¿Por qué Pablo Iglesias suele errar más de lo normal
en los análisis que realiza sobre Catalunya? Al principio se decía que
era por desconocimiento, y así se interpretó aquel primer desliz de la
campaña para las elecciones catalanas de 2015. Iglesias, que debutaba al
frente de una formación con pocos meses de vida, pidió a los hijos y
nietos de andaluces o extremeños que no se avergonzaran de sus raíces,
que era una manera de decir que no votaran partidos independentistas.
También señaló que "la Catalunya del extrarradio es mas auténtica que
ninguna otra". Unos meses después protagonizó un nuevo incidente al
reprochar al dirigente de la CUP David Fernández su abrazo con Artur Mas
en la consulta participativa del 9-N de 2014, por la que luego el
expresident fue condenado. "Yo nunca me abrazaría con Mas", llegó a
decir. Semanas después llegarían las disculpas de Iglesias y el
reconocimiento de que se había equivocado.
Este domingo Iglesias ha vuelto a Barcelona para apoyar la
candidatura de Xavier Domènech. Será porque las encuestas adelantan
malos resultados para la formación morada el próximo 21-D
y necesita despertar a su electorado durmiente y atraer de nuevo a
aquellos votantes que se inclinan por otras formaciones políticas, o
bien porque sigue necesitando mejorar su conocimiento de Catalunya.
Lo
cierto es que la acusación al independentismo de haber contribuido a
despertar el fascismo en España y en Catalunya con sus
posicionamientos políticos es mucho más que una maldad. Es un juicio
histórico de lo que ha sucedido estos años, pero sobre todo estos meses y
estas últimas semanas, que falsea la realidad entre víctimas y verdugos
por unos miles de votos.
El proyecto político de Iglesias, Colau y Domènec se sustenta en
intentar ocupar un espacio intermedio entre independentistas y no
independentistas. Lo que se ha dado en denominar la equidistancia.
Es obvio que cada partido tiene derecho a ocupar la posición política
en que se encuentra más cómodo, y en este caso Podemos y sus
confluencias no quieren posicionarse. Pero eso es una cosa, y otra muy
distinta es responsabilizar al independentismo de los vientos fascistas
que con un exceso de impunidad se ven crecientemente en las calles.
La
respuesta española a las demandas de Catalunya no ha sido muy diferente
en el último siglo, y para confirmarlo están los libros de historia y
los debates estatutarios habidos desde Núria en los años 20. Nada nuevo,
por tanto. ¿Entonces? La novedad de estos últimos tiempos es que una
fuerza política como Podemos quería enarbolar una bandera con aparente
fuerza que nadie había portado hasta la fecha en la política española.
Y al final esas ansias de cambio y de revolución han sucumbido
aparentemente antes de tiempo. Y el juego de la política española demora
los cambios en profundidad y solo admite los estéticos, los que, en el
fondo, suponen cambiar muy poco. De ahí, quizás, el desconcierto de
Iglesias con la carpeta catalana.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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