La desconfianza entre el PSOE y Unidas Podemos (UP)
es profunda y dificulta la formación de un Gobierno de coalición o de
gobernación, o incluso de una mayoría para la investidura de Pedro
Sánchez. Hunde sus raíces en los años 30, de una forma que creíamos
enterrada en la historia.
Pero muchas otras cosas, como la cuestión
catalana, han resurgido cuando parecía que se habían superado con la
Transición y estas décadas de democracia. Será difícil, aunque no
imposible, sin o con nuevas elecciones.
Hay una
cuestión personal: la desconfianza que suscita en una parte del PSOE, y
especialmente en Pedro Sánchez, la personalidad de Pablo Iglesias y su
grupo dirigente de UP. Este tipo de cuestiones pesan en política. En
este caso, hay dinámicas estratégicas. Para empezar, la falta de acuerdo
en 2016.
Pero hay un factor histórico. La tensión
entre socialistas y comunistas marcó en parte la República y una Guerra
Civil. Esta última no fue sólo de una derecha levantada contra la
República, sino un enfrentamiento en el seno de las propias izquierdas
que prosiguió mucho tiempo, incluso en la pre-Transición y después.
Aparentemente, al menos en parte, ese resquemor perdura hasta nuestros
días, incluso en la nueva generación ahora en el poder en el PSOE, con
una imagen de Unidas Podemos como herederos del comunismo.
A lo que
contribuye el carácter leninista de muchos planteamientos de Iglesias,
aunque el comunismo, tal como se ha entendido en Occidente, sea ya cosa
del pasado (las respuestas, no las preguntas, como señalara Octavio
Paz). Todo esto entronca históricamente con el veto en la Guerra Fría a
que partidos comunistas entraran en gobiernos occidentales. Una forma de
cordón sanitario sui generis.
Hay más. En una entrevista el 12 de agosto,
el secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, achacaba a
Iglesias "que perdiera de vista que por primera vez desde la Segunda
República hubiera ministros a la izquierda del PSOE y lo que suponía que
una formación con cuatro años de vida que inicia su actividad en la
agitación en las calles se sentara en el Consejo de Ministros". Lo de "a
la izquierda del PSOE" refleja un temor del PSOE que no empieza con
Podemos, sino que se remonta hacia el pasado reciente y lejano.
Naturalmente,
hay otros factores importantes, como, a pesar de la posibilidad de un
programa "progresista" pactado, la falta de consensos fiables en algunos
temas de Estado que pueden ser centrales en los próximos meses y años,
desde la cuestión catalana, a la monarquía, pasando por Europa y algunos
elementos importantes de política económica. Es difícil generar un
gobierno de coalición sobre estas bases, menos aún cuando a nivel del
Estado no hay cultura ni experiencia de coalición.
En las alemanas,
entre democristianos y socialdemócratas, y en ocasiones verdes o
liberales, no se dan este tipo de diferenciaciones básicas, sino que se
monta -con un programa detallado- sobre la base de unos consensos y
lealtades básicos, que en este caso deberían en principio ser más
fáciles entre fuerzas de izquierdas.
Pero en España, por serlo, resulta
más difícil, a lo que hay que añadir otras fuerzas, pues entre estas dos
no bastan para sacar adelante, digamos, unos presupuestos generales y
otras leyes que son absolutamente necesarias, aún más cuando la
situación económica se complica en toda Europa y en el mundo.
Pues tal
como se presenta, una cosa es la investidura y otra la capacidad para
gobernar.
Claro que una situación como la alemana
hubiera llevado de forma natural a un gobierno de coalición entre el
PSOE y Ciudadanos, con mayoría parlamentaria más que suficiente para
gobernar. De nuevo, han intervenido factores personales -la desconfianza
de Albert Rivera hacia Pedro Sánchez- y el giro de C’s hacia la derecha
en una carrera desbocada con el PP -aunque salvando a Pablo Casado con
pactos de gobierno locales y regionales-, renunciando a un carácter
transversal y a una condición de partido bisagra a la que se ven
llevados partidos nacionalistas. Las izquierdas se tensan, las derechas
se coaligan. Y no hay bisagra.
Amenazar con elecciones
-que nadie sabe realmente cómo pueden resultar en un entorno nacional e
internacional incierto- puede hacer recapacitar a Iglesias para apoyar
una fórmula portuguesa o danesa. O quizás restarle una capacidad de
maniobra que, efectivamente, haga inevitable unas nuevas elecciones. Lo
que sería un fracaso y una desconsideración hacia los electores.
No está
garantizado, además, que esos comicios resuelvan la situación. Aunque
también, según los resultados, podrían precipitar cambios en el
liderazgo y orientación tanto de UP como de C’s, sin que quepa excluir
una mayoría de las derechas. Las tragedias de las izquierdas pesan en
este país.
(*) Escritor, analista y periodista
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