Ayer era Mahagonny; hoy, Tangentopoli, el nombre que se dio al proceso de Mani Pulite en los años 90 en Italia en el que los jueces pusieron al descubierto una ingente trama de corrupción en Italia
que afectaba a todos los partidos y un buen puñado de empresarios
durante años. Se llamó a declarar a unos 4.000 políticos y los procesos
dejaron claro que el sistema italiano estaba podrido.
Era algo que sabía
todo el mundo, pero los tribunales aportaron las pruebas. De hecho, el
comienzo fue la detención de un capitoste del Partido Socialista, Mario
Chiesa, en el momento de recibir un soborno de siete millones de liras.
Así se abrió una crisis de la República que en realidad dura hasta hoy.
España,
Madrid, sigue los mismos pasos. La Gürtel, la Púnica, agotarán los
nombres de ciudades corrompidas y acabarán en Sodoma y Gomorra cosa que,
según se sabe en qué empleaban los gurtélidos y púnicos sus beneficios,
es muy posible. Juego, bebidas, comilonas, putitas de confianza. Es raro que no haya caído todavía una lluvia de azufre y fuego, o quizá lo haga en diferido.
A
lo largo de su vistosa carrera politica, Esperanza Aguirre que, a
veces, se pone en plan polémico solía rechazar lo que ella suponía que
era la pretensión de la izquierda de poseer una superioridad moral.
Tenía razón. Más de la que ella suponía. No parece que la izquierda
pierda el tiempo sosteniendo esa tontería de la "superioridad moral",
aunque siempre habrá alguno que lo haga.
No existe la "superioridad
moral". Existe la moral a secas. Y la inferioridad moral. El que miente,
roba, abusa, despilfarra, soborna, falsea y, en general, delinque, está
por debajo de la moral. Lo suyo es inferioridad moral frente a la moral
sin más. Así, Aguirre se enfurece frente a la inexistente pretensión de
superioridad moral de la izquierda porque ella tiene conciencia de su
inferioridad. Es un punto de vista que la traiciona. Tanto como su modo
de aparcar.
Durante
su largo mandato, el gobierno de Aguirre no fue otra cosa que un patio
de Monipodio de una corrupción bestial y descarada con los episodios más
rocambolescos que quepa imaginar, como el caso de la Gestapillo
o el del evanescente ático de Ignacio González, sucesor de Aguirre al
frente de esta presunta banda organizada para delinquir.
Hasta ahora y
tras haber dimitido asegurando que se retiraba de la política, Aguirre
ha salido personalmente indemne de las acusaciones de la red corrupta en
su entorno. Comenzó afirmando que solo un par de nombramientos suyos le
habían "salido rana" y un par de años después resulta que su mandato
fue una charca rebosante de batracios.
Pero
los últimos dscubrimientos en el proceso parecen involucrarla en la
financiación ilegal de sus campañas electorales por cantidades
abultadas. Millones de euros en dinero negro para que la lideresa
obtuviera aquellas mayorías absolutas, como las de Rita Barberá en
Valencia. Elecciones ganadas con trampa. Lo lógico sería anularlas, como
se anulan las victorias de los atletas que se dopan.
Sin
embargo, aquí, salvo los que ya están en la cárcel, no dimite nadie. Ni
siquiera el presidente de Murcia. Tampoco Aguirre, literalmente hundida
en la Gürtel que sostiene haber destapado. Y mucho menos, Rajoy,
responsable político de este gatuperio.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario