La derrota del establishment barcelonés en la Cambra de Comerç frente a la candidatura de la Assemblea Nacional Catalana (ANC),
en las elecciones celebradas este miércoles, es una de las bofetadas
más sonoras que se han escuchado estos últimos tiempos en la sociedad
catalana.
La derrota ha sido tan contundente y de tal magnitud que una
de las instituciones catalanas clave en el entramado económico-político,
una de las joyas de la corona empresarial, no solo ha cambiado de manos
sino que se ha ido al otro extremo y del conservadurismo más rancio se
ha desplazado al independentismo.
El contundente resultado ―31 miembros
independentistas de los 40 que se elegían― impide, en la práctica,
cualquier otro movimiento del resto de miembros del plenario, que se
eleva en total a 60 personas. Tampoco parece probable que los
movimientos de la junta saliente para bloquear el resultado de la manera
que sea, incluso a través de impugnaciones, pueda llegar a prosperar.
El Upper Diagonal necesitará días
para superar el estado de shock con que ha recibido los resultados de
las elecciones a la Cambra y que ponen punto final a unos gestores
opacos y nada transparentes que habían convertido en su cortijo
particular la institución hasta hacerla infranqueable a los vientos de
cambio e incapaz de sintonizar con la mayoría del país.
Su derrota era
previsible pero no con esta contundencia y solo hacía falta escuchar,
por ejemplo, el rum-rum empresarial cuando se cedió gentilmente el
edificio para el consejo de ministros de Pedro Sánchez o el alineamiento indisimulado y servil ante la aplicación del artículo 155 de la Constitución. La candidatura continuista que encarnaba Carles Tusquets llevaba tanto peso en las alas que cualquiera le podía ganar y lo único irrefutable es que ellos no saldrían victoriosos.
El movimiento de fondo guarda una cierta similitud con el que se produjo en el Fútbol Club Barcelona en 2003 cuando Joan Laporta
ganó la presidencia frente a la candidatura del establishment del
momento y aplastó a todos sus rivales con más del 50% de los votos. El
viento de cambio era imparable y solo hacía falta ponerse decididamente
al frente.
En la Cambra, si la ANC no se hubiera presentado ―dan el paso
cuando la campaña prácticamente se había iniciado― hubiera ganado Enric Crous, que encarnaba una vía intermedia y gozaba del respeto de sensibilidades muy diversas.
Sin embargo, la candidatura de Tusquets, que no era otra cosa que la
continuación de los que han mandado siempre, cometió un error de
principiante: tratar de reventar la lista de Crous, acusándole de
independentista, con la voluntad no escondida, creían, de
desacreditarlo. Así plantearon inocentemente una campaña polarizada
entre unionismo e independentismo.
Pero lo hicieron tan burdamente que
abrieron una autopista inimaginable de múltiples carriles y entró en
liza encarnando la candidatura independentista quien sí que lo es
inequívocamente: la ANC. A partir de este momento, solo hacía falta el
jaque mate final y recoger los restos desperdigados de la candidatura
continuista de Tusquets.
El independentismo, que hasta ahora solo tenía el poder político en
Catalunya, logra su primera gran victoria en el mundo asociativo
empresarial catalán y entra por la puerta grande en los despachos que
hasta ahora tenía vetados.
Y una pregunta final: ¿por qué será que cuando la gente vota sin corsés
y se ensancha el perímetro de los electores que acaban decidiendo ―en
este caso, facilitando el voto electrónico― siempre pierden los mismos
sectores políticos, empresariales y también los mismos medios que ni con
las campañas más sucias posibles consiguen que ganen aquellos a quienes
apoyan?
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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