Por supuesto que había que sacar los restos del dictador
del mausoleo en el que nunca debió estar. Conforme avanzaba la ceremonia
se me confirmaron, sin embargo, las dudas sobre la oportunidad del
momento. Y la satisfacción por ver a Franco fuera del Valle de los
Caídos se fue enfriando. Ya no era tiempo de brindar con champagne
-que así se llamaba entonces,- después de 44 años está avinagrado y,
aun así, la exhumación del caudillo franquista nos sirvió la esencia de
sus posos.
No comparto en absoluto que hemos asistido a
los últimos vestigios del franquismo. Es como cuando dicen que ya no
hay nazismo porque Hitler murió. El franquismo fue un fascismo a la
española, chaparrudo y tosco, tramposo con lo peor de todas las
dictaduras de su signo. Represión, venganza, trampa, hasta niños robados
(no le faltó detalle). Y muerte: ejecutó disidentes hasta septiembre de
1975.
Una férrea involución autoritaria que anuló a las mujeres, que
echó a las cunetas o de España valentía y pensamiento crítico. Ha
evolucionado, claro. Pero está el alma de la ultraderecha española
actual, la que ha impregnado a las tres de ámbito nacional. Y goza de un
gran predicamento en muchos medios que la han lavado y perfumado a
conciencia.
Esa esencia de franquismo sigue en reductos de algunas
instituciones, y en la forma de comportarse la sociedad de la alta y
baja trampa. Las evidencias son diarias. No deja de ser relevante que la
exhumación coincidiera, por ejemplo, con la cacería del abogado
incómodo Gonzalo Boye que relataba en todos sus extremos aquí Elisa Beni.
Un registro "con los periodistas pertinentemente avisados en la
puerta". Y una certeza inquietante: "No hay nada que dé más miedo que la
capacidad incontrolada de determinados individuos con poder
institucional de destruir a un ciudadano sin la más mínima
consecuencia".
Nos pasamos la mañana del día de la santa exhumación
haciendo zapping por los medios. Con banderas que llamaban ambiguamente
preconstitucionales, siendo exponentes de una dictadura, fuera cual
fuera su origen previo. Oyendo voces sensatas y franquistas apenas
reciclados. Vimos al golpista Tejero vitoreado por trasnochados
ejemplares añorantes de la dictadura, fascistas de ayer y de hoy, pero
lo peor era saber cuántos más temibles hay detrás. En los silencios y
medias palabras de los partidos de la derecha española, por ejemplo, y
del conjunto social.
Y vimos salir el féretro
enterrado hace 44 años a hombros de familiares, con un Borbón, biznieto
de Franco también, en primer lugar, al lado del nieto al que exonera la
justicia tras haber encañonado –alguien en su coche al menos- a dos
guardias civiles. La sobria presencia del Gobierno, sí, presencia al fin
y al cabo. Y todo profusamente televisado. Una familia con desmedidos
privilegios que no tendría cabida en ningún país tras haber protagonizado su
patriarca un alzamiento militar contra el orden constitucional, una
guerra de tres años y otros 40 más de dictadura. Cuarenta, que se dice
pronto, oxidando las raíces de una sociedad.
Y luego a
Pedro Sánchez dando un discurso a la hora del telediario y yendo a
poner flores a las 13 rosas con cámaras que lo contaran. Loable
reivindicación, aunque quizás mejor menos personalizada. Y, más allá, la
mezcla de emociones de los ciudadanos; los insultos, si se tercia, a
quien no siente como ellos tras haber pensado a la vez. Y el todo o
nada, blanco o negro, de una gran parte de la ciudadanía educada en el
pueril maniqueísmo.
Y que sube Vox en las encuestas, y
el PP de Casado que debe andar pensando de qué material le hará a Pedro
Sánchez un monumento por la impagable oportunidad que le ha dado al
repetir elecciones, en el fondo y forma que se ha hecho. Y el propio
Sánchez ante la mesa del Casino, ¿rojo o negro?
Por
supuesto que había que sacar al dictador del lugar de honor donde nunca
debió estar. Tuvieron 44 años para hacerlo. 22 el propio PSOE, de hecho
los primeros trámites los inició el presidente Zapatero. Pero cuestiono
el momento, justo en campaña electoral. Con el conflicto en Catalunya en
plena efervescencia. Cuatro días antes de que el PSC y el PSOE se unan a Casado y Rivera, Álvarez de Toledo, Arrimadas, -y veremos si no va Vox- en una manifestación en Barcelona de Societat Civil Catalana, españolista y conservadora a la que dicen "constitucionalista". Constitucionalista de los artículos 2, 155, y 99 y, desde luego, del 135 y poco más. Realmente a Pedro Sánchez o a sus asesores, les gustan los riesgos.
La
exhumación de los restos físicos de Franco –los otros siguen ahí en
parte- es otro factor extra que, con la sentencia del procés, incide en
la campaña electoral para el Parlamento y Gobierno de España. La
exhumación, ahora, y no a partir del 11 de noviembre, si quieren, que
están en funciones, apela a reacciones viscerales, con su dosis
implícita de irrealidad que suele sosegar el tiempo.
Pedro
Sánchez ha conseguido pasar a la Historia. Quedará en los libros que
sacó a Franco del Valle de los Caídos. Esperemos que la historia no se
complique demasiado por toda esa amalgama que hoy confluye. Elecciones
al límite del riesgo.
Estos días ando citando mucho a Zygmunt Bauman, el
sociólogo y filósofo de los mundos líquidos. Decía: "la inseguridad
está en proceso de ser convertida en el sujeto principal (quizás en la
razón suprema) que moldea el actual ejercicio del poder". Y justo ha
sido ahora, estos últimos días, cuando mejor he entendido esta idea.
(*) Periodista
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