Cuesta entender cómo, el mismo Pedro Sánchez que en su día nos avisó,
con razón, que la sociedad española había iniciado un nuevo tiempo
político que sus rivales no acababan de entender, haya dado tantos
síntomas de mostrarse convencido que ese nuevo tiempo corría para todos
menos para él.
La tardanza en forzar la dimisión de una Carmen Montón
que llegó 48 horas tarde, o la demora en abrir al público su tesis
doctoral, solo se explican si eres un gobernante que aún no ha entendido
bien que, en esta España del 2018, las responsabilidades políticas ya
no pueden eludirse, solo puedes adelantarte a que te las exijan. Pablo
Casado aún no lo ha entendido y por eso acabará pagando un precio aún
mayor.
Todavía más sorprendente resulta que, en Moncloa, nadie
viera venir lo que era evidente que se estaba fraguando en la prensa que
suele jalear y alimentar los discursos de Ciudadanos. Que Albert Rivera
llevara al Congreso las dudas que ellos mismos estaban alimentando
sobre la tesis doctoral de Pedro Sánchez solo era cuestión de horas. Lo
extravagante es que la pregunta cogiera al presidente por sorpresa y
desarmado y que su reacción fuera tan melodramática y calderoniana.
Que alguien se indigne a estas alturas por la manera
hacer periodismo del ABC o de OK diario o el estilo de hacer política de
los naranjas resulta de una ingenuidad enternecedora, pero inaceptable.
A la política española se viene llorado de casa. A la cínica pregunta
de Rivera se responde teniendo la tesis lista para publicar esa misma
mañana y preguntándole cómo es posible que abandone a su suerte a tantos
catalanes cambiando su interpelación sobre la situación de indefensión y
tiranía que viven en Catalunya por un chismorreo sobre la tesis del
presidente.
Si no vas a ir a los tribunales, no
anuncies acciones legales porque solo consigues hacer el ridículo. No
existe arma más poderosa contra la mentira que la ironía. Si Eduardo
Inda me acusara en público de algo aún me estaría riendo. Si se pusiera a
explicar qué es un plagio en un programa con Ana Rosa Quintana no
sabría cómo parar las carcajadas para empezar a desmontar tanto
desconocimiento.
La información publicada por el ABC, con genialidades
tan pasmosas como acusar de hacer una “cita trampa” o considerar plagio
reproducir una estructura administrativa publicada en el BOE, sólo puede
moverte a la ternura y animarte a intentar enseñar a quien no sabe.
No sabría por dónde empezar a darme el festín si pusiera en duda mi
formación alguien como Albert Rivera, quien en unas semanas ha perdido
en su currículo dos másteres, un título de doctor, un doctorando y aún
tiene que explicarnos cómo pudo sacar la licenciatura y el máster en
derecho por la Universidad Ramón Llul en el mismo curso 2002 si son
titulaciones que ni pueden, ni podían, cursarse simultáneamente.
Que programas como Turnitin, diseñados para verificar coincidencias en
trabajos de estudiantes, se conviertan en la prueba del plagio en una
tesis doctoral lo dice todo sobre el nivel y la erudición de quienes
salieron a cazar plagiadores y han acabado cazados en sus propias
trampas, teniendo que conformarse con emitir opiniones de tertuliano
sobre si les gusta o les deja de gustar la tesis, el tribunal o la
encuadernación.
Las furibundas críticas vertidas por
economistas de derechas como Juan Ramón Rallo o Manuel Conthe contra el
contenido de una tesis que, según Ciudadanos, no se podía leer y estaba
inaccesible, constituyen la mejor prueba de que hay tesis y algo debe
decir para ponerlos tan tensos. Yo habría empezado por ahí.
(*) Periodista y profesor
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