Tiene razón Soraya Sáenz de Santamaría
al decir que los jueces no entienden de fechas electorales. Obvio.
Cumplen con su deber. Si la justicia se rigiera por las conveniencias
electorales de este o aquel no sería justicia, ¿verdad? Sería un cachondeo. Y, como en España la justicia no es un cachondeo,
su acción prosigue implacable contra la presunta corrupción
institucional de CiU (aunque la tocada aquí parece sobre todo
Convèrgencia) con el fin de averiguar el alcance de los indicios
delictivos que viene investigando, juzgar a los culpables, si los hay, y
condenarlos, si lo merecen. Y así debe ser. Es preciso acabar con la
corrupción en donde se dé, en Cataluña, en Madrid, en Andalucía. Caiga
quien caiga.
Al
mismo tiempo, no cabe olvidar que estamos en mitad de un torbellino
político, quizá el más importante que ha habido en España desde la
muerte de Franco, el que puede cambiar de verdad y para siempre la faz
del país, aunque los nacionalistas españoles acaben de enterarse, y no
ando muy cierto de que lo hayan hecho del todo. Y en estas
circunstancias es de esperar que el debate político, habitualmente
cálido en estos pagos, se ponga al rojo vivo. El rojo vivo real y no ese
ñoño remedo televisivo. Se oirán muchos ex-abruptos, incluso
barbaridades, de un lado y del otro. Pero no es motivo para enredarse o
confundirse. Hagan los jueces en buena hora su trabajo con eficacia e
independencia. Déseles toda la ayuda y el apoyo que precisen. La
justicia es el eje esencial de toda comunidad política. Platón dedicó su
obra más importante a este vínculo. Y así sigue hoy, casi 2.500 años
después.
Salgamos,
pues, del ámbito judicial, dejemos trabajar a los jueces y vayamos a la
dimensión política del asunto. ¿Qué autoridad tiene el PP para reclamar
la separación entre ambos campos? Nula, como todo el mundo sabe. La
derecha, el gobierno, el PP, la señora Santamaría, no han colaborado
jamás con la justicia cuando esta los investiga. Antes bien, la
destrucción de pruebas de todo tipo, la negativa a atender y cumplir
reiterados autos judiciales, el borrado de los discos duros barcénigos,
etc., atestiguan lo contrario, esto es, que obstaculizan y entorpecen la
acción de la justicia cuanto pueden e, incluso, si parecen colaborar,
como cuando se personaron en la causa de los papeles de Bárcenas como
acusación, lo hicieron para distorsionar el procedimiento y fue
necesario expulsarlos. Como probablemente lo será otra vez con la nueva
personación de la Comunidad de Madrid (PP) en el caso de la Púnica. Y
esto sin entrar ya en terrenos más procelosos, como las maniobras para
apartar unos jueces íntegros y poner otros más acomodaticios o de la
propia cuerda.
Sin
embargo, reconozcámoslo, este argumento, teñido del defecto "y tú más",
no es válido del todo. No, no lo es, pero ayuda a hacerse una idea. Lo
interesante es el argumento siguiente: frente a sus casos de corrupción,
que son una pedrea cuya enumeración no cabría en el post, el PP insiste
en que se trata de cuestiones aisladas que en nada afectan al partido
en su conjunto, a su programa, su ideología (si es que tiene alguna) y
su proyecto político, del que tampoco se sabe gran cosa. De hecho, ese
mismo partido se presenta a las elecciones de diciembre sosteniendo que
lleva una lucha titánica contra la corrupción que anida en su seno,
igual que San Antonio luchaba contra la concupiscencia que lo asaltaba. Y
presenta como candidato a Mariano Rajoy, sobre quien recaen fundadas
acusaciones de haber estado cobrando sobresueldos y otras bicocas de
procedencia dudosa y certidumbres de que ha mentido en repetidas
ocasiones en el parlamento, en la televisión y en la calle.
¿Por
qué, en cambio, los presuntos casos de corrupción que afectan a
Convergència y no, por cierto, personalmente a Mas, han de debilitar o
hacer fracasar el proceso soberanista en su conjunto? ¿Por qué no se
liga corrupción y unidad de la España neoliberal y nacionalcatólica pero
sí corrupción y soberanismo? Es patente que Juntos por el sí
no es Convèrgencia, sino una "confluencia" de mucha más gente en
principio limpia de polvo y paja. Por cierto, para quien sepa apreciar
la finura florentina de la política de Mas, que sigue dando mil vueltas
al zote de La Moncloa, ¿queda ya claro el misterio de por qué va el
cuarto en la lista y no el primero? ¿Hay que explicarlo? Precisamente
para desactivar esta supuesta "bomba" que ya preveía, esta amalgama para
dinamitar el soberanismo.
Es
igual. El unionismo, el nacionalismo español, creyendo victoriosa su
estrategia del embudo, ha lanzado a sus portavoces a bombardear la plaza
soberanista. Arranca alegre "El País" que, titula más con el deseo que
con la luz de la razón, que La investigación de las comisiones del 3% fractura la lista unitaria. Y todos se hacen eco, hasta Pablo Iglesias, quien, encantado de mostrarse persona de orden y patriota, repite la falsa doctrina de que "soberanía y corrupción son incompatibles",
doctrina falsa por partida doble: a) una general y de hecho, ya que
hay Estados soberanos basados en la corrupción; por ejemplo, el suyo; b)
otra particular y de juicio de intenciones, porque nadie en el
soberanismo catalán, que se sepa, ha pretendido hacerlo compatible con
la corrupción.
Está
claro que, a falta de argumentos, el nacionalismo español de derechas,
de centro, de izquierda y de izquierda/no izquierda, recurre al
socorrido método de la amalgama, que los soberanistas califican de
"juego sucio". Aunque pueda parecer paradójico, Palinuro está satisfecho
con esta vía de contraataque a una emergencia independentista catalana
que los unionistas no saben cómo contrarrestar. Peor sería que preparan
algún tipo de intervención violenta o de provocación. Posibilidad que
tampoco cabe ignorar sin más en una país cuyo ministro del Interior se
reúne mano a mano con un presunto delincuente. De momento, al parecer,
se ha limitado a avisar a las televisiones y periódicos afectos al
régimen para que tuvieran tanto tiempo para preparar el "operativo
mediático" como la Guardia Civil el suyo, es decir, ha movilizado su
brigada de plumillas. Luego vendrán los tertulianos de estercolero.
Todo
esto, sin embargo, aunque el nacionalismo español crea lo contrario, es
agua pasada. El soberanismo catalán, el impulso independentista no
depende ya de las candidaturas concretas, de las personas, de Juntos por el Sí y
mucho menos de Convèrgencia. Es un movimiento de amplia base social,
transversal, transideológico, transconfesional, con profundas raíces en
todo el territorio y mucha fuerza fuera de él. De esta forma, quienes
pretenden emplear los autos judiciales como armas políticas (diciendo lo
contrario, por supuesto) en contra del independentismo, del
secesionismo, demuestran una vez más su pasmosa cortedad mental porque,
al hacerlo, han acabado agrupando las opciones en los dos bloques
plebiscitarios que el independentismo quería y los unionistas pretendían
evitar a toda costa: sí o no. Y el "sí" daba hoy contundente respuesta
en la fiesta de "JpS". De este modo, la suerte está echada: el día 27 de
septiembre se verá si la presunta corrupción de Convèrgencia resta
votos al independentismo, como anhelan los nacionalistas españoles o, al
contrario, fabrica más independentistas, como dicen los soberanistas.
Parada y fonda para calibrarlo entre tanto será la Diada.
Veremos quién gana.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED