Dele cada cual el nombre que mejor le
cuadre: rebelión pacífica, sedición no violenta, golpe de Estado
incruento, desobediencia, resistencia. Todo es igual. A veces trabajará
más el juez Llarena, si se libra de lo que tiene encima, a veces lo hará
la policía o la brigada 155. Es lo mismo: una revolución en la medida
en que se cuestiona la legitimidad del sistema político.
El MHP Quim Torra es la máxima representación del Estado en Catalunya. Es el Estado en Catalunya. Un Estado que ataca al Estado.
¿Puede el Estado negarse a aceptar las sentencias de sus tribunales? En
principio, no. Pero no hay que echar en saco roto la afición de Torra,
hombre de gustos literarios, al surrealismo.
Extraño
que la oposición de derechas no esté ya exigiendo el 155, la detención
inmediata de Torra y la ocupación de Catalunya. Está muy entretenida con
la cuestión de los CVs falsificados. La de izquierda, con la de la
venta de armas a Arabia Saudí. Ambos asuntos de mucho calado, desde
luego, pero secundarios en relación con el panorama que se les presenta
en Catalunya entre la Diada y la conmemoración del 1-O.
Ya
ayer hubo un avance de lo que cabe esperar con el incidente en la Plaça
de Sant Jaume. La decisión de desviar la manifestación españolista
autorizada de Sant Jaume a Ramon Berenguer traerá consecuencias
judiciales a las que, lógicamente, espera la misma recepción que a las
sentencias del Supremo.
Pero es un aviso del empleo de un criterio
político frente al judicial, que sin duda reaparecerá en la
manifestación unionista, ya convocada para el 29 de octubre, en homenaje
al 1-O de 2017 desde la perspectiva de la represión.
En efecto, ¿puede el Estado negarse a aceptar las sentencias de sus tribunales?
Está claro que no. Pero ¿puede el Estado imponerse a unos políticos y
gobernantes dispuestos a ir a la cárcel o el exilio por defender
pacíficamente sus ideas? Tampoco. Y todavía menos si esas políticas y
gobernantas cuentan con el apoyo de una mayoría social dispuesta a
seguirles a donde sea.
Torra
es representativo de una generación que ha roto la tradición política
del nacionalismo acomodaticio en cualquiera de sus formas para apostar
sin ambages por la independencia. Y eso ha pillado con el paso cambiado a
los sabios unionistas que traían sus alforjas cargadas de catalanismo
político, Cambó, el seny, la conllevancia, el peix al cove y
otras originalidades.
Los representantes de esta generación, entre los
que hay políticos profesionales y políticos accidentales, se encuentran
en todos los partidos y grupos profesionales y religiosos, en todas las
asociaciones civiles y profesionales y en todas las actividades de
movilización popular.
Lo
que tiene ante sí el gobierno español es un dilema mortal: o impone el
orden por la fuerza antes de nada, preventivamente, o deja hacer y ha de
imponerlo sancionadoramente siempre a la fuerza, pues ha perdido la
posibilidad de conseguir el libre acatamiento de los ciudadanos. Y en
cualquiera de los dos casos, Europa no tolerará un Estado autoritario en
su seno.
Solo hay una forma de salir del dilema, mediante el referéndum de autodeterminación que vuelve a reclamar Oriol Junqueras con toda razón y motivo, pues no hay otra.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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