La situación en Catalunya está, paradójicamente, sincerando
las estrategias políticas de hace cuatro años, cuando nació Podemos
después del 15M. La montaña rusa llega a puerto. Algo bueno debiera tener este jaleo. Falta que el resultado electoral de este jueves 21 permita convertir esa clarificación en gobierno.
Es bastante probable, de no volver a naufragar las encuestas, que no ocurra ahora.
Todos los partidos, ante la incertidumbre y el “empate catastrófico”,
jugarán el juego del gallina, manteniendo el rumbo y la velocidad del
automóvil, y mantendrán sus posiciones maximalistas. En ese caso
no habrá otra que la repetición de elecciones. Entonces, después de un
resultado que volverá a ser muy parecido, será que llegue el acuerdo.
Seguramente en una dirección diferente a como se solventaron las
elecciones generales que dieron el gobierno a Rajoy. La España que ha cambiado ha venido para quedarse. Se toma su tiempo, pero igual que el PP pierde y pierde apoyos, el
PSOE tendrá que decidir si se va hacia la Gran Coalición o se atreve
con lo nuevo. Haga lo que haga, su decisión cambiará la política
española.
Si Sánchez cumple su palabra y busca la alianza con Podemos
para sacar a Rajoy y sus políticas, se consolidará ese nuevo bloque de
gobierno, que representa a las nuevas generaciones y no asusta a las
mayores. Podemos recuperará entonces el rumbo detenido por la crisis
catalana.
Si no lo hace, el PSOE se romperá definitivamente y Podemos igualmente tendrá clara su tarea pues habrá que volver a trabajar en la construcción de un Frente Amplio,
donde estarán los socialistas honestos, que devuelva a España la
democracia que está perdiendo. Y todo el episodio de la resurrección de
Sánchez habrá sido una lamentable pérdida de tiempo.
El escenario de este año ha sido vertiginoso, pero los posos se están decantando: la
muerte, resurrección y potencial suicidio del PSOE de Sánchez apoyando a
Rajoy, sumados a la incorporación de Unió a las listas del PSC que lo
inclinan a la vieja política; la separación de ERC del
postpujolismo y la asunción parlamentaria del referéndum pactado; el
renacimiento presidencialista del postpujolismo en la estela de la vieja
Convergencia; la insignificancia de las CUP desde su coherencia; la
recuperación del discurso social de los Comunes junto a Podemos, y la
apuesta decidida por el referéndum pactado, en el marco electoral casi
imposible de negarse a apoyar ni la independencia ni la fatwa monárquica del 155;
la agonía catalana del PP, que solo usa Catalunya para ganar votos en
el electorado visigodo; el auge de Ciutadans como culminación de la
estrategia de los bancos.
Todo lo que estaba en potencia se ha hecho acto. Todo lo
que estaba incubándose, unas cosas con voluntad, otras con cierta
indiferencia respecto de las consecuencias, ha eclosionado.
Quienes pensaban que podían ponerse de lado respecto del reto catalán,
hicieron un mal análisis. Los que pensaban que podían tensar la cuerda
hasta el extremo para lograr un acuerdo ventajoso con el debilitado
gobierno de Rajoy, deben despedir a todos los asesores. Y los que
deseaban que el tema catalán fuera el eje de la política española se han
salido con la suya. Aun al precio de haber partido Catalunya en dos.
Pero ¿cuándo le ha interesado al PP Catalunya?
Ciudadanos se va consolidando como el partido de los
banqueros que iba a acompañar/sustituir al PP desde una derecha
neoliberal y nacionalista española renovada. Su radicalidad
españolista tiene que ver con una estrategia de confrontación con el PP y
también con la ligereza de quien no ha tenido un lugar político a la
salida del franquismo (es decir, que no ha entendido España).
También de
quien no ha tenido nunca que contar políticamente, como el PP, con
fuerzas políticas nacionalistas vascas, catalanas, gallegas, baleares o
valencianas. Arrimadas apoyando en Catalunya políticas contra las que
votaron en Valencia (el trilingüismo), demuestra esta mezcla de
cuñadismo frívolo y de derechas tan característico del partido de
Rivera. El adanismo de Ciudadanos puede romper muchas cosas
porque regresa a una idea franquista de España compartida por el PP y
asumida por el PSOE por si confrontarla le quita votos.
Esa es la bestia del fascismo que ha denunciado Podemos
y que el independentismo ha querido presentar como injusta porque les
estaría señalando a ellos y no al fascismo como responsable de su
existencia. El fascismo es consustancial a Europa. Siempre ha estado
ahí. Fue derrotado en 1945, pero siempre se recupera porque es parte del
metabolismo del capitalismo. Por eso, cuando azuzas a una
bestia dormida sin que la correlación de fuerzas te ayude a derrotarla
actúas irresponsablemente.
Si Puigdemont hubiera tensado la cuerda hasta
convocar las elecciones, la jugada hubiera sido digna de estudiarse
como ejemplo de Política con mayúsculas. Arriesgada, cuestionable, pero
con la legitimidad que da la victoria. En cambio, lo que
tenemos es a Arrimadas como una posibilidad real de gobierno en
Catalunya. Se estudiará, pero como ejemplo de un error inconcebible.
Antes del momento álgido del conocido procés, aquello que
Arzallus, el máximo responsable del PNV, llamaba “la Brunete mediática”
andaba dando vueltas por el suelo, como una mosca sin alas. Sus ejes
giraban monótonos en torno a Venezuela, el terrorismo islámico o la
defensa castiza del monarca emérito o del entonces inédito.
El PP andaba
acorralado por sus casi mil casos de corrupción, por su responsabilidad
en entregar a una Unión Europea atravesada por el neoliberalismo el
bienestar de los españoles, la imputación del 100% de sus tesoreros y
por la certeza que había de que al tiempo que estaban recortando
servicios sociales y desahuciando, los Rato, González, Granados,
Aguirre, Gallardón, Arístegui, De la Serna, Cospedal, Pastor, Barberá,
Camps, Matas, Cifuentes o Rajoy estaban recibiendo sobresueldos,
rompiendo discos duros de ordenares, haciendo negocios o tomando
decisiones que llevaban a la guardia civil y a la policía a decir que
ahí había cosas raras.
La reordenación de Catalunya tiene que venir con la
reordenación de España. Por eso no puede venir de Ciudadanos y del PP
apoyados por el PSOE. Eso no cambia nada, sino que fundaría una tercera
Restauración que consolidaría a Felipe VI como un Rey que ha venido a
frenar la democracia y el Estado social. Tampoco puede reordenarse Catalunya desde el independentismo porque no hay una mayoría social catalana que lo respalde.
El
cierre de la herida territorial que tiene España desde el siglo XVIII
pasa por un referéndum pactado como el de Quebec o Escocia, con una Ley de claridad previa que aúne democracia y certidumbre.
La solución en Catalunya la tienen, paradójicamente, los que no se
dejan devorar por ninguno de los dos polos, los que pueden atraer a ERC
hacia posiciones acordes con las reglas del juego, y al PSC a posiciones
acordes con su ideología socialista y con la trayectoria federal del
PSOE que encarnaron gente como Pasqual Maragall.
Es con Catalunya en Comú Podem, con Xabi Domenech y Ada Colau, y Pablo Iglesias en el conjunto de España, donde hay una salida. Es
el momento de que la gente sensata apoye a los dirigentes sensatos que
pueden hacer que los insensatos pierdan importancia, y con ellos, pierda
importancia la confrontación y la falta de diálogo.
(*) Profesor titular de Derecho Político en la UCM