Si piensan que tenemos un verano caluroso, al menos en algunos
lugares, prepárense porque todo indica que el futuro será peor. El New
York Times ha conseguido una copia del borrador del informe sobre el
clima que el Congreso norteamericano encarga cada cuatro años.
Y lo ha publicado por su enorme interés y porque teme que la administración de Donald Trump trate de silenciarlo, pues ya se sabe que el presidente duda del impacto humano o de los gases de efecto invernadero sobre el clima, y lo mismo piensa Scott Pruitt, que dirige la poderosa EPA (Agencia de Protección del Medio Ambiente). Su nombramiento ha sido como poner al zorro al cuidado del gallinero, pues lo primero que hizo fue reducir los fondos dedicados a estudiar estas cuestiones.
Y lo ha publicado por su enorme interés y porque teme que la administración de Donald Trump trate de silenciarlo, pues ya se sabe que el presidente duda del impacto humano o de los gases de efecto invernadero sobre el clima, y lo mismo piensa Scott Pruitt, que dirige la poderosa EPA (Agencia de Protección del Medio Ambiente). Su nombramiento ha sido como poner al zorro al cuidado del gallinero, pues lo primero que hizo fue reducir los fondos dedicados a estudiar estas cuestiones.
El
informe lo han hecho entre trece agencias diferentes sobre la base de
millares de estudios en los que han participado decenas de millares de
científicos, y pasa por ser «el informe científico más conclusivo sobre
el clima», algo que no es fácil porque una cosa es predecir el tiempo
que va a hacer mañana, la temperatura, los vientos, las nubes, la
humedad y las precipitaciones, y otra muy distinta es el clima, que
trata de reflejar las tendencias a largo plazo que muestra el tiempo,
las medias en temperaturas o en precipitaciones, sus extremos y cómo van
cambiando a lo largo de los años. Esto es mucho más complicado.
Las
conclusiones a las que llega son devastadoras porque concluye que las
temperaturas del mundo han pegado una fuerte subida desde los años 80
del pasado siglo y que las últimas décadas son las más calientes de los
últimos 1.500 años. Afirma, por ejemplo, que el mundo se ha calentado
0,9 grados centígrados entre 1865 y 2015, y que esto ha provocado otros
cambios en cadena desde las capas más altas de la atmósfera hasta las
mayores profundidades oceánicas.
Cada vez los días son más calientes y
las noches menos frías, con efectos documentados sobre la temperatura en
la superficie del planeta, su atmósfera y sus mares, sobre el deshielo
de los glaciares, el menor espesor de la capa de nieve o su misma
desaparición en ciertos lugares, la disminución del hielo marino, las
sequías y las lluvias torrenciales, la mayor frecuencia de tormentas, la
elevación del nivel del mar, la desaparición de arrecifes de coral o el
aumento del vapor de agua en la atmósfera.
Particularmente preocupante
es el hecho de que las temperaturas en Alaska y en el Ártico están
subiendo el doble de deprisa que en el resto del planeta y esto afectará
a la salinidad de los océanos e inundará zonas costeras. Los redactores
no dudan de que la actividad humana está relacionada con estos
acontecimientos y dicen tener «pruebas relativamente fuertes» de que,
por ejemplo, factores provocados por el hombre han contribuido a las
fuertes olas de calor que hubo en Europa en 2003 y en Australia en 2013.
También consideran «extremadamente probable» que más de la mitad del
aumento de la temperatura ambiente en el mundo desde 1951 esté
relacionada con la actividad humana.
Los científicos que han
elaborado este texto creen que aunque fuéramos capaces de reducir a cero
hoy mismo nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, aun así la
temperatura media del planeta subiría 0,3 grados de aquí a fin de
siglo, y que para estabilizarla a un nivel de 2 grados centígrados por
encima de la actual, como pretende el reciente Acuerdo de París sobre el
Clima, serán necesarias reducciones mucho más significativas en los
actuales niveles de dióxido de carbono en la atmósfera.
Alarmados por el
problema, 200 países tomaron medidas en ese Acuerdo de París del que
ahora los EE UU amenazan con retirarse porque Donald Trump considera que
es contrario (?) a los intereses norteamericanos. Y esa decisión es muy
grave porque los EE UU son hoy el primer contaminador del mundo, por
delante de la misma China. No contento con ello, Trump está autorizando
extraer más carbón para reanimar el sector minero de su país, muy
afectado por la crisis y que le dio muchos votos en las elecciones.
Yo
me he encontrado con gente en los Estados Unidos que niegan a Darwin y
la teoría de la Evolución y que defienden el Creacionismo con Adán y
Eva, y con una edad de la Tierra que desmienten los conocimientos
científicos. He encontrado defensores de los platillos volantes, a gente
que cree a pies juntillas en la astrología (Nancy Reagan no daba un
paso sin consultar con su astrólogo), a mormones que almacenan víveres
en el trastero porque esperan que el fin del mundo suceda un día de
estos, a judíos ortodoxos que no pueden ir en coche o encender la luz
durante el Sabbath, y a personas que aún hoy niegan que Armstrong
llegara a la luna.
Hay «gente pa tó» que decía el torero Rafael el Gallo
cuando le presentaron a don José Ortega y Gasset y le explicaron que
era filósofo. Pero son gentes que no hacen daño con sus creencias. En
cambio me irritan los que defienden posturas apriorísticas en contra de
los avances científicos y que toman luego decisiones que van a afectar
negativamente a mi vida y a la de mis hijos.
Y que lo hacen por
soberbia, por ignorancia, por fanatismo o por intereses egoístas y
miopes a corto plazo. Porque esta Tierra es la única que tenemos y su
futuro no puede depender de ignorantes con poder, que no escasean y que
son los peores.
(*) Diplomático y ex director del CNI