La otra mujer indiscutible protagonista
de la jornada fue Susana Díaz. Su empeño no tiene nada que ver con el de
Forcadell; ni su posición institucional; ni su circunstancia personal.
Díaz no representa nada. Se representa a sí misma. Y no como adalid de
una posición programática concreta (pues sus consideraciones públicas
hasta la fecha son vaguedades de arengas electorales) sino como opción
personal para la provisión del puesto de secretario general de su
partido.
El procedimiento empleado es de campaña de imagen de
profesionales: está tanteando el terreno, viendo con qué apoyos cuenta
en las bases antes de anunciar su candidatura que todo el aparato, los
varones y los "ex", o sea, el establishment, da por cierta. Y
cierta debe de ser. Pero no está oficialmente proclamada, a diferencia
del bueno de Sánchez que va por ahí proclamando su deseo de ser SG.
La
dama tiene aun un periodo de recomposición de imagen después de la muy
desafortunada que proyectó como defenestradora de Sánchez. Aquella
imagen de los 17 conjurados, la defenestración, la constitución de una
gestora títere que lleva dos meses haciendo titiritadas y la presencia
mediática de Díaz actuando como regenta de hecho, provocó la rebelión de
las bases del PSOE. Reconducir la situación, controlar a la militancia
con las argucias de los aparatos y recomponer la imagen de Díaz lleva su
tiempo. La batalla ahora en el PSOE es el tiempo: si las agrupaciones
críticas consiguen acelerar las primarias o la junta gestora las
posterga.
Se
oye a veces que la animadversión y el rechazo a Díaz se debe a su
condición de mujer. Y algo de eso hay. Un machismo de fondo que se
detecta en las expresiones. Algo detestable, pero que no invalida la
crítica no basada en el género sino en el juicio que merecen sus actos. Y
es muy negativo. Si realmente a Díaz le interesara más el destino de su
partido que su medro personal en él, se pondría al frente de la
manifestación en pro de las primarias cuanto antes. Cuanto antes un
proceso formal en el que Díaz confronte su programa con el de los
hipotéticos contrincantes. Luego, al votar, serán los militantes quienes
decidan cuál será el programa y la orientación del PSOE.
Mención
aparte merece la aparición de Rodríguez Zapatero a componer la imagen
que se ve en la ilustración. Y tan aparte. El simbolismo es llamativo.
El último líder con mando unge ("bendice", según el titular) a la
siguiente. Puro marketing electoral.
Dos mujeres fueron ayer las
protagonistas de la jornada pública, política; una en el Noreste, Carme
Forcadell, y la otra en el Sur, Susana Díaz; una por un motivo, la otra
por otro. Pero las dos se encuentran en el centro de sendos muy
apasionados debates, con detractores y enemigos acérrimos y seguidores y
partidarios incondicionales.
Carme
Forcadell convirtió su comparecencia ante el TSJC en un acto político
de afirmación de los derechos del Parlamento. Acompañada por la plana
mayor del independentismo gobernante, solo respondió a las preguntas de
su abogado e hizo afirmaciones de calado que pretenden romper el
estrecho marco de unas diligencias judiciales para plantear un conflicto
de legitimidades, soberanía parlamentaria, libertad de expresión,
inmunidades de los representantes populares, etc. Quizá no esté muy bien
ordenado conceptualmente pero sirve para articular un mensaje de
carácter simbólico: la nación catalana agredida por el Estado a través
de un Tribunal Constitucional cuya legitimidad no reconocen las
autoridades de la Generalitat.
Es
una situación de crisis institucional con elementos de desobediencia
que remite a un orden de ideas con muy buena prensa en la conciencia
occidental: la lucha por la emancipación nacional. Le hacía falta una
imagen, un símbolo icónico. Ya la tiene. Así como Mas llegó a tomar
visos mosaicos cuando condujo a su pueblo al 9N, primera parada en el
camino a la tierra prometida, Forcadell es una especie de Marianne
actualizada y, como la francesa, una alegoría de la República, en este
caso, la República Catalana.
Cualquiera
sabe que llevar los conflictos al terreno de lo simbólico y sentimental
y fomentar la creación de mártires, héroes, heroínas, en el bando
contrario no es muy avisado. La potencia mediática de las imágenes de
símbolos agredidos, representantes procesados, supera las más refinadas
técnicas de comunicación política a la que pueda recurrir la otra parte.
La historia de David y Goliat mantiene toda su fuerza; aunque quizá
aquí fuera más de aplicación la de Judith y Holofernes, en sentido
simbólico, por supuesto.
La
bravura en el comportamiento de Forcadell, el apoyo social e
institucional que tuvo, permiten augurar una etapa de creciente
conflicto por vía de acción reacción que no se ve cómo podrá sortear el
gobierno con su huera oferta de diálogo.
En todo caso, lo dicho, "la flecha ya está en el aire". No en el sentido del libro de Ismael Grasa (La flecha en el aire), que viene de Zenón, sino en el de Atahualpa Yupanqui: "La flecha ya está en el aire/para llenarse de sol".
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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