Ha empezado la campaña electoral. No
sabemos si la de las autonómicas de 2019 o la de unas adelantadas
generales de 2018, pero que estamos en campaña es bien seguro.
La
segunda posibilidad es teóricamente remota, sobre todo porque quien
tendría que convocar las generales está en franca decadencia, según las
encuestas, pero precisamente por eso tal vez no se muestre en
condiciones de manejar la situación si la cuestión catalana, que es la
que gravita sobre todo esto, se complica hasta el punto de hacer
definitivamente ingobernable la política nacional.
Estamos a semanas vista de esta representación, de modo que pronto sabremos si Rajoy será capaz de escapar de su laberinto. Pero en cualquiera de los casos, y desde la perspectiva murciana, que es la que nos atañe, el partido del Gobierno afronta las elecciones venideras con el programa electoral de 2008 cuando todavía no se han apagado las campanadas que nos anunciaban la entrada en 2018.
Estamos a semanas vista de esta representación, de modo que pronto sabremos si Rajoy será capaz de escapar de su laberinto. Pero en cualquiera de los casos, y desde la perspectiva murciana, que es la que nos atañe, el partido del Gobierno afronta las elecciones venideras con el programa electoral de 2008 cuando todavía no se han apagado las campanadas que nos anunciaban la entrada en 2018.
El PP murciano está decidido a seducir a los
electorales potenciales con un plan que podría resumirse en el lema
«ahora sí que sí», es decir, que aquello que prometió hace diez años
para el minuto siguiente y que quedó empantanado a causa de su impericia
resucitará ahora como realidad tangible por obra y gracia de la magia
de Fernando López Miras, y esto todavía antes de que en la Región se
tenga completa constancia de quién es este repentino presidente, ya que
el PP casi no ha dado tiempo a que advirtamos las cualidades de los
sucesivos herederos del Sempiterno.
La matraca.
Diez años después, el programa es el mismo del pleistoceno valcarceliano: agua, infraestructuras y aguardiente. Hubo un tiempo en que el PP cumplía sus promesas: autovía a Madrid, autovía a Alicante, autovía del Noroeste... Pero eso fue en los primeros cuatro años de poder popular, allá por el siglo XX. Una vez bien apalancados en el poder empezó el vivalavirgen, y nadie recuerda un sustantivo logro de gestión en estos capítulos distinto a los mencionados.
Diez años después, el programa es el mismo del pleistoceno valcarceliano: agua, infraestructuras y aguardiente. Hubo un tiempo en que el PP cumplía sus promesas: autovía a Madrid, autovía a Alicante, autovía del Noroeste... Pero eso fue en los primeros cuatro años de poder popular, allá por el siglo XX. Una vez bien apalancados en el poder empezó el vivalavirgen, y nadie recuerda un sustantivo logro de gestión en estos capítulos distinto a los mencionados.
El programa electoral que
viene incluirá aeropuerto y AVE, dos epígrafes sonrojantes a la vista de
su respectiva deriva. Si por fin se concluyen, cabrá pensar que alguna
vez tendría que ser, pero a este ritmo es mejor que no prometan nada
más, al menos para las generaciones que aún palpitan. Están tratando de
convertir en un éxito lo que constituye un contundente fracaso:
inaugurar hoy lo que debiera estar ya descontado y que por no estarlo
gravita económica y socialmente a la Región con más impiedad que si
tales proyectos no se hubieran concebido.
El aeropuerto, sin ir
más lejos, es una infraestructura que jamás será amortizada, no ya sólo
por lo empleado en ella sino por las incertidumbres sobre su
rentabilidad. Parece evidente que si finalmente se abre lo será por
imponderables políticos, forzado por la propia existencia de unas
instalaciones varadas que cantan el fracaso de una gestión prepotente.
Hasta llegar a que Aena se encargue por fin de la gestión ha sido necesario asistir a componendas cuyo relato espanta. En cuanto al AVE, lo paradójico es que lo que se supone un bien público haya acabado resultando un ejemplo de despotismo ilustrado al no adecuarse el proyecto a las necesidades y demandas de quienes quedaban determinados a sacrificarse ante un supuesto bien general, de tal manera que lo que se pretendía para beneficio electoral, incluso soslayando alternativas más racionales, eficaces y asequibles, se ha convertido en el principal foco de desafección a los benefactores.
Hasta llegar a que Aena se encargue por fin de la gestión ha sido necesario asistir a componendas cuyo relato espanta. En cuanto al AVE, lo paradójico es que lo que se supone un bien público haya acabado resultando un ejemplo de despotismo ilustrado al no adecuarse el proyecto a las necesidades y demandas de quienes quedaban determinados a sacrificarse ante un supuesto bien general, de tal manera que lo que se pretendía para beneficio electoral, incluso soslayando alternativas más racionales, eficaces y asequibles, se ha convertido en el principal foco de desafección a los benefactores.
De agua, mejor no hablar.
El juguete retórico se ha acabado volviendo contra quienes lo
instrumentaron, y las alas que concedieron a una parte del sector
agrícola se han convertido en un poder crítico contra el Gobierno, una
vez que se han visto las trampas de ese desarrollo y las
incompatibilidades palpables entre la intensividad de los cultivos y la
conservación del medio ambiente, al menos en la zona del Mar Menor. Este
dilema es infernal para el Gobierno, que no puede optar entre la
realidad de las consecuencias y la conformidad con esa parte del cuerpo
electoral cuya fidelidad había alimentado.
López Miras ha
irrumpido enarbolando otra vez la bandera del agua, pero ésta no
arrastra ya a las masas porque, después de que la expansión urbanística y
el empleo que creó quedó aparcada por la crisis, la reivindicación
queda limitada al ámbito de los regantes, y éstos, además, acumulan
suficiente experiencia para conocer la limitada capacidad del Gobierno
regional acerca de esa cuestión. En realidad, tanta agitación y
propaganda con el agua se ha acabado resolviendo en un retroceso hasta
el extremo de los recursos disponibles, y esto con la aceptación de la
misma casta política valcarceliana que ingenió el «Agua para todos» como
una especie de correlato nacionalista.
En el bucle.
La pretensión de renovar el capítulo de fracasos como estandarte electoral renovado resulta algo cansina, incluso para los actuales dirigentes del PP. Tal vez podríamos consolarnos en que la ´nueva generación´ que ha heredado el desplome sufre de tanto aburrimiento como el conjunto del personal ciudadano que lleva años y años enredado en estas matracas sin ver el modo de escapar del bucle. Pero de aquí no hay quien salga, entre otras cosas porque el Gobierno regional está abandonado a su suerte por el central.
La pretensión de renovar el capítulo de fracasos como estandarte electoral renovado resulta algo cansina, incluso para los actuales dirigentes del PP. Tal vez podríamos consolarnos en que la ´nueva generación´ que ha heredado el desplome sufre de tanto aburrimiento como el conjunto del personal ciudadano que lleva años y años enredado en estas matracas sin ver el modo de escapar del bucle. Pero de aquí no hay quien salga, entre otras cosas porque el Gobierno regional está abandonado a su suerte por el central.
Para muestra, el botón de la reciente visita de
Rajoy a la Región. Aparte de que su contribución al Año Jubilar de
Caravaca, motivo del desplazamiento, se produjo pocos días antes de su
clausura, lo que anulaba el ´efecto publicitario´ en beneficio del
acontecimiento (habría tenido más sentido que se hubiera presentado por
aquí al principio, no al final), la retahíla de iniciativas que anunció
para Murcia, una serie de conexiones de carreteras, no estaba siquiera
entre los proyectos prioritarios del Gobierno regional, lo que indica
una vez más que a la Región se le ofrece lo que no pide y se le niega lo
que exige.
Algo así como cuando Valcárcel presumía de que Aznar le había aceptado que impulsara el aeropuerto de Corvera a la vez que el ministro Trillo potenciaba el de San Javier con una segunda pista cuando el plan consistía precisamente en trasladar éste a aquél. Lo que se viene llamando coordinación política y cuidado de los recursos públicos.
Algo así como cuando Valcárcel presumía de que Aznar le había aceptado que impulsara el aeropuerto de Corvera a la vez que el ministro Trillo potenciaba el de San Javier con una segunda pista cuando el plan consistía precisamente en trasladar éste a aquél. Lo que se viene llamando coordinación política y cuidado de los recursos públicos.
Por
cierto que en la visita de Rajoy no se habló de la aplicación del ´155
del agua´, una ocurrencia de López Miras que el presidente del Gobierno
central ha desoído o simplemente, como la mayoría, no ha entendido.
Pero, en todo caso, quedó explícito que Rajoy atiende a lo que sus
asesores le apilan para cuando va de visita, y que esto es independiente
de lo que los gestores locales reclaman en cada caso. Lo que significa
que los discursos en el PP van cada uno por su lado, según a qué
Administración correspondan, y esto es una aviso sobre la soledad de
López Miras.
En este contexto, hay que valorar políticamente, al
menos en la intención, la voluntad del presidente murciano para intentar
definir políticas propias. A esto obedecen iniciativas como la de esta
semana, en que anunció la rebaja en el tramo autonómico del IRPF. Vale
aplaudir su intento de buscar huecos por los que emerger sin recurrir al
proyecto central de vender el embellecimiento de las ruinas heredadas,
pero hay poca chicha bajo un intento de espectacularidad. Se trata
también en este caso de volver a 2008, el año en que la aparición de la
crisis acabó con todas las fiestas y se inició la etapa de recortes
salvajes.
Esta bajada de impuestos parece querer sugerir que la economía deja atrás las convulsiones y avanzamos hacia la recuperación, como un ´volver a empezar´ después de diez años de desasosiego. Pero la realidad es que los trabajadores preferirían antes una subida de sueldo, gesto mucho más denotativo de la ausencia de crisis, que una bajada de impuestos que apenas se notará en las nóminas y mucho en la recaudación, sobre todo en la de una Comunidad arrasada por una deuda que se confía a un futuro rescate in extremis, a la vista de que jamás podrá ser saldada. Y no es a la creación de empleo ni al fortalecimiento de los salarios a lo que invita la bajada de un impuesto que carece de interés para los empresarios.
Esta bajada de impuestos parece querer sugerir que la economía deja atrás las convulsiones y avanzamos hacia la recuperación, como un ´volver a empezar´ después de diez años de desasosiego. Pero la realidad es que los trabajadores preferirían antes una subida de sueldo, gesto mucho más denotativo de la ausencia de crisis, que una bajada de impuestos que apenas se notará en las nóminas y mucho en la recaudación, sobre todo en la de una Comunidad arrasada por una deuda que se confía a un futuro rescate in extremis, a la vista de que jamás podrá ser saldada. Y no es a la creación de empleo ni al fortalecimiento de los salarios a lo que invita la bajada de un impuesto que carece de interés para los empresarios.
El PP tendrá que hacer un esfuerzo de
imaginación para avanzar a través de la campaña electoral que se ha
abierto con el inicio del año si quiere contener su desgaste, agravado
por el nuevo panorama político en que Ciudadanos le come los votos la
velocidad de pokémon, para aportar ideas sugerentes y practicables en el
corto plazo a fin de no comparecer en 2019 (o quién sabe si a mediados
de 2018 en unas irresistibles generales) con el mismo programa, por lo
demás falluto, que ya esgrimía, entonces todavía con alguna
credibilidad, en los albores de 2008.
'A patadas' con los conceptos
El presidente del PP, Fernando López Miras, ´echará a patadas´ de su partido a ´quienes metan la mano´, pero preferirá hacerlo después de que lo dicte un juez. La primera parte de esta frase parece expresar una nueva contundencia contra la corrupción, sobre todo por la manera expeditiva y poco delicada que se deduce del modo concreto de expulsión del sujeto pillado en falta: a patadas.
Pero la segunda parte nos devuelve al modelo rajoyano, que consiste en que en el PP no se pagan responsabilidades políticas hasta que no se hacen expresas las judiciales, y a veces ni con esas, según una expresiva relación de casos. Estamos en las mismas, y por ese lado será la oposición la que condicione la permanencia en los cargos de los políticos del PP que resulten sospechoso de cualquier tipo de tropelía, restando así credibilidad al partido que más irregularidades registra, consiente y mantiene. Sin novedad en el frente.
Pero en este caso López Miras ha ido más allá, sin querer, se supone. «Echaré a patadas a quienes metan la mano», dice, y todavía necesita que lo ratifique un juez. Hasta ahora, el PP no matizaba en esos casos, en los de quienes ´meten la mano´. Lo hacía dulcificando determinadas actuaciones como ´irregularidades administrativas´, que para ese partido podían ser disculpables si no existía beneficio económico personal a consecuencia de ellas.
Para el PP, la corrupción se limitaba a quienes meten la mano en la caja, y todo lo demás lo disculpaba, pero al menos para aquéllos planteaba respuestas ejemplares, o al menos así ha actuado cuando no ha tenido más remedio a la vista de los hechos irremediables. El presidente murciano, tal vez involuntariamente, traicionado por un inhábil manejo de conceptos, deja también a cargo del juez de turno la expulsión consecuente de quienes ´meten la mano´, la última escala de cualquier proceso de corrupción en las artes políticas.
La cualidad de los ´nuevos políticos´ no se traduce en su juventud o en sus buenas intenciones, sino en cambiar los formulismos que han desgastado aquellos que los han precedido. Si un asunto tan medular como la corrupción política se sigue atendiendo desde la más alta responsabilidad de los partidos con los esquemas que no la han impedido sino que, por el contrario, la han alentado, de nada sirve presentarse con una factura de innovación o de nuevo impulso, pues todo resulta entonces postureo, sin avances cualitativos.
Queda entonces en manos de los electores decidir si la novedad que precisan no estará en otros partidos cuando al que han venido apoyando se muestra tan remiso a cambiar, siquiera en la retórica, criterios básicos para la regeneración. Aquí, en vanguardia o nada.
(*) Columnista
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