starr escribió un interesante artículo en The New Republic. El título de su trabajo era: Adiós a la era de los periódicos. Hola a la nueva era de la corrupción.
Para Starr los periódicos de papel habían significado el instrumento
idóneo para limitar los poderes del Estado y el canal por el que los
ciudadanos conocían y denunciaban los abusos públicos y privados. “Los
periódicos” -afirmaba- “han ayudado a controlar la corrupción tanto de
los gobiernos como de las grandes empresas”.
Podemos considerar a Starr como un visionario, pero incluso ni
siquiera él se hubiera imaginado que siete años más tarde de la
publicación de sus tesis Donald Trump iba a ganar las elecciones en Estados Unidos teniendo en contra a los 150 medios de comunicación más importantes del país.
No se puede cuestionar la legitimidad de la victoria de Trump, pero
sí los medios por los que ha logrado llegar a la Casa Blanca.
Su triunfo ha demostrado que la prensa -entendida como los medios de
comunicación de mayor prestigio- ha dejado de ser el cuarto poder.
La irrupción de Internet -una revolución tecnológica de consecuencias
mucho más disruptivas que las que acarreó la invención de la máquina de
vapor- ha afectado de manera especial a los medios de comunicación. Y
lo ha hecho de la siguiente forma:
- Ha producido una caída significativa de la difusión de la prensa de papel (sobre todo en España).
- Las grandes empresas editoras han visto disminuir sus ingresos por difusión y publicidad.
- Al lanzar sus propios periódicos digitales, las grandes cabeceras han canibalizado su negocio tradicional y han acostumbrado al lector a que el acceso a la información debe ser gratis.
- La debilidad financiera de los grandes grupos ha permitido que grandes empresas y bancos se hagan con su gestión, limitando, por tanto, su capacidad de crítica.
- La reducción de costes, forzada por la caída de ingresos, ha llevado a despidos masivos y a la sustitución de periodistas expertos -con sueldos más altos- por otros de menor cualificación -pero con salarios más bajos-.
- La aparición de redes sociales -connatural a Internet- hace que cada vez más ciudadanos -sobre todo, jóvenes- las utilicen como medio para acceder a la información.
- Los gobiernos y los partidos políticos utilizan de forma profesional las redes sociales para llegar a los ciudadanos, y lo hacen, naturalmente, con sus consignas, con sus mensajes. Algo completamente distinto a la información.
- La revolución tecnológica ha producido la mayor concentración de poder empresarial que se recuerda en la historia. De las diez compañías más grandes del mundo por capitalización bursátil, cinco son tecnológicas.
- Los medios dependen cada vez en mayor medida de la tecnología y, por tanto, de unas pocas empresas que dominan el acceso a la información en todo el mundo.
- La proliferación de medios, la fragmentación que se ha producido en los últimos años -sólo en España hay más de 500 webs de información- hace más efectiva la presión por parte de las grandes corporaciones y los grupos políticos.
Hace 30 años, las empresas temían a los medios. Hoy son los medios
los que temen a las empresas, ya que se financian fundamentalmente por
la publicidad.
La decisión de dos o tres grandes anunciantes puede llevar al cierre
inmediato de decenas de medios. Tal es la precariedad en la que nos
movemos.
El fenómeno de las noticias falsas –fundamentalmente difundidas a
través de las redes sociales y que han sido utilizadas con profusión en
la campaña de Donald Trump- sólo es posible por la extensión de las
redes sociales y la inexistencia de filtros de veracidad.
El uso masivo de las redes y la profusión de canales privados de
televisión han derivado a otro fenómeno muy de nuestro tiempo: el
sectarismo.
Cada vez más, los ciudadanos ven los canales en los que se muestra
sólo una parte de la realidad, la más acorde con sus intereses o
ideologías. Y lo mismo ocurre con las redes sociales. The Washington Post ha ganado el premio Pulitzer
de este año por denunciar las mentiras de Trump (entre otras, sus
falsas donaciones con fines caritativos). Lo más preocupante es que el
conocimiento de ese hecho no provocó prácticamente ningún desgaste en la
imagen del presidente.
Si la calidad de una democracia se mide por la calidad de la
información que reciben sus ciudadanos, el panorama actual no es
precisamente como para ufanarse.
La tecnología no es buena o mala en sí misma. Depende del uso que se
haga de ella. Y la verdad es que hoy es inconcebible el periodismo sin
internet, la difusión de noticias sin las redes sociales.
Dos tercios del tráfico de El Independiente llega a través de Google y de las redes sociales. Pero es más, un 75% de ese tráfico llega a través de dispositivos móviles.
Pensar que la realidad es o puede ser otra sólo nos llevará a la melancolía y a la desesperación.
Atravesamos un largo periodo de crisis. Al igual que la recesión
económica y la corrupción acabaron con el bipartidismo, Internet ha
acabado con el predominio de unos pocos medios.
La cuestión es cómo, en este escenario un tanto asilvestrado, los
periódicos logramos recuperar la credibilidad -cada vez más diezmada- y
conseguimos que los ciudadanos de forma mayoritaria vuelvan a confiar en
nosotros.
La tecnología no nos libera a los periodistas de nuestras
responsabilidades. Y, por tanto, tenemos que olvidarnos de los vídeos
virales y volver a nuestras esencias. En un artículo publicado el pasado
viernes en Financial Times, Atthew Garrahan afirmaba: “En un momento de gran agitación política a ambos lados del Atlántico, el buen periodismo es más necesario que nunca”.
Es decir, agarrarnos como a un clavo ardiendo a tres principios básicos: Veracidad, relevancia y exclusividad.
Decía Gabriel García Márquez que el periodismo o es periodismo de investigación o no es periodismo.
En efecto, en la selva competitiva en la que nos desenvolvemos podrá
haber negocios que triunfen a base de generar cantidades ingentes de
tráfico, pero los lectores terminarán por distinguir el grano de la
paja.
Los medios que primen la verdad por encima de intereses económicos o
los sectarismos ideológicos, los medios que apuesten por la
investigación, por descubrir lo que hay detrás de lo aparente, serán los
que consigan ganarse el respeto de los ciudadanos.
Eso llevará tiempo. Probablemente desaparezcan muchos medios en el
proceso. Unos cerrarán, otros se fusionarán, etc. Pero los que se
mantengan fieles a la máxima de la calidad serán los que mejor
aguantarán los embates de las caídas de ingresos que nos esperan. Y la
única salida para los periódicos de calidad será que los ciudadanos
asuman que la buena información no puede ser gratis.
En una entrevista
publicada por El Mundo el pasado 17 de mayo, el CEO de The New York Times Company, Mark Thompson, sostenía:
“La manera más saludable de financiar el periodismo es buscar
consumidores que lo paguen. La gente pagará por las noticias, igual que
lo hace por las series en Netflix o por la música en Spotify”.
Los periodistas recurrimos con frecuencia a la sentencia de Thomas Jefferson
para medir el valor de la prensa en una sociedad democrática. Decía el
que fuera uno de los llamados padres fundadores y que llegó a ser el
tercer presidente de los Estados Unidos: “Si yo tuviera que decidir
entre tener un gobierno y no tener periódicos o tener periódicos y no
tener gobierno, no dudaría un segundo en elegir esto último”.
Si Jefferson pudiera ver lo que está pasando, seguramente volvería corriendo a su tumba.
Sin embargo, los que seguimos vivos no podemos escondernos y tenemos
que ser fieles a nuestros principios -por algo el derecho a la
información está recogido en el artículo 20 de la Constitución- .
Tenemos que hacer rentables los periódicos porque sin beneficios no hay
independencia. Pero, por encima de todo, nos debemos a los lectores, al
público, a los ciudadanos. Si no somos capaces de estar a la altura de
las circunstancias, es mejor que nos dediquemos a otra cosa.
(*) Periodista y editor de El Independiente.
https://www.elindependiente.com/opinion/2017/07/16/crisis-periodicos/
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