La pretensión de eternidad se desmorona.
Franco se va. Lo echa de su Walhala particular la memoria colectiva.
Una memoria de las víctimas que heredaron los hijos/hijas y, luego,
nietas/nietos. Es imposible seguir manteniendo la patraña del pasado
enterrado, olvidado, suprimido, cancelado. Los huesos de los asesinados
en la terrible posguerra siguen en las cunetas y son los que sacan ahora
los de Franco de su pretencioso nicho.
Ni sus partidarios o herederos ideológicos se atreven ya a oponerse de frente a la exhumación del dictador. Preguntado Rajoy por las fosas anónimas del franquismo cuando era presidente del gobierno, contestó que no le constaban,
lo que dice tanto y malo del país en que esto sucede (segundo, tras
Camboya en fosas de asesinadas) como del personaje capaz de llevar la
hipocresía al grado de villanía.
Ganas
dan de recomendar al gobierno que tenga el humor de proceder a la
exhumación del general golpista el 20 de noviembre, aniversario de su
muerte. Y, si, de paso, se llevan también los restos del Ausente,
asimismo muerto por fusilamiento un 20 de noviembre de 1936, la
efeméride sería doble. Quienes los 20 de noviembre de cada año hacen
peregrinaciones a su lugar de culto, ahora tendrán una razón más para
continuar con su costumbre.
Con
Franco se va ese sempiterno argumento de las derechas de que no hay que
resucitar el pasado, ni reabrir viejas heridas, Franco está muerto y es
historia. Pero es falso. Franco está vivo y es presente. Pregunten por
el famoso Diccionario Biográfico Español de
la Real Academia de la Historia. No por la edición digital, que lo
califica de "dictador", sino por la de papel, que no lo hace.
Con
Franco fuera se fortalece la causa de quienes quieren revisar el
franquismo. No la guerra civil, no el argumento de "barbaridades en los
dos bandos", sino el franquismo, los cuarenta años de dictadura
criminal. La superchería de un Estado delincuente que quiso mantenerse
cambiando las apariencias, transmutándose en un peculiar Estado de
derecho de matriz conservadora, envuelto en la fraseología de un
constitucionalismo avanzado del que nadie ha hecho caso nunca.
Así se
fundó la transición, como un acuerdo sobre lo esencial y controversia
sobre lo accesorio. Pero el encarcelamiento de los dirigentes
independentistas, respaldado por los demás partidos, con una parcial
excepción de Podemos, ha dado la medida de lo que ese "acuerdo sobre lo
esencial" significa. Al verse como un conflicto "nacional", el Estado de
derecho pinta poco, al extremo de no reconocer a los presos políticos
derechos y condición de tales.
Todo
esto de la salida del Invicto y el resurgir de un ánimo revisionista a
ver si se consigue, por fin, que la sociedad española sea capaz de
mirarse de frente en el pasado, es, en el fondo, se quiera o no,
producto de la llama del independentismo catalán. Ignoro si la decisión
de ERC de exigir la anulación del juicio a Companys a cambio del apoyo a
la exhumación de Franco es correcta o conveniente. Lo que sí está claro
es que subraya la centralidad política de Catalunya en España.
Esa
exhumación es la segunda muerte de Franco: la primera como ser
escasamente humano; la segunda como leyenda. Nadie hoy día, excepto los
grupos de la franja lunática, celebra la barbarie de aquellos cuarenta
años de indignidad seguidos de otros cuarenta de domesticación. Aunque
estos últimos tienen más defensores tanto en la izquierda como en la
derecha. Son los que hablan del Estado de derecho de la transición, que,
de haber sido, ha saltado por los aires encarcelando a unos dirigentes
independentistas pacíficos.
Toca
proceder a des-legalizar todos los elementos orgánicamente relacionados
con el franquismo, la agrupaciones, divisiones, fundaciones, cofradías,
etc puesto que la exhumación implica una deslegitimación de la
dictadura. La voluntad del Estado español de proceder en este sentido se
advierte en el gesto del rey de renovar el ducado de Franco en la persona de la nieta del dictador. Grandeza de España en memoria de un dictador criminal.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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