Una de las cosas más involuntariamente
graciosas que hemos escuchado en los últimos días: los empresarios
murcianos anuncian que retirararán sus proyectos de inversión en esta
Comunidad si el Ave no llega en superficie. Les ha faltado decir que se
irán a Cataluña. El propósito debe ser tan sincero como el de los
empresarios catalanes que amenazaron con trasladar sus inversiones a
Murcia. Han pasado algunos meses desde el 1-O, y por aquí no se ha visto
a muchos catalinos con la billetera suelta.
¿Estamos
de broma o qué? Se cuentan casi veinte años desde que se proyectó el
Ave a Murcia, y hasta ahora nadie se había puesto excesivamente nervioso
por los retrasos, por el absurdo trazado ni por las condiciones de
llegada. Sin embargo, los empresarios murcianos, de la noche a la
mañana, están decididos a podemizarse con acciones callejeras ante el
supuesto de que el Ave, en vez de llegar en superficie en 2019 pudiera
hacerlo soterrado en 2020.
Tienen prisa, y eso está bien, conviene a
todos que un estamento tan poderoso se muestre inquieto, pero si han
esperado diez años ¿que les impediría que fueran once? Y, sobre todo,
¿no debiera ser este estamento el que planteara una mayor exigencia a
los Gobiernos, del signo que sean? No debieran conformarse con
soluciones provisionales, a sabiendas de que éstas, a la postre, suelen
ser definitivas, sino ponerse en vanguardia para la reclamación de la
máxima exigencia.
Algo grave
está ocuriendo en esta Región cuando los empresarios plantean unas
demandas con las que no coinciden, en el modo de requerirlas, miles de
ciudadanos. Hay una evidente desconexión entre los representantes
oficiales de la empresa y amplios sectores de la sociedad, en concreto
los vecinos afectados por las consecuencias para sus vidas de los
proyectos a que insta la patronal a toda costa.
El
sector empresarial debería concertar sus intereses con el conjunto de
la sociedad y ponerse a salvo de las riñas entre los grupos políticos,
como es obligación en cualquier otro colectivo de la sociedad civil,
incluyendo, en otro orden de cosas, a los medios de comunicación.
Al
margen de los partidos, nadie está para hacer seguimiento de unos o de
otros, sino para intentar llamar la atención a los gobernantes y a la
plural oposición acerca de que deben atender a la confluencia de
intereses y, en consecuencia, procurarla. El despostismo ilustrado de
mesa camilla (todo para el pueblo, pero sin el pueblo) no encaja en
nuestro tiempo, y lo que es peor, contribuye a radicalizar posiciones,
fijar fáciles estereotipos y potenciar rivalidades sociales internas que
debilitan las reivindicaciones generales.
Es
soprendente que al empresariado institucionalizado le dé por
movilizarse contra la probable supresión de la llegada del Ave en
superficie a la espera de que lo haga en las debidas condiciones, es
decir, soterrado, mientras CROEM no pone la más mínima atención en el
desastre de las comunicaciones internas: transportes urbanos e
interurbanos ruinosos, desorganizados, con núcleos poblacionales
desasistidos; unos trenes de cercanías con rutas limitadas, vagones
cochambrosos y vías asesinas, y un Corredor Mediterráneo, que si alguna
vez se desviara hacia donde su propio nombre indica, es decir, hacia el
Mediterráneo, lo haría trasladando mercancías peligrosas por una red
urbana.
¿Quién piensa en los ciudadanos del sur de Murcia, en los
comerciantes, pequeños empresarios y trabajadores autónomos a quienes se
les ha prometido mil veces que se restituiría la normalidad urbana de
sus barrios trazando el tren, el Ave o cualquier otro transporte
convencional, por vía subterránea?
Esta
Región no puede funcionar si los empresarios desconsideran a los
vecinos, porque los vecinos son también trabajadores y empresarios. No
puede existir un interés superior al de la gente común. No puede
planificarse el futuro sin tomar en consideración los problemas
cotidianos de los ciudadanos. Es absurdo que se intente trasladar la
impresión de que existe una superestructura que piensa en el bien común
en contra de quienes no perciben la sensación de que el bien común
consista en contradecir sus convicciones, y menos si se les envía la
Policía a tratar de convencerlos con renuncia absoluta al diálogo
político, que es lo que corresponde en una sociedad democrática.
Dicen
los empresarios: «Nos jugamos mucho con el AVE». Pero ¿esto es de ahora
o de cuando aceptaron el trazado en zigzag, cuando dejaron de dar
importancia a la comunicación por Camarillas, cuando salibaron con un
aeropuerto bis, todavía sin aviones, mientras despreciaron durante años
la mínima modernización de las vías ferroviarias y de vehículos? ¿No
saben los empresarios murcianos que la economía regional se activa
también con la ordenación urbana, la armonización de los barrios y la
colaboración de los distintos estamentos en proyectos comunes?
¿Acaso
desconocen que mantener en el interior de la Región un sistema
tercermundista de transportes no puede suplirse con un tren de lujo que
llegue, encima, arrasando e importunando más gravemente que hasta ahora
la imbricación urbana del tejido social en un amplísimo espacio de la
capital de la Región? ¿Cómo es que un estamento, el empresarial, al que
se supone independiente, colabora, siempre desde la misma parte, en la
confrontación partidista, y curiosamente lo hace en favor de estrategias
provisionales que intentan compensar el fracaso de los proyectos
integrales anunciados en su día y que, precisamente por el fracaso de
los mismos, debieran ser ellos los primeros en denunciar, ya que fueron
corresponsables con su firma y aceptación?
El
PSOE ha empezado haciendo bien las cosas. Lo primero: el nuevo delegado
del Gobierno, Diego Conesa, se ha estrenado acudiendo a las vías. Es lo
que debieran haber hecho en su momento el alcalde de Murcia, José
Ballesta, y el presidente de la Comunidad, Fernando López Miras. Hablar
de tú a tú con la gente. La Policía no es un buen intermediario, salvo
cuando las cosas se salen de madre. Pero esto no ocurre siempre porque
haya unos revoltosos; hay veces que los revoltosos acuden porque está la
Policía.
En fín, que una reivindicación básica y común del conjunto del
estamento político, el soterramiento de las vías del tren, se haya
convertido durante los últimos tiempos en un conflicto policial sólo es
imputable a la falta de habilidad de los políticos de gobierno, pues a
éstos corresponde establecer políticas inteligentes de conversación con
los vecinos.
El absurdo de la
confrontación interpuesta entre empresarios y vecinos, en que los
primeros sustituyen al Gobierno, perdida la autoridad de éste en el
caso, debiera resolverse con un pacto sencillo: los vecinos debieran
acatar las molestias de dos años por las obras del soterramiento a
cambio de que los empresarios tengan paciencia durante un periodo
idéntico. Y aquí paz, y después Ave soterrado.
Lo
que hay que exigirle al PSOE es que no retrase ni un minuto las obras
del soterramiento, es decir, que no distraiga éstas con otras para la
llegada del AVE en superficie. La primera precaución de la sociedad
murciana ante el precario Gobierno socialista debiera consistir en
comprometerlo para que el Ave llegue y que convenza a todos de que lo
hará como debe. Ya lo decía Fernando Arrabal: «El milenarismo va a
llegaaar...». Pues bien, con el compromiso de que llegue el Ave
(soterrado, claro) es suficiente.
Amenazan con deslocalizarse, pero en realidad lo que están es descolocados.
Casado por descarte
Cómo será la cosa para que Pablo Casado
se nos aparezca el candidato más idóneo de cuantos concurren al congreso
del PP siempre que hagamos el esfuerzo de ponernos en el lugar de los
intereses de ese partido. Podría resumirse con aquéllo de que en el país
de los ciegos el tuerto es el rey.
Así deben haberlo entendido los
diputados murcianos más despiertos, empezando por Teodoro García y
siguiendo por Ascensión Carreño y Javier Ruano. A falta de elementos
ideológicos que puedan distinguirse entre las opciones habrá que apelar
al factor juventud como la argamasa que los une.
Hay
un problema de partida, y no pequeño, consistente en que Casado pudiera
haberse pasado de frenada en la utilización de las influencias
políticas sobre ciertos estamentos universitarios para dotarse de un
currículo académico que para esta ocasión debiera darle alas y, sin
embargo, le pesa. Tanto le pesa que corre el riesgo de durar en su
condición de candidato sólo unos días más que Màxim Huerta en la de
ministro.
Pero parece lógico
que los populares murcianos no pierdan el sentío por Cospedal, quien
reformó el Estatuto de Castilla-La Mancha con el exclusivo propósito de
derogar el trasvase del Tajo, si bien es verdad que después no hizo
falta su colaboración para que dicho trasvase quedara semiliquidado con
otra fórmula menos grosera, aunque igualmente efectiva, el Memorándum,
al que el Gobierno de Valcárcel dio alegremente el plácet.
El viaje
desde el sueño eterno de Mariano a la protección de la corrupción en
diferido por la que Cospedal ha venido dando la cara, según ella misma
orgullosamente proclama, no parece el proyecto más estimulante. No cabe
duda de que, de entre todos, es la candidata más enérgica, pero se trata
de una cualidad que suele emplear para romper a martillazos ordenadores
comprometedores.
En cuanto a las pasiones que pueda convocar Soraya
entre las nuevas hornadas populares cabría detectarlas entre los
adictos a la naftalina cuando cabe la posibilidad de desengancharse de
ella aprovechando que Rajoy se ha retirado a Santa Pola. Soraya es Rajoy
con faldas, a no ser que ahora pretenda ser tardíamente otra cosa.
Casado es muy de derechas, pero esto no debe ser un inconveniente en el PP, salvo que pierda utilidad para atajar el crecimiento de Ciudadanos por el centro. Hasta ahora, Ciudadanos crecía a costa del PP; el reto de quienes sean los nuevos dirigentes de éste debiera ser crecer a costa de Ciudadanos, es decir, cerrarle el paso y hacerle retroceder.
Frente a
Rivera habría sido muy efectivo el exministro de Fomento, Íñigo de la
Serna, pero ha decidido hacer de guardaspaldas de Soraya. Queda Casado
como la perla de una probable renovación que empieza mal, ya desde los
más que dudosos méritos de su currículo profesional. Pero es lo que hay.
(*) Columnista
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