Caos total en el Reino Unido. Francia en convulsión, con el presidente Emmanuel Macron seriamente tocado por los chalecos amarillos. Más de media Italia magnetizada por un capopopolo que
se exhibe en público disfrazado de policía. La fronda autoritaria de
Visegrado: la ley del embudo en Hungría y ese alcalde liberal polaco
asesinado a sangre fría en la plaza pública después de años de acoso
ultra.
Alexis Tsipras, héroe europeo, elogiado ahora por Angela Merkel y
por las mandamases de Bruselas tras haber evitado el estallido social
de Grecia y un nuevo terremoto nacionalista en los Balcanes a propósito
de Macedonia. “No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos”, declara
Jean-Claude Juncker, sin que le caiga la cara de vergüenza. La
serenidad de los suecos y la integridad de los portugueses. Presidiendo
la escena, la perplejidad imperativa de Alemania, que ve cómo su Europa se deslavaza.
Y el nudo España, cada vez más apretado, cada vez más
irresoluble. El cambio en Andalucía le da la vuelta a la moción de mayo.
El 2 de diciembre del 2018, día en que millón de andaluces fabricaron
el vuelco (setecientos mil se quedaron en casa y cuatrocientos mil
decidieron votar a la extrema derecha), había revuelta en las calles de
París.
Los aires de Europa también barren el Sur. Andalucía vive
muy en lo suyo, pero no es una cápsula aislada. En el bronco debate
público español se prefieren las explicaciones más sencillas y más
útiles para el combate inmediato: Catalunya, evidentemente. Hay un nexo,
sin embargo, entre Sevilla y París. El aliento de la época. El espíritu
del tiempo, que los alemanes, eficaces ingenieros del lenguaje, resumen
en una sola palabra: zeitgeist.
Un nuevo bloque de poder se estrena en Andalucía, con
voluntad de arrasar en las elecciones municipales de mayo, dar la
puntilla a Pedro Sánchez en octubre, o unos meses más tarde, y
abordar la reconfiguración integral de la España de 1978 –ahora sí–, con
un estado de excepción permanente en Catalunya. Esta es la perspectiva.
Este es el planteamiento estratégico que ayer empezó a desplegarse en
Sevilla.
Hace casi cuarenta años, el 28 de febrero de 1980,
Andalucía aceleró la descomposición de UCD y propulsó al Partido
Socialista como nueva fuerza dominante. Andalucía es fundamental. En
enero del 2019, una nueva espiral se inicia en España. Puede ser la
tumba del Partido Popular, devorado por Vox. Puede ser la tumba de las
izquierdas. Puede ser la tumba del independentismo. Y podría ser,
también, la descarga que acabe provocando en Catalunya el estallido que
no tuvo en octubre del 2017. Un nuevo bloque de poder se pone en marcha
en España, alimentado por el zeitgeist europeo.
Al PSOE andaluz le espera un largo purgatorio después de haber calibrado muy mal sus desgastes. Susana Díaz parece no haberse dado cuenta todavía de que, políticamente, está muerta. Teresa Rodríguez grita
demasiado. Las furibundas declamaciones no detendrán a la triple
alianza. El trotskismo sin Trotski también puede ser un folclore.
Primera tarea del nuevo bloque de poder: revisar a fondo
los cajones y los ensamblajes de la Junta de Andalucía, después de casi
37 años de gobierno socialista.
Próximamente en sus pantallas: los papeles de San Telmo.
(*) Periodista y ex director adjunto de La Vanguardia
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