A 2015 y tras veinte años en el poder, la política del PP ha devuelto a
la Región de Murcia a los indicadores socioeconómicos de 1995, año en
el que obtuvieron la primera mayoría. Hasta trazar este bucle
melancólico han transitado por tres etapas: una primera, de
estabilización (ocho años, los mejores), que dio lugar a otra de
descocado crecimiento económico y despendole político, concluida en un
trágico desplome por el que han asomado la molicie y la corrupción.
El
viaje al pasado a través del túnel del tiempo ha transmitido el vértigo
de una caída libre sin asideros con destino a un abismo sin retorno.
Bajo las apariencias de una sociedad sobreviviente al sol de la
consoladora primavera murciana, recreada en cañas y marineras, se
esconden nichos de pobreza, paro, precariedad y miedo al futuro
equiparables a los relatos de postguerra con que nos ilustraban los
abuelos, hoy convertidos en bastón de tantas familias.
Pero ni siquiera estamos en 1995, pues la política de grandes hitos
no sólo ha enterrado millones de euros en lo baldío, sino que ha dejado
un reguero intransitable de carísimos despojos de un modelo de
desarrollo quimérico que todavía hay que seguir abonando a costa de las
otras políticas, las menudas y más entonadas con la realidad de la
gente, del trabajo, de las empresas, del bienestar, la educación y la
cultura.
Es ahora cuando nos hacen vivir por encima de nuestras posibilidades,
con una deuda más inmanejable en proporción que la de Grecia, con un
déficit que sólo sería posible cuadrar con más sangre, sudor y lágrimas,
y con un estamento político varado, sin respuestas, decidido a
desacreditar hasta el arrastre el concepto mismo de democracia.
Mientras tanto, los principales agentes dilapidadores se han hecho
millonarios (en euros), se siguen refugiando en la legitimidad formal de
las instituciones, se protegen con artimañas e influencias de la acción
de la Justicia y aún se permiten el pavoneo ante una sociedad en buena
parte entre cautiva y sonámbula. Un viaje al pasado en que la mayoría ha
gastado los zapatos y unos cuantos han aprovisionado sus alforjas.
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