Si tu chica ha decidido abandonarte porque se le rompió el amor de
tanto usarlo, la peor técnica para volver a seducirla consiste en tratar
de convencerla de que dejará de disfrutar de tu dinero y relaciones,
que los amigos comunes le harán el vacío, que se quedará sola en el
mundo y que no tendrá donde caerse muerta. Esto la decidirá
definitivamente a coger la puerta, aun en el caso de que pudieran ser
ciertas esas consecuencias para ella. Es lo que sucede en situaciones
normales cuando a un discurso sentimental se opone otro estrictamente
económico.
Así, Cataluña. Los grandes partidos y medios de comunicación
estatales repican durante la campaña electoral una amplísima letanía de
perjuicios tremebundos para los catalanes si la mayoría de éstos
emprende el camino segregacionista. Son peligros ciertos, pero su
exposición suena a amenaza y desprende, además, un tufillo paternalista.
Por si fuera poco, el discurso estatal en su conjunto renuncia a
recuperar la avenencia a dos, dando por sentado que el amor es
imposible, y apela a conveniencias internacionales, como quien en el
último intento de retener a su pareja moviliza a los amigos para que lo
sustituyan en la interlocución, y éstos le razonan: “Si quieres seguir
siendo socia del Real Casino, del Canal Plus y del Club de Tenis ha de
ser con su carné, aunque en casa ni os habléis”. Vaya plan.
La oligarquía catalana que promueve el independentismo no lo hace por
motivos sentimentales. Le aviva, claro, el interés económico
delincuencial, como tan a la vista está, la esperanza de seguir afanando
en su rodal sin reporte de responsabilidades. Pero su ingeniería
política, con la complaciente colaboración durante años de socialistas y
populares, ha conseguido generar una muy amplia masa crítica, esta sí
animada por impulsos irracionales que en algunos casos rozan la mítica y
hasta la mística.
Frente a esto, no hay advertencias económicas que
valgan. Ya no puede haber debate de ideas, pues las mentalidades son
distintas. Cuando esto se da, entramos en el diálogo de sordos. Hace
unos días, en el Debate de La 1, uno de los dirigentes independentistas
replicaba a la acusación de utilizar prácticas victimistas: “Queremos
separarnos para no tener que seguir quejándonos”, es decir “no queremos
ya ni veros, sea lo que sea que ocurra después”. Ante esto, poco queda
por hacer.
Ni siquiera, a estas alturas, existen mecanismos para desvelar que la
fuga intenta neutralizar las consecuencias de la corrupción
institucionalizada, pues el 3% catalán tiene su correlato en los sobres
de Bárcenas y los Eres andaluces, de modo que nunca escucharemos a Rajoy
denunciar el saqueo de Cataluña por su clase política. Y habrá
catalanes que razonen: “Entre corruptos, me quedo con los míos”.
La batalla del Estado para retener a Cataluña está perdida a medio
plazo, sea cual sea el resultado de las elecciones. Y esto es porque el
argumentario básico de los grandes partidos y medios de comunicación
contribuye a estimular la pulsión independentista. Si tu chica no te
soporta no la vas a retener advirtiéndole de que en la calle hace frío.
Aunque sea cierto que caigan chuzos de punta.
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