Que una y otra vez le recuerden que no nació en Murcia es lo que peor
lleva Óscar Urralburu desde que se alzó con la secretaría general de
Podemos, en febrero de 2015. De todos los improperios que el presidente
de las cooperativas agrarias, Santiago Martínez, le soltó en la Asamblea
Regional el pasado día 1, minutos antes de que la oposición aprobara en
bloque las exigentes enmiendas a la ley de medidas urgentes para el Mar
Menor, a Urralburu se le clavó, más honda que ninguna otra, la
exclamación «¡ni siquiera eres murciano!», que Santiago Martínez repitió
después en un corrillo con el presidente López Miras, sin que este se
inmutara ante lo que Urralburu considera que fue una manifestación de
naturaleza xenófoba.
El dirigente agrario espetó también a
Urralburu, cara con cara y el índice levantado, que «estás jugando con
la olla de mis hijos», que «cobras un sueldo de la Universidad, a veces
dos al mes», y que «tú has dirigido todo esto», para insinuar que, si
PSOE y Ciudadanos iban a suscribir las enmiendas -como finalmente
sucedió-, lo harían empujados por Podemos, el partido que pretendía
«cargarse» el sector agrícola.
El vídeo de ‘La Verdad’ con este
rifirrafe refleja uno de los momentos más tensos que se han vivido en el
interior del Parlamento autónomo, con el líder de Podemos y la diputada
María Giménez aguantando estoicamente las andanadas de Santiago
Martínez, a quien Urralburu se limitó a contestar que dejara de hacer
«teatrillo», pero reconcomido por dentro por el reproche de no ser
murciano, que tantas veces ha escuchado en los tres últimos años.
Quienes
presenciaron aquello aseguran que el portavoz del PP, Víctor Manuel
Martínez, se alejó sabiamente del foco, y se sabe que Lucas Jiménez, el
presidente del Sindicato Central de Regantes del Tajo-Segura, a quien
las enmiendas de la oposición hacen la misma gracia (ninguna) que al
presidente de las cooperativas agrarias, telefoneó al día siguiente a
Óscar Urralburu para desmarcarse de Santiago Martínez.
El secretario
general de Podemos, docente de Secundaria en excedencia y profesor
asociado en la Universidad de Murcia hasta que se liberó para dedicarse
por completo a la política, mantiene fijado aún en su cuenta de Twitter
el vídeo, por su contenido didáctico e ilustrativo de las malas artes.
Después no ha vuelto a verse con el representante de las cooperativas,
ni a pronunciarse públicamente al respecto de lo sucedido en la
Asamblea, pero en privado cuenta que Santiago Martínez figura en el
Registro Mercantil como administrador en varias empresas distribuidoras
de nitratos y como apoderado en otras, una maldad sembrada ya en las
redes sociales.
El líder de Podemos asegura que el propio
presidente de la Comunidad Autónoma, de formas siempre blandas, le ha
comentado en alguna ocasión que «tú no entiendes bien lo que pasa porque
no eres de aquí». Sin acritud, pero dejándosela caer.
Óscar Urralburu
(Pamplona, 1971) vive en Murcia desde hace 25 años, tiene dos hijos
nacidos en Murcia, en Murcia se doctoró en Bellas Artes y en Murcia se
lanzó a la vida pública dirigiendo el sindicato asambleario Sterm, que
en los años noventa agitaba con éxito las aulas contra las políticas
educativas del PP.
A la vista de su personal ‘curriculum vitae’,
Urralburu no entiende cómo se le puede denegar su murcianía y por qué se
le intenta desacreditar reprochándosele su origen navarro, salvo que
sea, como parece, con la finalidad de desautorizar subrepticiamente su
predicado político, por lo demás bien conocido: izquierdista del todo,
de verbo mordaz, instalado en la radicalidad, provocador de
biempensantes y engarzado en un partido de discurso frecuentemente agrio
al que un 20% de los españoles mantienen su intención de votar, según
la última encuesta del CIS, pero al que una buena parte del 80% restante
ve como una amenaza para la democracia.
Cabría pensar que
incluso en el terreno personal debe de ser incómoda la empresa de
capitanear Podemos en una región que desde 1995 vota al PP
mayoritariamente (y hasta 2015, con apoyos superiores al 60%) y en la
que Podemos no se cansa de denunciar la existencia de ‘lobbies’ que
supuestamente maniatan a los gobiernos de turno.
Sorpresa. La pelotera
con Santiago Martínez es el único episodio avinagrado de cierta
intensidad que Óscar Urralburu ha sufrido en su relación con la
patronal, los sindicatos, las otras fuerzas políticas -incluido el PP- y
los numerosos colectivos e instituciones que discrepan abiertamente de
Podemos y rechazan sus posiciones, pero sin llegar más lejos ni recurrir
al oprobio personal en lo que podría llamarse una cordial disidencia.
Uno de los cargos públicos más importantes del PP en la Región -y su
familia- viven desde hace meses con protección policial porque los
Cuerpos de Seguridad entienden que podrían ser presa fácil de algún
desalmado, no viene al caso por qué. Urralburu no se ha visto ni por
asomo en una coyuntura semejante, y de ahí que no salga de su asombro
por el encaramiento que hubo de aguantar el día de las enmiendas a la
ley del Mar Menor.
Otra cosa es lo que sucede en los pueblos, donde
Podemos se queja de que algunos alcaldes les niegan locales, de
actitudes belicosas individuales en absoluto generalizables, y de poco
más..., con una grave salvedad: al secretario general del partido en una
localidad pequeña le envenenaron los perros en su casa de campo y le
dejaron un aviso: «Tú serás el siguiente». Dimitió, asustado.
Urralburu
tiene, por tanto, razones sobradas para proclamar el carácter tolerante
y hospitalario de una región en la que observa conductas caciquiles
aisladas y residuos de un feudalismo minador del progreso, pero a la vez
una región en la que -asegura- se les escucha con respeto, a él y a su
gente, pese al radicalismo de sus postulados y a la visión que de Murcia
proyectan, nada complaciente con el poder establecido y en la que
Podemos señala una peligrosa dualización social derivada de un reparto
desigual de las rentas, inferiores a mil euros para el 53% de la
población activa; un Instituto de Crédito y Finanzas poco útil para el
reflotamiento de empresas en apuros; un Instituto de Fomento que
identifica con un mercado persa en el que las ayudas «van siempre a las
mismas manos», en lugar de impulsar una movilización social de la
economía; una Administración endeudada hasta las cejas; una agricultura
obligada a teñirse de verde «por su propio bien, porque no se trata de
un capricho de ‘hippies’ o ecologistas, sino de una exigencia de
Europa»; una economía sumergida que alcanza al 25% del PIB (unos 10.000
millones de euros) y explica -en opinión de Urralburu- que vuelvan a
comprarse «tantos cochazos»; una legión de buenos investigadores sin los
recursos necesarios para sacar adelante sus proyectos; y un Gobierno
que se niega a habilitar la Oficina Antifraude que esta misma semana ha
vuelto a reclamar Podemos en la Asamblea y ha caído otra vez en saco
roto por falta de aliados parlamentarios.
Esta es, más o menos,
la Murcia vista con los ojos de Urralburu. Una visión radical, para
muchos apocalíptica, que le reporta miradas torvas y antipatías del lado
más conservador, aunque nada tan doloroso personalmente para él como
que lo ataquen por no ser murciano.
(*) Columnista
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