El compromiso de Sánchez es claro: Voy a trabajar para buscar una mayoría parlamentaria alternativa al PP.
Y también es sencillo. Tanto que casi no es trabajo si se trata de
mayoría absoluta para desplazar al gobierno. Una posibilidad es la de
PSOE, Podemos y C's, y la otra, PSOE, Podemos, JxS y Bildu, por ejemplo.
La primera parece imposible por la incompatibilidad entre Podemos y
C's. La segunda trae el escollo de los votos independentistas.
Para
las mayoría relativas, la fantasía es libre aunque, claro, las hay más
verosímiles que otras. Una razonable sería la de PSOE y Podemos, que no
tendría el escollo independentista, pero estaría al albur de votaciones
conjuntas PP y C's.
Las opciones son escasas e insuficientes. Probablemente por eso un ufano Rajoy anuncia que terminará la legislatura porque no ve alternativa.
La moción de censura de Podemos ha sido un exitazo. Ha servido para
consolidar al gobierno y también a la otra oposición en cuanto partido y
liderazgo. Y un liderazgo que se ejerce desde fuera del Parlamento. Eso
es "nueva política" a tope, ¿no? Habiéndolo intuido así, a Sánchez se
le ha disparado el estro y se ha declarado continuador o representante o
algo parecido del 15M en medio de feroces críticas e insultos.
Demagogo, falso, oportunista, aprovechado. Sin embargo, paradójicamente,
si alguien hoy puede esgrimir el ¡no nos representan!, es él,
que lo hace desde la calle. Como peripecia vital, incluso, que da mayor
pábulo a la leyenda, esa que empezó a forjarse en torno a su figura como
"el relato". Ahora sube un peldaño más y puede, con razón, exclamar ¡no me representan!
Si Rajoy no obedece las reiteradas invitaciones a dimitir, la mayoría parlamentaria alternativa
puede querer decir dos cosas: una nítida y clara y otra confusa y
variable. La nítida y clara es un gobierno salido de una moción de
censura del PSOE y Podemos con los votos favorables de JxS y seguramente
Bildu. La única condición sería que ese gobierno propusiera un
referéndum pactado en Cataluña, habiendo negociado fecha de celebración y
pregunta. Pero con todas las garantías para una votación en libertad.
La forma confusa y variable de la mayoría parlamentaria alternativa
sería la que no aspirara a formar gobierno y se contentara con ser
oposición pero pretendiendo imponer la política al gobierno, es decir,
gobernar desde el Parlamento. No estaría mal si el Parlamento tuviera el
coraje de la Convención Nacional francesa de 1792, la que abolió la
Monarquía afirmando que "los reyes son al orden moral lo que los
monstruos al físico. La corte es el despacho del crimen, el hogar de la
corrupción y la guarida del tirano".
Mas no parece ser el caso, sino al
contrario pues ayer mismo el Congreso del PSOE daba carpetazo a la
insolente urgencia de sus juventudes en proclamar la III República. Una
oposición de geometría variable, bajo la presión de unas elecciones
anticipadas y en la incertidumbre de los cambios en las alianzas caso
por caso. Si añadimos el ya expresado propósito del gobierno de instar
al Tribunal Constitucional a que ampare su "derecho" a vetar legislación
en virtud de criterios presupuestarios, concluiremos que la idea de
articular una mayoría parlamentaria alternativa, si no es desde el gobierno, es una quimera.
En realidad, solo queda ejercerla desde el gobierno. Uno de PSOE y Podemos con el apoyo parlamentario de JxS, a cambio de un referéndum pactado en Cataluña, una opción que apoya el 80 por ciento de la población catalana. Algo a lo que un gobierno de izquierda no puede ser indiferente. Y debe demostrarlo con hechos. Si se propuso como alternativa a la derecha deberá serlo también en la cuestión territorial; deberá ser capaz de encontrar alguna forma de negociación que evite el tantas veces mencionado "choque de trenes".
Dado que el referéndum no es un fin en sí mismo sino un medio, al aceptar uno pactado, cabe negociar la pregunta. Si la izquierda tiene algo que ofrecer, digamos a medio camino entre el estatu quo y la independencia, por ejemplo, ese federalismo tan celosamente guardado, es el momento de hacerlo y ver qué apoyo concita. Incluso es el momento de ofrecer alguna idea de planta nueva para romper con el marco tadicional de la derecha que tiene cautiva a la izquierda.
Después del enésimo fracaso de la derecha española al gestionar el país, la izquierda está obligada a constituirse en alternativa y a hacerlo teniendo por una vez el valor de sus convicciones. El aparente oxímoron de reconocer la soberanía una del pueblo español y su plurinalicionalidad apunta a un momento constituyente, o "destituyente", como dice Miguel Urbán, de Anticapitalistas. Un momento de acción.
Y así es como debe entenderse. No como una propuesta estática de que una cosa puede ser ella misma y su contraria al mismo tiempo en contra de la lógica, sino como una dinámica: una cosa puede convertirse en su contraria. Si el amor puede y suele convertirse en odio, lo demás, por añadidura.
La profundización del carácter purinacional de España obliga a no reducirlo a lo meramente cultural sino a reconocerle su plena función política. Corresponde a las naciones del Estado determinar de común acuerdo qué forma de organización quieren darse si quieren darse alguna.
Se entiende la propuesta federalista del PSOE salida de la Declaración de Granada y hasta cabe conceder que se haga de buena fe. El problema es que es irrelevante. No por el federalismo en cuanto tal que seguramente será perfecto, sino por el procedimiento para establecerlo. Una decisión mayoritaria del soberano español que obliga a la minoría nacional catalana es inevitablemente sentida por esta como una nueva imposición desde fuera, otra vez café para todos, siendo así que la reclamación del independentismo es un tratamiento diferenciado de Cataluña como nación que es en plenitud de sus derechos.
Sería más avisado, a mi entender, no empeñarse en una fórmula federal como propuesta de partido, sino estar dispuestos a acordar otra de otras características que pudiera ganar acuerdo del independentismo. Y ¿qué forma podría tener? Ahí, justamente, está el meollo de la política, en la capacidad para imaginar soluciones acordadas a problemas que parecen no tenerlas.
En realidad, solo queda ejercerla desde el gobierno. Uno de PSOE y Podemos con el apoyo parlamentario de JxS, a cambio de un referéndum pactado en Cataluña, una opción que apoya el 80 por ciento de la población catalana. Algo a lo que un gobierno de izquierda no puede ser indiferente. Y debe demostrarlo con hechos. Si se propuso como alternativa a la derecha deberá serlo también en la cuestión territorial; deberá ser capaz de encontrar alguna forma de negociación que evite el tantas veces mencionado "choque de trenes".
Dado que el referéndum no es un fin en sí mismo sino un medio, al aceptar uno pactado, cabe negociar la pregunta. Si la izquierda tiene algo que ofrecer, digamos a medio camino entre el estatu quo y la independencia, por ejemplo, ese federalismo tan celosamente guardado, es el momento de hacerlo y ver qué apoyo concita. Incluso es el momento de ofrecer alguna idea de planta nueva para romper con el marco tadicional de la derecha que tiene cautiva a la izquierda.
Después del enésimo fracaso de la derecha española al gestionar el país, la izquierda está obligada a constituirse en alternativa y a hacerlo teniendo por una vez el valor de sus convicciones. El aparente oxímoron de reconocer la soberanía una del pueblo español y su plurinalicionalidad apunta a un momento constituyente, o "destituyente", como dice Miguel Urbán, de Anticapitalistas. Un momento de acción.
Y así es como debe entenderse. No como una propuesta estática de que una cosa puede ser ella misma y su contraria al mismo tiempo en contra de la lógica, sino como una dinámica: una cosa puede convertirse en su contraria. Si el amor puede y suele convertirse en odio, lo demás, por añadidura.
La profundización del carácter purinacional de España obliga a no reducirlo a lo meramente cultural sino a reconocerle su plena función política. Corresponde a las naciones del Estado determinar de común acuerdo qué forma de organización quieren darse si quieren darse alguna.
Se entiende la propuesta federalista del PSOE salida de la Declaración de Granada y hasta cabe conceder que se haga de buena fe. El problema es que es irrelevante. No por el federalismo en cuanto tal que seguramente será perfecto, sino por el procedimiento para establecerlo. Una decisión mayoritaria del soberano español que obliga a la minoría nacional catalana es inevitablemente sentida por esta como una nueva imposición desde fuera, otra vez café para todos, siendo así que la reclamación del independentismo es un tratamiento diferenciado de Cataluña como nación que es en plenitud de sus derechos.
Sería más avisado, a mi entender, no empeñarse en una fórmula federal como propuesta de partido, sino estar dispuestos a acordar otra de otras características que pudiera ganar acuerdo del independentismo. Y ¿qué forma podría tener? Ahí, justamente, está el meollo de la política, en la capacidad para imaginar soluciones acordadas a problemas que parecen no tenerlas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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