La batalla de los presupuestos (PGE)
está a punto de acabar dejando las cosas como estaban al comienzo, con
un "no" independentista. Entre medias ha habido episodios de todos los
colores y tonalidades.
Las justificaciones del "no" tienen matices.
Torra aduce que el gobierno no está dispuesto a abordar la
autodeterminación; el PDeCat, que ese mismo gobierno no abre una mesa
de diálogo con Catalunya; ERC, que el gobierno no ha hecho un solo gesto
para propiciar el voto favorable.
Cierto,
ni uno. Es más, tiene a gala subrayarlo, afirmando que en los PGE se
habla de números. Sobre autodeterminación, ni en los PGE ni en los no
PGE. Sánchez es un español de pura cepa. Llama a Puigdemont "fugado de
la justicia", como hacía otro español de pro, M. Rajoy, que de justicia
sabía mucho. Para estos muy y mucho españoles, el independentismo es
impensable. Para sus jueces, un delito. Para sus curas, un pecado contra
el Espíritu Santo.
Si
Sánchez de verdad quisiera ver salvos sus PGE le hubiera bastado con
hacer un gesto fuera de los números; una promesa de abrir una mesa de
diálogo político sobre el derecho de autodeterminación de los catalanes.
Pero eso es imposible. ¿Cómo van los españoles a hablar con pecadores,
delincuentes y seres impensables?
Ciertamente,
hubiera sido un movimiento inteligente porque avalaría el sí a los
presupuestos para mantener un gobierno del PSOE comprometido a buscar
una negociación.
Dado que esta está tajantemente excluida, el "no"
catalán es seguro. Y es el "no" más importante, contra el cual el
gobierno ha hecho lo imaginable y lo inimaginable, sin resultado
positivo. Han ganado los principios y a Sánchez solo le ha quedado el
ser español, ponerse el mundo por montera y decidir gobernar con los
PGE, los de M. Rajoy, prorrogados.
Al fin y al cabo también le copia los
procedimientos, por ejemplo, el seguir saqueando a los pensionistas
birlándoles lindamente 3.700 millones de euros, con los que ayudará a
sufragar la magna generosidad o magnanimidad con los catalanes.
El "no" catalán es decisivo. Muchos recuerdos a los avisados que, al comienzo del actual procés, de la revolución catalana (o la rebelión, según los jueces), afirmaban que el independentismo era un farol, un soufflé que
bajaría en cuanto se hablara de dineros y se ofreciera un buen pico a
Catalunya. El pico se ha subido, aunque no era tan alto como se dio a
entender, pero el "no" se ha mantenido porque no es cosa de dineros,
sino de principios.
Los
de Podemos están insólitamente mudos. Comprensible, si se tiene en
cuenta que también para ellos/as ha sido un desagradable descubrimiento
que los indepes antepongan lo nacional a lo social. Y, sin embargo, era
sencillo de ver si se va de buena fe: basta con recordar que lo social
de los PGE del PSOE/Podemos no es lo social de Catalunya.
Por eso se
callan o, todo lo más, amenazan con no aprobar los presupuestos (los que
habían pactado y predicaban) si no se cumplen sus requisitos. Algo que
no se entiende bien pues, para comprobar si los requisitos se cumplen,
el presupuesto ha de ejecutarse y, para ejecutarse, primero hay que
aprobarlo.
Pero
si Podemos/España enmudece, sus aliados catalanes juegan sus cartas.
Colau dice a ERC que podrían hablar si dejan de someterse a la antigua
Convergencia. Lleva mala uva el comentario; es retorcido y oscuro. Léase
de este modo: podrían hablar si ERC rompe la unidad independentista.
No
es cosa de números. Es cosa de principios. El presidente Torra anda
explicándolos en los Estados Unidos y los presos políticos van a
exponerlos públicamente en sus intervenciones en el proceso ideológico
que se les sigue, disfrazado de farsa judicial.
En
este proceso se dilucida si el independentismo es un delito. No si lo
es la rebelión, porque no ha habido tal. Lo que está en juicio es una
ideología, el independentismo. Si lo que en otras partes se reconoce o,
incluso, se practica sin reconocerse, el derecho de autodeterminación,
es un delito.
Por eso la situación no tiene remedio: aceptar el delito
implica prohibir toda manifestación independentista, partidos,
asociaciones, círculos, clubes, como ya exigen en la extrema derecha.
Convertir España en una dictadura abiertamente. Y es preocupante el
apoyo que tienen estas opciones.
El
proceso en marcha es un proceso inquisitorial, propio del antiguo
régimen, que se ha convertido en moderno y hasta postmoderno sin dejar
de ser antiguo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario