Ha escrito Pilar Ferrer en La Razón un sentido obituario de
Cospedal en el que recoge, al estilo de quien acompaña al pie de la cama
la agonía de un moribundo, sus últimas palabras antes de expirar
políticamente y concluir la serie por capítulos de su dimisión. “Me han
dejado sola”, dijo al parecer la exsecretaria general del PP, como si
fuera de Tudela. Descanse en paz, María Dolores.
Lo más interesante del relato no es tanto la queja hacia sus
compañeros de partido ni siquiera la expresión de su deseo de no
perjudicar a Casado, que para eso ya se basta él solo, sino la
revelación del detonante de su renuncia, que no fue el haber sido
pillada in fragante conspirando con el rey de las cloacas para
destruir pruebas de la Gürtel o encargando sendos espionajes a Javier
Arenas o al hermano de Rubalcaba. Lo que obligaba a Cospedal a hacer
mutis era la confesión de su marido a Villarejo de que el jefe, o sea
Rajoy, estaba al tanto de los encargos y apoyaba esa línea de actuación.
Aquello, en efecto, era la bomba. ¿Rajoy sabiendo algo? ¿Rajoy
informado de los chanchullos y dando el visto bueno? Imposible de todo
punto porque el expresidente jamás había abandonado Babia ni para hacer
turismo. No es necesario recordar –o quizás sí-, que estamos ante una
persona que hizo de la ignorancia su modo de vida, de manera que era
ajeno a todo lo que se cocía a su alrededor y la simple sugerencia de
que pudiera haber tenido constancia de algo, por nimio que fuera, era
como prenderle fuego a las barbas.
La ignorancia de Rajoy era enciclopédica y nada le constaba. Ni los
sobresueldos del PP que repartía aquel tesorero de las patillas, ni la
doble contabilidad, ni los pagos en negro de su sede, ni los donativos
de los constructores, ni las corruptelas de sus alcaldes, ni siquiera el
nombre del aquel tipo engominado llamado Correa que le pagaba viajes a
Canarias y que se paseaba por Génova 13 como Pedro por su casa.
¿Cómo
era posible que un hombre con semejante nivel de desconocimiento pudiera
estar al tanto y aprobar esas operaciones tan turbias que derribaban la
muralla china entre la cruda verdad y la inopia más absoluta?
Cómo será la cosa que el registrador ha tenido que hacer un alto
en su mutismo y aventar en los medios a través de sus allegados su
sorpresa y estupefacción. Y no sólo ha negado haber sido informado de
los seguimientos y mucho menos haberlos autorizado. Es que ha usado la
estrategia de la casa para defenderse: “El presidente no sabía ni que
Rubalcaba tuviera un hermano”. Ese es mi Mariano.
La ficha vuelve a la casilla de salida. Rajoy se sentaba en la
cúspide de una estructura piramidal y desde esas alturas no podía
escuchar lo que se decía más abajo y, abrumado por el vértigo, ni
siquiera se atrevía a echar un vistazo a sus pies. Nada de lo que
acontecía más allá de su nube era digno de su atención. Cada palo debe
aguantar su vela y la parte alícuota del candelabro del expresidente,
como ha hecho la difunta María Dolores. Que la ciénaga le sea leve.
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario