Los nietos, bisnietos y familiares de Franco aparecieron
en la exhumación de los restos del abuelo con todo el merchandising del
franquismo, para que quedara claro a qué estirpe pertenecen y cómo
honran la memoria del dictador.
Algo lógico desde el amor de sangre y el
agradecimiento, porque es por la dictadura que tienen un patrimonio que
les permite dedicarse al ¡Hola!, a sus rentas o a ser duques y duquesas por herencia.
Para
que no hubiera atisbo de duda de quiénes eran y qué piensan 44 años
después, llegaron pertrechados con accesorios, como una despedida de
soltera pero en plan facha: lazos iguales de España en la solapa (no se
sabe si porque su clan hizo este país y repuso la rojigualda o por el
conflicto de Cataluña), vestidos de negro y con la bandera del águila
en las manos como desplante a la democracia que tan exquisitamente les
ha tratado.
Un pin y una bandera trasnochada como acto de rebeldía. El
colmo de la trastada fue vitorear "¡Viva España, Viva Franco!" cuando
desahuciaban para siempre a su abuelo y lo metían en un común coche
funerario.
Lo hicieron pese a que habían prometido al padrastro Estado
portarse bien, pero les pudo el ardor y tuvieron que decir que viviera
Franco, para vaciar de sus gargantas atoradas la rabia de ser
desalojados.
Hay quien ve en el acto organizado por el Gobierno de
Sánchez demasiada pompa y solemnidad glorificadora. Lo que yo he visto
es una familia sola, repelando bajo los últimos focos los últimos restos
del franquismo, en descomposición como el ataúd que fue tapado con una
tela color chocolate.
Mirados uno a uno, con el semblante sufriente de
cargar con el peso de su abuelo, eran una abrumadora mayoría de hombres
que nos suenan por sus exclusivas en las revistas del corazón, más que
por haber aportado algo al país que tanto aman o amaban.
Su último
momento de gloria fue llevarse de un lugar público el cadáver incómodo
que la Justicia, el Parlamento español y el Gobierno les han dicho que
no quieren tener cerca. Con homenajes así, más vale que te pase un
camión por encima.
La imagen de este jueves fue la del
sometimiento a la ley: sin ganas, con rabia, reivindicando derechos de
sangre y semen, pero al fin y al cabo obedeciendo y portando a su abuelo
fuera del mausoleo de Patrimonio, mientras la notaria mayor del reino y
el Estado observaban impasibles diez escalones arriba.
Ver
marcharse a Franco -pese a la procesión de nietos, 22 cámaras de
televisión, el silencio solemne y el ataúd con bandera y flores- fue el
símbolo de la derrota final de los franquistas. No os queremos en el
espacio público, tampoco os queremos insultar, pero marchaos de los
confines del Estado.
Hay quien cree que se les debió tratar peor, con
más desprecio, como castigo por las tropelías de su abuelo, que por otra
parte no se pueden achacar a sus descendientes. La grandeza fue
justamente esa, que el Estado les tratara con dignidad y respeto,
mientras ellos coreaban en la parte trasera del coche que quieren la
dictadura y que se encuentran incómodos en el estado democrático. Si es
así, el objetivo está cumplido.
(*) Periodista
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