Es la más acertada, antes de que esta
farsa montada por los servicios de seguridad, la "inteligencia"
española, los políticos unionistas, los medios a sueldo de las cloacas,
les acabe estallando en los morros a los empingorotados de las puñetas.
Tan
acertadísima decisión tiene, dicen, dificultades. Ninguna. Igual que se
montó ese ridículo pandemónium por razones políticas, por razones
políticas puede desmontarse. Otra cosa es que quieran. Los del PSOE son
contrarios a los del PP en todo excepto en relación con Catalunya. Ahí
son astilla del mismo palo, muerden con un solo diente y ven con un solo
ojo, como las Grayas. Y solo ven el 155.
Pero
si quisieran es fácil. Tiene razón Mauri (o "toda la razón", como dicen
los tuitaires) cuando sugiere que la fiscalía y la abogacía del Estado
retiren los cargos. Solo quedaría la acusación popular, a la que también
cabría apartar si el tribunal aplica la "doctrina Botín".
Habrá quien
lo niegue advirtiendo que se da el supuesto de un ataque a "bienes de
titularidad colectiva, de naturaleza difusa o de carácter
metaindividual" que anima la "doctrina Atutxa" y que matiza e invalida
parcialmente la primera.
Pero eso solo si, al valorar la situación,
únicamente se atiende a la naturaleza del bien jurídico y no al sentido
de la acusación y el agente acusador. Una acusación de un partido
político extremo como Vox a otro u otros partidos políticos por razones
políticas no es defendible jurídicamente en ningún Estado de derecho.
Deshecho
el entuerto, liberados los presos políticas, retornados los emigrados,
restaurados en su haber los embargados, archivadas todas las medidas
administrativas represivas, podrá volverse a la política en Catalunya, a
la normalidad que tanto pregona el presidente Sánchez.
Y esa normalidad
exigirá sentarse a la mesa a negociar una salida para el actual
conflicto España-Catalunya, el más trascendental para ambas naciones.
Hasta los de Podemos se han dado cuenta y, aprovechando que pasaba por
Catalunya, Iglesias ha informado de que no quiere vivir en un país con presos políticos. Si eso es así, lo mejor que puede hacer es exiliarse o hacerse independentista catalán.
Y
habrá negociación. Tengo el presentimiento de que, además, será
inmediata a las elecciones del 28-A. Según el resultado, claro. Si hay
un gobierno de izquierda, la habrá. No queda otra. Aparentemente, esta
presunción choca con la reiterada, hosca, dura, negativa de Pedro
Sánchez a nada que huela a independencia, autodeterminación o
referéndum. Vade retro, Satanás.
Estamos en elecciones y el
presidente socialista quiere el mayor apoyo posible. Hasta dice que
aspira a gobernar en solitario. O sea, con mayoría absoluta o cercana a
ella. Eso es salir muy bravo en busca del voto nacional. Lo que se haga
después con ese voto nacional es otro asunto.
Este
es un país que tuvo en el gobierno con mayoría absoluta a un hombre, M.
Rajoy, que comenzó su mandato afirmando que no había cumplido su
palabra, pero sí con su deber. Como si el primer deber de un ser humano
no fuera cumplir su palabra. Si lo hizo uno, puede hacerlo el otro. Y
lo hará.
No queda otra.
Del
70 al 80% de la población catalana lo quiere, y esa cantidad, aunque
Sánchez la mire con las gafas de Borrell, es la mayoría de los
catalanes. Es posible que, en efecto, aunque una abrumadora mayoría pida
un referéndum, el independentismo, sin embargo, esté en minoría.
Sí, es
posible, como es posible que los cerdos vuelen. Pero no seguro; ni
siquiera probable. Y la única manera de salir de dudas no es
precisamente la palabra de Sánchez, que llama minoría a la mayoría, sino
el inevitable referéndum.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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