Pedro Antonio Sánchez terminó por tirar la
última toalla (su escaño) y cedió el testigo a López Miras como nuevo
presidente del PP y futuro candidato a las autonómicas, lo que ya tenía
en mente desde finales de junio. Alberto Garre se decidió a dar el paso y anunció este jueves que se presentará a las elecciones al frente de un partido regionalista.
Y Diego Conesa,
alcalde de Alhama, ganó por un escaso margen las primarias para ser el
rostro con el que acudirá el PSOE a la cita de 2019. Todo eso en menos
de siete días de electrizante voltaje político. Con Óscar Urralburu
apuntalado por las primarias de Podemos, solo queda por conocer, en
menos de un año, quién será cabeza de cartel de Ciudadanos.
Pero
la carrera electoral ya ha empezado y todo cuanto se cuece en la vida
pública de la Región está condicionado por las perspectivas de unos
comicios en los que, por la permanente convulsión en la que se instaló
el PP hace cuatro años y una ley electoral de circunscripción única que
fragmentará el reparto de escaños, los populares pueden perder el poder
conseguido hace 22 años.
Lo saben todas las fuerzas políticas, también
el PP, y actúan en consecuencia a solo año y medio de la cita. Los
populares, apostando por el pragmatismo (a estas alturas, la búsqueda de
un líder que no fuera el actual presidente de la Comunidad supondría
adentrarse en una nueva aventura de alto riesgo).
Y la oposición, acentuando todo lo posible el desgaste de un
partido que pierde a su último referente de la peor manera posible. La
designación por aclamación no puede ocultar la grave realidad
acontecida. Pedro Antonio Sánchez abandona la política porque, según
afirma, «sus adversarios han jugado sucio y la jugada les ha salido
bien». Pero si quitamos los adjetivos para que solo queden los hechos,
como proponía el abogado Atticus Finch en ‘Matar a un ruiseñor’, lo que
vemos es que PAS se va forzado por dos citas con el banquillo por
presuntos delitos de corrupción política.
Aún mantiene su presunción de
inocencia, pero políticamente estaba liquidado desde hace tiempo. Su
horizonte procesal era pronosticable por cualquier observador imparcial,
pero el PP se agarró a un relato emocional para mantener a quien en sus
filas tenía las mayores dotes de liderazgo y habilidad política.
Minusvaloró los hechos (existía una querella de la fiscalía del TSJ
cuando PAS fue elegido como candidato) y los adjetivó (persecución,
cacería...) para construir un relato público que amortiguara el impacto.
Y de esta guisa va como va la cosecha del tardovalcarcismo: cuatro
presidentes autonómicos en cuatro años y tres presidentes del partido.
Ahí es nada.
En las demás fuerzas no se ha producido
semejante cataclismo, aunque tampoco andan sobrados de liderazgos
arrolladores. Han demostrado mucha mayor cultura democrática en el
interno de sus organizaciones, pero a costa de proyectar públicamente la
ausencia de líderes que levanten un entusiasmo masivo en sus filas.
Urralburu ha sido atado en corto por varias corrientes de Podemos y en
la primera vuelta de las primarias socialistas se observó una división
total entre González Veracruz y Diego Conesa.
Ayer, el
alcalde de Alhama ganó con el 51,8% de los votos. Pronto se verá si opta
por intentar convertir al PSOE en un partido de mayorías en la Región,
como en los años 80, o centra toda su estrategia en recuperar el espacio
que le arrebató Podemos por la izquierda. Ciudadanos es caso aparte
porque no hay un gallo en el corral. Con una dirección colectiva y
tutelada desde Madrid, ahora tendrá que enfrentarse a la futura
formación de Alberto Garre, que a falta de estructura organizativa anda
sobrado de carisma popular y exhibe un discurso en materia de
regeneración política que puede taponar el crecimiento de la formación
naranja. El resultado más plausible de este escenario preelectoral es un
reparto de fuerzas mucho más fragmentado en 2019, donde los distintos
pactos pueden acabar desalojando a los populares.
La polémica sobre la integración del AVE en Murcia y el soterramiento de las vías está
claramente condicionada por este horizonte político. Por un lado, están
los vecinos con sus legítimas reivindicaciones y protestas. Y por otro,
los partidos, que saben de la importancia del voto en el municipio de
Murcia para decantar unas elecciones autonómicas con circunscripción
única. La llegada del AVE y el inicio de las obras para enterrar las
vías no darán réditos electorales directos, aunque es obvio que unos
querrán sacarle todo el jugo y otros querrán echarle cicuta a ese dulce
sorbo.
Con el largo historial acumulado de
incumplimientos, indecisiones y bandazos, poca celebración cabe esperar
cuando llegue el momento. Pero la Región necesita ya la alta velocidad
en Murcia, Cartagena y Lorca para acabar con sus rémoras ferroviarias,
ganar en competitividad económica e impulsar el turismo, y la ciudad de
Murcia debe, de una vez por todas, soterrar ya las vías que la dividen
desde hace siglo y medio. Si los populares no logran salir de esta
encrucijada con una solución aceptable para el interés general, teniendo
en cuenta por un lado las demandas de los vecinos afectados por la obra
pero también las de los sectores productivos de la Región y de muchos
ciudadanos que desean el soterramiento, pero sin demorar la llegada de
la alta velocidad a Murcia, verán acentuado su desgaste hasta límites
insondables.
Visto el rechazo expresado en las calles al proyecto, tal y
como está planteado por Adif, se antoja todavía más complicado que los
populares encuentren algún apoyo de la oposición. Más bien todo lo
contrario. Ayer, la Plataforma Pro Soterramiento
movilizó a decenas de miles de personas, más de 50.000 según los
organizadores, que rechazaron la llegada del AVE por una vía provisional
en superficie. La manifestación fue masiva. Ese es otro hecho. Puede
que el margen de maniobra para la búsqueda de un amplio consenso sea
cada vez más reducido, pero todas las partes están obligadas a echar el
resto para lograrlo.
(*) Periodista y director de La Verdad
http://www.laverdad.es/murcia/adjetivos-20171001080300-nt.html
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