En política internacional la semana se ha jugado entre Washington,
Berlín y Paris. Mientras acabo de escribir estas líneas, se ha
confirmado el esperado triunfo del “radical” Hamon frente al ex primer
ministro Valls. Dos hombres que representan dos izquierdas
“irreconciliables” dentro del socialismo francés, y a los que todo les
separaba en lo que se refiere a la economía y también a Europa. Un
acontecimiento que merecerá especial comentario, poniendo en relación el
proceso de las primarias del socialismo francés con las que en España
hemos demorado hasta mayo.
En Washington el nuevo Presidente Trump ha seguido desmantelando la
herencia de Obama, dinamitando las bases del comercio mundial, haciendo
que el principal índice bursátil de Wall Street supere la cifra
histórica de los 20.000 puntos y cambiando la posición de EE.UU. en el
mundo.
Ese mundo que viene, titulo de mi anterior colaboración en etas
páginas digitales, dependerá crucialmente de la capacidad de Trump de
cambiar las reglas de juego de las relaciones internacionales. Y a ello
parece dispuesto sin pausa ni tregua. La crisis abierta con México ha
provocado la anulación de la visita del Presidente Peña Nieto a
Washington, e incluso un cambio de actitud en el futuro de sus
relaciones con su gran vecino del Norte. Hasta ahora, el libre comercio
con EE.UU era el elemento fundamental de la estrategia de desarrollo
mexicana. Pero ahora la elite económica y política del país se pregunta
por el precio que tendrán que pagar en la renegociación del Nafta que
Trump les anuncia. No es ninguna broma, porque los EE.UU. compran el 80 %
de las exportaciones mexicanas y México es su segundo gran mercado.
Para el propio Ministro de economía mexicano, tomar la iniciativa de
salir del Nafta puede ser mejor que años de inciertas negociaciones de
las que siempre se saldría peor de lo que están.
Y así, ante la anulación de la visita del Presidente de México, el primer rendez-vous internacional de Trump ha sido con la premier
británica Theresa May, visualizando esa especial relación trasatlántica
en la que los partidarios del Brexit basaban parte de sus esperanzas.
Ambos líderes anuncian estar dispuestos a firmar rápidamente un acuerdo
bilateral de comercio. Y esa iniciativa se produce antes incluso de que
el Reino Unido haya iniciado formalmente el proceso de salida de la UE.
No es extraño que los demás países europeos se sientan molestos e
inquietos ante las actitudes de Trump y de May. Especialmente en
Alemania, porque en sus recientes declaraciones Trump se ha empleado a
fondo contra el modelo alemán y contra la canciller Merkel. Para Trump
la Otan es un instrumento obsoleto que solo ha servido para que los
europeos hagan free rading en materia de seguridad a costa del
contribuyente americano, Merkel ha cometido el “error catastrófico de
abrir las puertas del país a los inmigrantes ilegales” , “la UE es un
instrumento al servicio de Alemania del que los demás países harían bien
en salir siguiendo el ejemplo británico”, y “los Mercedes y BMW tendrán
que pagar un 35 % de derechos de aduana para entrar en los EE.UU”.
En Berlín ven con estupor y preocupación que los EE.UU. tiene un
nuevo Presidente que parece lanzado a una operación de desestabilización
del modelo alemán basado en una seguridad garantizada por dos
pertenencia a la Otan, una prosperidad basada en las exportaciones
industriales, el respeto a los derechos humanos del que la acogida a los
refugiados es a la vez un ejemplo y un símbolo y su incardinación
institucional en el proyecto europeo. Casi nada. Ni Putin ha dicho nada
parecido. Con amigos así… nos sobran los enemigos.
Por eso Alemania está tan preocupada por lo que pueda ocurrir en las
próximas elecciones presidenciales francesas. Si los franceses no optan
por un Presidente decididamente europeísta, todo el proyecto europeo
estará en grave riesgo de derrumbamiento.
Conviene señalar las palabras de despedida que ha pronunciado en la
Sorbona el Presidente Federal Gauk, que será substituido por el actual
Ministro de Exteriores Frank-Walter Steinmeier. Ninguna glorificación
de Europa, porque su dramática historia no lo merece. Pero si una
llamada a comprender que hoy Europa es quizás más que nunca el
“escenario de la lucha incesante de la humanidad por la justicia y al
democracia”. Cierto, la Unión Europea tiene muchos problemas, pero no
deja de ser el mayor proyecto de civilización después de las guerras del
siglo XX. Y al que en el siglo XXI le han salido muchos enemigos, no
solamente los británicos con su deseo de retirada, sino también la Rusia
de Putin en el Este, la Turquía de Erdogan en el Sureste y ahora Trump
por el Atlántico.
Está claro que ninguno de estos líderes comparte los valores
fundacionales de la Unión Europea. Y el que va a ser el nuevo embajador
americano en Bruselas lo dice con una franqueza que raya con la amenaza,
como cuando recuerda que en otras de sus misiones contribuyo al
hundimiento de la Unión Soviética y que ahora hay “otra Unión que
también necesita ser un poco neutralizada”. O con el desprecio cuando
dice del Presidente de la Comisión Europea que “no pasa de ser un buen
alcalde de una pequeña ciudad como Luxemburgo, a donde debería de
volver”. Puede parecerles extraño que un embajador utilice un lenguaje
tan poco diplomático, pero así aparece recogido ex littere en la prensa alemana y francesa.
Se puede pensar que son bravuconadas al estilo Trump. Y que en
reanudad entre el dicho y el hecho hay un trecho. Por ejemplo, el
Presidente de los EE.UU. no puede decidir si aumentar los derechos de
aduanas con Alemania porque sería contrario a las reglas de la OMC y
porque es una decisión que debería adoptar el Congreso americano. Y el
nuevo Presidente del Congreso, el republicano Paul Ryan ya ha dicho que
no se van a aumentar. De la misma manera que al retirarse del Tratado de
Libre Comercio Transpacífico (TPP) Trump no ha hecho más que alancear
al moro muerto porque Obama no había presentado ese Tratado a la
aprobación del Congreso porque ya sabía que no tenía mayoría para
aprobarlo antes de las pasadas elecciones.
Pero hay muchas cosas que Trump puede hacer desde sus poderes
presidenciales para envenenar las relaciones con la Unión europea. Y
esta debe reaccionar. Para lo cual es fundamental que el populismo de
derechas no gane las elecciones en Francia. Pero suponiendo que los
franceses elijan un Presidente demócrata y europeísta, y que además los
holandeses y austriacos elijan gobiernos que no estén en rebeldía contra
los Tratados europeos, sería necesario que Alemania flexibilice su
política económica y abandone la rigidez de los años Schauble.
Merkel y Schultz podrían formar un gobierno que relance la alianza
franco alemana, sin la cual no hay posibilidad de relanzar el proyecto
europeo. Y para ello los europeos deben estar dispuestos a financiar su
defensa de manera más autónoma, desarrollar una política inmigratoria
común que controle los flujos sin renunciar a sus valores ni al derecho
de asilo, exigir a los llamados GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon)
que paguen sus impuestos en Europa, reducir el abismal superávit
exterior alemán, que alcanza ya el 9 % del PIB y reinvertir sus
excedentes en un programa de ayuda a las economías del sur de Europa.
En pocas palabras, mas solidaridad en la zona euro, Europa de la defensa
y política inmigratoria común, deberían ser las respuestas europeas
para hacer frente a las tormentas que provocaran las decisiones de Trump
en Washington.
(*) Ex presidente del Parlamento Europeo
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