Urralburu era errejonista antes de que
Errejón se cayera del guindo. No hay sorpresa, porque el errejonismo ha
viajado hacia el urralburismo, y no al revés. Errejón ha ido hacia sus
bases, las bases genuinas de Podemos, las que lo hicieron crecer sin
participar previamente de otras militancias.
Podemos
surgió cuando Cayo Lara desdeñó a Pablo Iglesias para que éste
encabezara aquella candidatura a las europeas por IU. Fue una 'escisión'
de IU que logró conectar con el 'espíritu del 15M', que rechazaba en
sus asambleas a los partidos institucionalizados, incluido el que
albergaba a los comunistas. Iglesias rompió con IU, y al hacerlo atrajo a
una legión de urralburus que nunca se habían sentido convocados por ese
partido.
Podemos
quemó etapas a cámara rápida y acabó enfermando de éxito, en parte
porque 1. Acertaron en el diagnóstico, rompieron el velo que ocultaba el
sometimiento de la política a los poderes económicos y financieros y
desvelaron en plena crisis los vicios acumulados desde la Transición,
pero propusieron soluciones quiméricas, alejadas de lo pragmático y
adobadas con referencias inquietantes al imaginario autocrático de la
izquierda cuyo ejemplo era la banana sudamericana o la impotente Syriza.
Y 2. Quienes rompieron con IU acabaron integrándola sin reparar en que
en política no siempre dos y dos son cuatro, y el 'movimiento' pasó a
ser una estructura burocrática que reflejaba incluso el modelo Ceaucescu
(el líder más su señora sublíder recluidos en la dacha, mientras la ex
era relegada al gallinero del Congreso) y cierta caricatura stalinista
(la foto del grupo fundador continuamente retocada por las depuraciones
hasta que el gran timonel acabó figurando en solitario, dando lugar al
chiste acerca de quien cree que cumple las normas cuando es el único que
conduce en dirección contraria por la autopista).
Tiene
gracia que quienes desde el reducto de Podemos acusan a Errejón de
venderse gratis al PSOE sean los mismos que negociaban con éste hace
unas semanas, con gran torpeza a la vista del resultado, o que desde un
sector de IU se estigmatice a los socialistas como otra pata de la
derecha cuando el partido que lidera Garzón es el que históricamente más
veces ha pactado con ellos, en pueblos grandes y pequeños, en grandes
ciudades, en autonomías y en el Gobierno central en la etapa de
Zapatero. De hecho, Garzón estaba hace un mes por pactar con Pedro
Sánchez sobre programa, sin requerir ministerios.
Urralburu
(«conozco las bases errejonistas mejor que Errejón», ha dicho) es un
político de una pieza que ha levantado el culo del sillón para mantener
su coherencia sin atender al riesgo de quedarse colgado de la brocha. No
son muchos los ejemplos al respecto. Ni ahora ni antes de ahora. Uno o
ninguno.
Dos en este caso, pues todavía más entereza ha mostrado María
Giménez, la segunda diputada regional de Podemos, ya que es improbable
que sea elegida para el Congreso si va de número dos de Más País por
Murcia. No habría tenido un pase que, una vez que Errejón se lanza,
quienes comparten su opción hubieran permanecido en Podemos simplemente
para guardar su propio estatus. En tal caso sí que se les habría podido
tildar de traidores; traidores a sus propias ideas.
El
gesto de Urralburu y del conjunto de la dirección de Podemos en la
Región por él encabezada es una expresión más de elegante comportamiento
en los años en que viene siendo protagonista en la política regional.
Diríamos que, aparte de sus razones fundamentales, también se ha
aburrido de recibir chinitas de Javier Serna, el diputado de Podemos
afín a Iglesias que, ahora, ya sin oposición interna y sin que el líder
nacional tenga que apadrinarlo, ocupará el sillón de Urralburu en la
dirección regional, sin molestos errejonistas a la vista.
Serna no ha
dejado de incordiar a Urralburu con declaraciones públicas incluso desde
la anterior legislatura. Para indisciplinado, él. Proviene de las
Juventudes de IU y, por tanto, es la otra cara de Podemos en la Región.
El líder saliente se ha limitado hasta ahora a reprocharle que estuviera
más pendiente de hacerse un hueco en el cada vez más cerrado círculo de
Iglesias en Madrid que de atender a sus electores en la Región de
Murcia.
En cuanto a la anunciada sucesora de Urralburu en la portavocía
parlamentaria, María Marín, tal vez se presente un problema logístico si
no pudiera compatibilizar su baja laboral en la clínica veterinaria
Salitre con la actividad política.
Urralburu
se juega su continuidad política a cara o cruz, y esto es lo que
desactiva el conjunto de las críticas, la mayoría más torrenciales que
razonadas, que provienen de sus ya excompañeros de partido. Quienes
intentan desacreditarlo desde Podemos tal vez no sean conscientes de que
utilizan estereotipos argumentales que imitan los que antes recibía ese
partido desde instancias que prejuzgaban como propias de la derecha.
Uno mismo no está muy convencido de que deba hacer una valoración
positiva del trabajo político y de la decisión de Urralburu no vaya a
ser que, sin saberlo, esté abducido por las tramas que dominan los
medios de persuasión pública del sistena y las cloacas del Estado.
Lo
que vengo a decir aquí es que los políticos que por coherencia con sus
ideas abandonan la zona de confort y se lanzan a la fría acera a
defenderlas pueden ganar o perder en las urnas, pero ante todos ya son
ganadores. De respeto.
(*) Columnista
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