La moción de censura de Podemos ha
tenido, como todo, luces y sombras. La luz: la revelación de alguna
figura política prometedora, una crítica demoledora al gobierno de la
corrupción y la consagración de un estilo parlamentario nuevo, directo,
sin concesiones pero respetuoso, en contraste con los usos tumultuarios
de la bancada del PP que Rajoy llamaría de hooligans porque no sabe que existe el término "gamberro"; señorías gamberras, vamos.
La sombra: ya parece incuestionable que la estrategia del sorpasso
es un fracaso. Se han necesitado tres años para reconocer algo claro
hace otros tres. Tres años, dos elecciones generales, varias autonómicas
y municipales, una consulta atípica catalana, dos investiduras y una
moción de censura.
Y
todo para que el paradójico resultado de la moción haya sido evidenciar
los límites de Podemos y su candidato, quien ha tenido que comerse
literalmente sus recientes palabras de que no habrá alianza con el PSOE a
nivel de júnior. Sin el PSOE no se llega al gobierno; contra el PSOE,
menos; y destruirlo mientras se asaltan los cielos ha resultado la
aventura de Ícaro.
Paradójicamente,
el fracaso de la moción de censura ha fortalecido la figura de Sánchez y
consolidado la de su partido al que ya todos, Podemos incluido, llama
"nuevo", adjetivo potente en mercadotecnia. La moción de censura ha sido
a mayor gloria de Sánchez y de su partido. El primero, ausente
-circunstancia esta que, bien llevada, continuará el relato de la
candidatura de Sánchez- y el segundo, reafirmado en su centralidad
política gracias a una intervención muy consistente, justa y moderada de
Ábalos.
El
equipo camina hacia la gloria. Pero la gloria ciega al tiempo que la
crítica enmudece y el líder se lanza a su propia destrucción seguro de
sí mismo. Cuando Sánchez comprueba que tiene una valoración alta, le
conviene recordar que quizá no se deba a sus méritos, sino a los
deméritos de los competidores. El mérito de Sánchez, cuando lo tenga,
consistirá en dar cumplimiento a ese compromiso de buscar una amplia mayoría que permita desbancar al PP.
Aparte de que el verbo desbancar se presta a chistes, la expresión es
demasiado vagarosa. En lenguaje reglamentario es más sencillo: presentar
una moción de censura ganadora. Esa moción de censura solo puede ser de
dos formas con variantes: forma a) PSOE, C's, Podemos; forma b) PSOE,
Podemos, JxS y algunos otros.
Las
dos tienen al PSOE y a Podemos. Por tanto, sería lógico que se pusieran
de acuerdo respecto a quién invitarían. Más acorde con la invitación a
la izquierda de Sánchez es aproximarse a JxS, pero esto plantea un
problema de equilibrio constitucional. Sin embargo, la moción de censura
permite una posibilidad de entendimiento. Si ERC vota a favor de la
moción de Podemos que acepta el referéndum pactado pero no el
unilateral, lo mismo podría hacer JxS con otra moción del PSOE y Podemos
en idénticos términos.
La
pelota estaría entonces en el tejado del PSOE y si este aceptaría un
referéndum pactado y, por ende, legal. Aquilátese aquí la legalidad.
Ábalos dice que el PSOE apoyará al gobierno en todas las medidas legales
en el contencioso catalán. O sea, que no va a apoyarlo en las ilegales.
Bueno es saberlo. Pero la cuestión es si, además de apoyarlo, propone
iniciativas de solución por su parte o insta a propuestas de negociación
que permitan hacer legal una solución razonable negociada
políticamente.
El problema está ahí y ahí es donde Sánchez tiene que mostrar su talla.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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