Antes, en campaña electoral se decían muchas tonterías y el resto del
tiempo se miraba de gobernar con mejor o peor fortuna. Ahora, cuando
la vida política es una permanente campaña electoral casi sin intervalos para gobernar, se dicen estupideces casi diariamente.
En el rifirrafe que protagonizan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
ante la opinión pública, en un ejercicio impúdico y descarnado de
descalificaciones que acabará costándole caro a la izquierda, no pasa
día que no se lancen a la yugular en busca de asentar un relato
consistente en lo malo que es el otro.
Iglesias ya tiene el aval de la formación morada para no dar su brazo a torcer en la sesión de investidura
si no tiene una oferta de gobierno de coalición de acuerdo con los
cánones europeos en la que, además, él mismo tenga un protagonismo
importante. Sánchez, por su parte, ha alcanzado un gran consenso entre
todas las familias socialistas alrededor de una única idea: no hay que
ceder parcelas de poder -en todo caso, tareas técnicas- y unas nuevas
elecciones no nos irán mal.
Entra de nuevo en escena el gurú Ivan Redondo,
con sus complejas y hasta la fecha siempre acertadas encuestas, que
pronostican que a los socialistas no les irá peor una nueva cita con las
urnas y que mejorarían sus 123 escaños.
Pero, más allá de las disputas personales, que, en política, como
todo en la vida, tienen su parte importante, ¿cuáles son las grandes
diferencias entre Sánchez e Iglesias para que no haya un gobierno de
coalición? El presidente en funciones cuando dice "necesito un
vicepresidente que no hable de presos políticos"
utiliza un mantra con el que sitúa encima de Podemos una espada de
Damocles ante unas nuevas elecciones.
Le escora hacia la izquierda
marginal cuando, en España, de los presos políticos no habla ni la
flamante pregonera de las fiestas de la Mercè, la exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena,
y, sin decirlo, trata de construir un puente en que el votante español,
de izquierdas y antiindependentista, se encuentre más cómodo en el PSOE
que en Podemos. Esto, no nos engañemos, en España funciona.
Y mientras se dispara con toda la artillería contra Podemos y se le
sitúa en un imaginario de oposición junto a PP, Cs y Vox, se oculta
el que creo que es el verdadero problema, el real, por el que Sánchez no
quiere a Iglesias en el Gobierno, y que no es otro que la política económica a llevar a cabo.
Y los estrechos márgenes que la Comisión Europea y el comisario para Asuntos Ecnómicos y Monetarios, Pierre Moscovici,
está dispuesto a conceder a España. Habrá que darle una vuelta de
tuerca a la política laboral, habrá que continuar reduciendo el déficit
público y habrá que actuar en las pensiones, tres carpetas en las que el
PSOE y Podemos no pueden llegar a ponerse de acuerdo.
Cuando esto
suceda, Pedro Sánchez necesitará manos libres y no una crisis de
gobierno y de que PP o Ciudadanos acudan en su apoyo y de ello ya se
encargarán las élites económicas y financieras. Qué curioso que, en
Madrid, la patronal CEOE o las grandes empresas vean con buenos ojos una repetición electoral cuando el stablishment lo que siempre quiere es la máxima tranquilidad posible.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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