Me parece que la universidad es un lugar
que no existe. Me explico. Creo que se equivocan quienes creen que han
estado en la universidad por haber frecuentado o visitado los edificios e
instalaciones ubicadas en campus o complejos universitarios. También se
confunden quienes creen que su inclusión en los registros
administrativos de las secretarias les introducen en la universidad. Y
desde luego que no es tan seguro como creen que todos los que poseen una
titulación universitaria hayan estado realmente en la universidad. Los
edificios, los planes de estudio y los expedientes académicos, los
claustros de profesores, los rectorados y la gestión económica o
administrativa son por supuesto imprescindibles, pero „exactamente
hablando„ no son por separado ni en conjunto la universidad.
Si lo
anterior fuera verdad entonces sería posible y hasta probable que
muchos titulados, alumnos y hasta profesores universitarios no hayan
estado nunca o casi nunca en la universidad. Sé que parece una
exageración imposible, y hasta una provocación, pero es mi sincera y
meditada opinión: conozco a propietarios de universidades, rectores,
gerentes universitarios, profesores y alumnos que están o han pasado por
la universidad sin haber descubierto de qué clase de lugar se trataba
y, por tanto, sin visitarlo apenas.
Y es que la universidad es un
lugar que no existe, pero al que se puede acceder mediante un conjuro de
orden común: hay que cruzar en las dos direcciones tres puertas
mientras internamente se musitan dudas, preguntas e intuiciones. Esas
tres puertas son las que dan acceso a las salas de lectura de las
bibliotecas/laboratorios, a los despachos de los profesores y a las
aulas. Hasta cabría incluir una cuarta puerta, la de la cafetería,
siempre que se trate de hacer allí de otro modo "y además de lo propio„
lo que se podría hacer en cualquiera de los tres lugares anteriores.
Solo tras esas tres puertas y si se cruzan innumerables veces mientras
se mascullan en silencio interrogantes más o menos inútiles, solo así,
se abre el espacio sin orillas de lo interesante y de lo que se puede
aprender con la ayuda y en compañía de otros, es decir, la universidad.
Incluso podrían bastar dos de ellas, pues podría haber universidad" de
hecho las hay, y de las mejores„ con solo bibliotecas y despachos (y
cafeterías). Exactamente lo contrario de la tradición escolar española
en la que nuestros alumnos pasan tantas horas en(j)aulados que apenas
tienen tiempo ni disposición para visitar las bibliotecas y los
despachos (aunque sí encuentran tiempo para la cafetería).
Así que
estar en la universidad no es tan fácil como pasar horas entre sus
pasillos y edificios, o cubrir los trámites de una matrícula y superar
unas pruebas hasta obtener una acreditación oficial. Pero tampoco es
difícil, basta querer aprender en compañía de quienes están tras las
tres puertas: otros estudiantes, los profesores y los autores. Lo que
ocurre es que, por extraño que parezca, no abundan los estudiantes que
quieren aprender, ni los profesores que quieren enseñar, ni los gestores
y autoridades académicas a los que les importe mucho ni lo uno ni lo
otro.
Pero si los profesores y los alumnos solo se encuentran en las aulas y apenas hablan en los despachos „porque unos no van y los otros no están„, y si los alumnos no pasan tantas o más horas en las salas de lectura de las bibliotecas que en las aulas, y si los profesores cuando hablan entre ellos lo hacen casi siempre de horarios, presupuestos, subvenciones, dotaciones de plazas y elecciones, entonces, créanme, pese a los que les parezca, no están ustedes en la universidad. Se irritaran los que no conocen el conjuro de las tres puertas, o quienes lo olvidaron después de sus años de juventud, pero lo cierto es que si no se estudia con afición convertida en profesión, no se está en la universidad.
Se comprende que quienes no han estado tras las tres
puertas se molesten y tachen de elitista la pretensión „trastornada, al
parecer„ de que para acceder realmente a la universidad hay que
estudiar más allá y con independencia de lo necesario para obtener un
título o una acreditación de profesor, es decir, por gusto. También es
lógico que quien no ha cometido semejante extravagancia, tampoco
comprenda que los profesores universitarios no lo son por dar clases
sino por estudiar (o investigar), es decir, por lo mismo que lo son sus
alumnos. Pero aunque no lo entiendan, la realidad es que un profesor no
es más que un estudiante que no quiso dejar de serlo y a fuerza de
cruzar aquellas puertas se ha convertido en un estudioso. Ahí radica la
afinidad que reúne „ayuntamiento„ a profesores y alumnos y que ´da
lugar´ a la universidad: un lugar que no existe pero en el que se puede
estar y hasta gastar una vida.
De hecho, los que alguna vez
estuvieron allí son fácilmente reconocibles por una tara común: de vez
en cuando, sin venir a cuento y con la mirada perdida se interesan por
cosas inútiles, miran escrutantes lo insignificante, preguntan
obviedades como si merecieran ser pensadas de nuevo, y recuerdan con
melancolía un sitio donde se podía ganar el tiempo estudiando.
Parecerá
poco, pero si se piensa bien se verá que es mucho, porque lo sencillo
es lo menos fácil de improvisar y mucho menos común de lo que cabría
esperar. De hecho, la universidad es un lugar que no existe; y cada vez
menos.
(*) Murciano de Calasparra y profesor titular en la Universidad CEU Cardenal Herrera
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