Desde el principio del verano ha habido, casi como cada año, el mismo
debate: ¿será capaz el independentismo de ofrecer nuevamente una imagen
única, excepcional, al mundo con motivo del 11 de Setembre, reclamando
de una manera festiva la independencia de Catalunya, y exhibirá otra vez
la musculatura que lo ha convertido en un movimiento imparable, que no
ha perdido vitalidad? ¿O, por el contrario, este año sí, la asistencia a
la manifestación de la Diada pinchará y la división política que se ha
observado estos últimos meses se transformará en una cierta apatía de la
ciudadanía en la calle?
A falta de 48 horas, desde todos los rincones del país, llega un
runrún positivo, esperanzador, que permite aventurar que, por séptima
vez desde el año 2012, nada es imposible y la Diagonal de Barcelona
puede registrar una ocupación excepcional. La respuesta catalana,
pacífica, desde los cuatro puntos cardinales de una sociedad que hace
tiempo que dijo que no se iba a dejar humillar.
Frente a los habituales agoreros y los que necesitan para
reivindicarse que suceda lo contrario, siempre he creído que el carril
central del independentismo, ese que le da una transversalidad real, no
de partido, respondería como ha hecho siempre y más allá de la fractura
que pueda haber. Por una razón fundamental: hay más motivos para salir a
la calle que ningún otro año. Quedarse en casa no es una respuesta
acertada si lo que se pretende es expresar un malestar ante el
tacticismo de unos y otros. Para eso hay muchos días.
El 11 de Setembre hace muchos años que se cuenta lo mismo: ¿son
muchos los independentistas? Y esta cifra no se les puede regalar a los
partidos del 155, a los que mandaron al exilio y a la prisión al Govern
de la XI legislatura, a los que suprimieron la autonomía catalana, a los
que protagonizaron una violencia incomprensible y desmedida el 1 de
octubre, a los que han permitido a la ultraderecha que actúe con una
cierta impunidad estos últimos tiempos, a los que desde la judicatura
han improvisado una legislación ad hoc para dificultar la
aplicación de lo que votaron los ciudadanos el 21 de diciembre. En
definitiva, cada independentista que se quede en casa actúa como un boomerang de la causa que dice defender.
Mucha gente que hace unas semanas tenía dudas parece que ya las ha
despejado. Madrid espera a saber si el globo de la independencia se ha
deshinchado en Catalunya. Solo una respuesta masiva ayudará a
sacarlos de su error. Y también ayudará a los que tienen por delante un
juicio que ya se prevé injusto.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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