Seguramente el mejor predictor de la coyuntura económica en la Unión
Europea sigue siendo alguien con mucha autoridad y mucho prestigio: el
presidente del Banco Central Europeo BCE, Mario Draghi. Por eso hay que
prestar mucha atención a sus recientes medidas con la sombra de un
posible menor crecimiento económico en la UE, o incluso de una posible
recesión (decrecimiento del PIB dos trimestres sucesivos).
Lo que en
definitiva ocurra ahí tendrá impacto importante a no dudarlo en la
situación de nuestro país, en meses previsiblemente muy complejos por
los resultados electorales y el gobierno que resulte de ellos. O sea,
aquí, en casa tiempos (muy) difíciles previsiblemente. Y los milagros
son cada vez menos frecuentes y más caros en todos los órdenes.
Veamos. Las medidas acordadas por el BCE responden a un claro
empeoramiento de la expectativas y previsiones en los principales
centros de la economía mundial, desde EEUU hasta China pasando por
Alemania, algo en lo que coinciden los más acreditados analistas desde
la propia UE hasta la OCDE pasando por EEUU y otros.
Todos, sin
excepción, revisan a la baja sus anteriores previsiones de crecimiento
del PIB, comercio mundial, empleo, etc. En principio apuntan a la
suavización de crecimientos previstos, no tanto (al menos aquí y ahora)
al decrecimiento del PIB o sea la recesión. Pero, insistimos, son
previsiones que pueden ser revisadas a la baja.
Las medidas adoptadas por el BCE son clara muestra de esa
preocupación de un menor crecimiento. Mantenimiento de los tipos de
interés aplazando el previsto calendario de subidas, acompañado del
coloquialmente llamado “manguerazo de liquidez”, el tercero, algo
también no esperado. Liquidez a la banca siempre con la condición de que
ese manguerazo llegue a empresas y familias, haciendo real esa ayuda a
la economía.
Es decir, el propósito del BCE de echar un salvavidas a las economías
de la UE parece firme y decidido. Una vez más. El problema es que ese
apoyo se convierta en droga dura que dificulte o imposibilite las
medidas a adoptar por y en la UE para ser sus miembros más competitivos y
equitativos en un panorama mundial cada vez más complejo. O sea que
estas medidas sean no para perder tiempo sino para ganarlo.
Esta complicada coyuntura pilla a nuestro país en momentos muy
complejos y difíciles, tanto en lo económico como en lo político y lo
social. Realidades poco placenteras y muchas, demasiadas incógnitas
difíciles y que puede llevar a situaciones también muy difíciles y con
altos costes de todo orden.
Hay algunas cosas claras y no son especialmente favorables. Una, la
coyuntura económica internacional y de la UE no va a ser de mucha ayuda,
eso cada vez está más claro. Como está que lo que pasa “ahí afuera” es
cada vez más importante para nuestra economía,cada vez más “abierta”. Los
litigios comerciales entre EEUU y China continúan y esto repercute
desfavorablemente en el comercio mundial.
Alemania también, por
asombroso que parezca, tiene problemas y es clave pues sigue siendo la
locomotora de Europa. El Brexit también sigue ahí y su resultado es muy
importante para nuestra economía especialmente en el turismo y los
flujos financieros, incluyendo inversiones directas.
España sigue con la conocida y, aunque menos, también reconocida
lacra de la gran desigualdad social con el epicentro en un mercado de
trabajo en el que dominan el fraude y el empleo precario, lo segundo
mucho más conocido que lo primero pero seguramente más lamentable y
reprobable lo primero( el fraude) que lo segundo.
Una reglamentación
disparatada del mercado de trabajo ( que finalmente el actual gobierno
no ha modificado) vigente desde hace varios años ha permitido fraudes
por parte de ¿algunos/muchos? empresarios parece , según han publicado
estos días algunos medios, que han envilecido más todavía el
“funcionamiento” de ese mercado basado, como es bien sabido, en la
precariedad contractual con nefastos efectos económicos y sociales.
El
denominado oficialmente plan “por el empleo digno” (el título correcto
debería ser “contra la explotación laboral”, estamos como en los albores
de la Revolución Industrial) ha reconocido más de 70.000 fraudes
laborales muchos de ellos hoy bien conocidos. Modificar radicalmente el
diseño y el funcionamiento real del mercado de trabajo es requisito
imprescindible para ser una auténtica democracia. No basta con la
libertad. Como repite el senador demócrata y posible aspirante a la
presidencia de EEUU Bernie Sanders
¨La libertad exige completarse con la
seguridad económica”. ¿Qué seguridad económica hay con este mercado de
trabajo? Y Sanders no es precisamente un trotskista.
Como también es bien sabido, en el terreno político en nuestro país,
las cosas estaban más claras y eran, en principio, más sencillas. El
bipartidismo, un bipartidismo con “roles” bien conocidos y
aceptablemente ejecutados por los dos actores (centroderecha y
centroizquierda, lo de derecha e izquierda queda arrumbado como
antigualla), esquema ya bien interiorizado tanto aquí como fuera, sobre
todo en la UE.
Nada de sorpresas que son muy malas para la economía
(Otra cosa es el efecto social de este esquema. Uno de ellos, ya lo
hemos citado, es la profunda desigualdad, finalmente parece que
reconocida por (casi) todos. La eficacia (relativa) se imponía a la
equidad para satisfacción de los poderes establecidos, siempre eso sí
discretos y en segundo plano, agitando otro tipo de tópicos, tradicional
método de distracción.
Ese panorama político, en víspera de elecciones de todo tipo, parece
(o está) ya roto y es muy difícil prever lo que viene a continuación.
Excepto en un aspecto: que la formación de un nuevo gobierno será algo
muy complejo y que el gobierno que sea, tendrá obviamente una tendencia a
la inestabilidad mucho mayor que aquella a la que estamos
acostumbrados.
Tampoco están los políticos ni los ciudadanos habituados a
las negociaciones y acuerdos imprescindibles para formar gobiernos de
coalición, práctica común en muchos países europeos.
Y a todo ello hay
que añadir, como es bien sabido y sufrido, el tema del independentismo
catalán que, muy probablemente, nos va a acompañar largo tiempo (nada me
gustaría más que equivocarme). Y en el horizonte, y ojalá también me
equivoque, el nacionalismo vasco esperando su vez.
Todas estas cosas forman una especie de cóctel , en mi opinión, muy
difícil de gestionar. Debo confesar amigo lector que, injustamente
porque la vida se ha portado bien conmigo, tengo cierta tendencia al
pesimismo (yo le llamo realismo). Por eso, espero y deseo equivocarme y
que los tiempos que ya están casi ahí, no sean muy difíciles ni siquiera
difíciles, al menos para la gran mayoría de españoles.
(*) Economista del Estado
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