Tiene Cayetana Álvarez de Toledo un envaramiento a
veces sin humor, esa cierta pomposidad de quien pronuncia, sin ironía,
las grandes palabras; propende a lo retahilesco, que emite desde su
hieratismo delgado y rubio, con su dulce acento argentino y un efecto de
altivez, exhibicionista de su inteligencia. Pero ante todo tiene razón y está siendo glorioso.
En el momento más bajo de nuestra política ha
entrado en campaña una aristócrata, en el sentido etimológico. De la
aristocracia española no ha habido nunca nada que esperar, porque a la
grosería y la ignorancia ha unido el mal gusto; ha sido una aristocracia
muy al nivel del populacho (ha sido, de hecho, nuestro genuino populacho: en el pueblo llano ha habido muchísimos más ejemplos de nobleza). En Cayetana Álvarez de Toledo la genealogía va al revés: es su excelencia personal la que le da brillo al título.
Su choque con la mentalidad demagógica imperante me
produce un regocijo no solo estético y político, sino también
conceptual. Por la aparente paradoja de que sea la aristócrata la que
defiende la ciudadanía común, es decir, la soberanía de cada uno de los
ciudadanos, frente a los populistas y los nacionalistas,
que con sus andanadas populacheras contra la ley democrática alientan,
de facto, una arbitrariedad equivalente a la de los viejos aristócratas
revenidos.
Cayetana Álvarez de Toledo está en el PP y defiende
los valores de su partido, naturalmente. Pero por encima de ellos
defiende la ciudadanía mencionada. No le acopla a esta contenidos
espurios como hace Vox (y como hace de vez en cuando el líder de su
propio partido, Pablo Casado), sino que sabe distinguir entre sus
contenidos ideológicos particulares y la limpia noción de ciudadanía, abierta a todos.
El fenomenal espectáculo esta viniendo por su
defensa de esto último, por eso lo disfrutamos y celebramos también los
no votantes del PP. Lo deprimente –lo que da idea del embrutecimiento
general– es que esa aseada defensa provoque tanto alboroto. Abundan los
comentaristas que tachan a Cayetana Álvarez de Toledo de privilegiada,
cuando lo relevante no es que lo sea –como lo es, en efecto–, sino que
se haya implicado en la lucha por el privilegio esencial de todos los españoles: el de la ciudadanía de los libres e iguales.
Pero todo esto va tan alucinantemente a la contra y veo hacia ella tantos remilgos que me temo que Cayetana Álvarez de Toledo sea una ruina electoral.
En cuanto a los dos debates que se nos vienen encima con los candidatos: volvió la hora de los plebeyos.
La de los políticos que rebajan a los votantes y con los que los
votantes se sienten a gusto. Aunque hagan aspavientos de disgusto.
(*) Columnista y filólogo
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