Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Nous temps,
en referencia irónica, claro, a cómo han cambiado las cosas desde que
gobierna lo que queda del PSOE: nada, no han cambiado nada. Si acaso,
que los ministros son más rápidos que los ladrones del PP a la hora de
dimitir y que hay más ministras que ministros. Pero eso es todo.
La
reforma laboral tendrá unos retoquillos; la Ley Mordaza no la tocarán;
seguirá la dictadura policial y la iglesia parasitando al Estado
mientras los ladrones desorejados estilo Urdangarin se pasean en
libertad pero los representantes democráticos de los catalanes seguirán
encerrados a pesar de ser inocentes. El mismo autoritarismo y la misma
oligarquía mandando.
Se recordará cuando Aznar dijo que "antes se romperá Cataluña que España",
una de esas frases con las que estos tipos creen decir algo cuando es
evidente que, si como ellos mismos dicen, Cataluña fuera España, al
romperse aquella se romperá esta al mismo tiempo. Pero es difícil
que un estúpido de este calibre llegue a entender algo tan elemental.
Se recordará asimismo a García Margallo amenazando ominosamente con que "a partir de agosto empezaran a pasar cosas en Cataluña", a Jordi Cañas anunciando "os montaremos un Ulster que os vais a cagar". Más recientemente, el provocador Borrell, ministro, anuncia en TV que Cataluña está al borde de un enfrentamiento civil y hace nada, su discípula Arrimadas anuncia que se llegará a unos límites de violencia que no se pueden imaginar.
Son
expresiones que tienen mucho en común. No casos aislados. Es el deseo
del fascismo nacional-católico español (PP, PSOE, C's, IBEX 35, banca,
medios, curas, militares, policías, etc): que haya violencia en Cataluña
para poder justificar una intervención armada. Sus intelectuales firman
ahora bovinamente manifiestos (aprovechando que el señorito socialista
está en el gobierno) pidiendo soluciones, mientras sus políticos
siembran el miedo con amenazas y sus bandas de matones y fascistas lo
hacen en la calle, agrediendo a la gente pacífica.
Aquí, la versión castellana:
Nuevos tiempos
Borrell,
como Guerra en el primer gobierno de Felipe González, debe de ir en
este de “libre oyente” y, sobre todo, de libre provocador. Sus
exabruptos en el gobierno no son más graves que los que soltaba en la
oposición porque esto ya no es una cuestión política o administrativa de
un cargo arriba o abajo, sino de pura decencia humana. Es imposible
tratar con quien amenaza y va de mala fe.
Es
de suponer que el gobierno calibrará el impacto que la piromanía del
ministro tiene en su política de diálogo y entendimiento. Aunque también
puede tratarse de una pieza de florentinismo político: se deja suelto a
Borrell y se compensa con el tono civilizado de Batet en una
reactualización de la política del palo y la zanahoria. No está mal
pensado. Solo que el palo es un pesado garrote y la zanahoria no existe.
El nacionalismo español solo puede atacar, no tiene nada que
ofrecer. La intención evidente es introducir división en el bloque
independentista, buscando acuerdos con sus sectores más conservadores.
Es lo mismo que intentan con Podemos, dinamitarlo por dentro ofreciendo
cancha a Errejón, sin darse cuenta de que lo ponen en un aprieto porque
si el de Podemos aceptara, como le pide su talante, ¿cómo se
distinguiría de Gabilondo, su adversario? Lo mismo con el movimiento
independentista: ofertas a los sectores más conservadores que
conllevarían la ruptura de la unidad independentista. Con un resultado,
es de suponer, muy parecido. Es decir, nulo.
La
cuestión no es la irresponsabilidad del ministro. La cuestión es que su
intención última, esto es, provocar aquello contra lo que dice avisar,
no va a darse. No se da; ni se dará. El independentismo ha movilizado a
millones de personas durante años sin que haya habido violencia jamás.
La violencia emerge con la reacción nacional española de los últimos
tiempos, reacción en la que el propio ministro ha tenido un papel
destacado.
La violencia viene de ahí, de los “patriotas” españoles de
fuera de Catalunya y de dentro de ella, de Vox, SCC, ocasionalmente C’s y
PP, aliados callejeros del ministro. Viene de ahí y ahí se queda
circunscrita. Y documentada hasta la saciedad. Es la era de las
comunicaciones. Hay docenas de vídeos probando el carácter
exclusivamente español de la violencia. Y, además, ridículamente
minoritario.
La
amenaza de que Catalunya esté en situación de enfrentamiento civil
refleja un deseo y un deseo que no va a cumplirse. No hay ni habrá
enfrentamiento civil. Ni hay ni habrá violencia que justifique la
aplicación de la plantilla ETA que tenían preparada con el 155. Todo
esto, además, de insensato está completamente fuera de lugar y de
tiempo. El País Vasco demanda seguir la vía catalana. Estará bien ver
cómo va a enfocar el gobierno ese nuevo problema. ¿También con medidas
represivas policiales y judiciales? ¿Va a haber más presos políticos,
esta vez vascos? ¿Se va aplicar el 155 en tierras de Sabino Arana?
Mientras
el gobierno y el Estado buscan alguna vía de escape a la tenaza de los
dos referéndums de autodeterminación, interviene Navarra y, sin poner en
cuestión la soberanía nacional, que tanto teme el nacionalismo español,
sí cuestiona la forma política del Estado.
Se
plantea así un problema siempre larvado, siempre aplazado y que
obligará a la izquierda española a definirse. El PSOE habrá de
declararse partido dinástico en un momento en que la monarquía está tan
baja en la valoración popular que los baremos no preguntan por ella. 120
años de historia a los pies de un Borbón.
Es
absurdo pensar que una crisis de estas dimensiones puede abordarse con
85 diputados y un vagaroso plan de reforma constitucional en la que
nadie cree. Es absurdo esperar que este pecio del naufragio del régimen
al chocar con el escollo catalán presente un plan para salvar el
conjunto. Solo tenían el 155 y, al decaer este, se encuentran con las
manos vacías y el discurso huero. En su lugar quieren sembrar el miedo y
el odio.
Catalunya no está al borde del enfrentamiento civil. España está al borde de la quiebra política.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED