Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, conoce aquella frase
de Voltaire que dice que no sabía lo que era la felicidad pero aun así
había decidido ser feliz porque le iba bien a su salud. Esta dama, que
hace dos años vio como los atentados islamistas a la sala de fiestas
Bataclan –que se halla precisamente en el bulevar que lleva el nombre
del autor de la sentencia– inundaban su ciudad de temor y tristeza,
decidió que, puesto que no podría devolver a la ciudad su alegría, iba a
ponerle la mejor cara a la vida para restablecer la salud colectiva.
Más o menos lo que recomendaba el autor de Cándido. No resultó
fácil: en los siguientes doce meses, la ciudad perdió dos millones de
turistas, las calles se llenaron de soldados armados hasta los dientes y
la desconfianza se transmitía en la mirada de la gente.
El discurso de Hidalgo ha sabido conjugar solidaridad y
grandeur, pero sobre todo se ha implicado en devolver a París su orgullo
de capital de Europa.
Como si fuera la protagonista de Sabrina, ha
repetido que “París es siempre una buena idea” y ha logrado animar a sus
conciudadanos a apoyar los Juegos Olímpicos del 2024, cuando el mundo
empezaba a desconfiar del impacto positivo de estas celebraciones.
Y se
comprometió a recuperar el turismo, logrando que los museos franceses se
hayan implicado en este esfuerzo. Este otoño las exposiciones sobre
Gauguin, Derain, Monet o Dior compiten en sus templos de bellas artes.
“Tener turismo significa más riqueza y compartir ciudad”, proclama en
contra de la moda turismofóbica que recorre Europa.
Por si fuera poco, París ha conseguido en las últimas horas
ser la sede de la Autoridad Bancaria Europea, al ganarle el pulso a
Frankfurt, que soñaba con sustituir a la City londinense como capital de
las finanzas. París vuelve a estar espléndida, demostrando la capacidad
de superación de las ciudades ante la adversidad. Y sobre todo la
importancia del liderazgo en los momentos difíciles.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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